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La sobreprotección de los niños

El siguiente capítulo es un fragmento de El día que el mundo cambió

El bisabuelo de Michel de Montaigne se casó con la mujer más rica de Burdeos, lo cual sentó las bases de la fortuna familiar.  Posteriormente compró el castillo donde vivirían al arzobispo de la ciudad por la suma de novecientos francos. Una fortuna para la época. Su hijo, el padre de nuestro protagonista,  se desposó con una noble con tan poco rancio abolengo como su padre.

Desde el instante del nacimiento de Montaigne, su padre tuvo claro que, de la misma manera que él había superado a su progenitor en formación, cultura y posición social su hijo debería superarlo a él.

Para ello, reflexionó a fondo sobre la educación que le debería de dar e invitó a sus eruditos amigos humanistas para consultarles respecto al mejor método con la intención de que, en el futuro, su hijo alcanzase un nivel extraordinario en el plano humano y social. Tras varias reuniones y no pocos quebraderos de cabeza, trazó el plan.

Montaigne es separado pronto de la cuna y del seno materno, y en lugar de seguir la costumbre aristocrática encargar su educación a una criada, es alejado del castillo familiar y confiado a unos pobres leñadores que vivían en un minúsculo caserío propiedad del señorío de los Montaigne.

Con ello, su padre no solo espera educar al niño en la frugalidad y la austeridad y fortalecer su cuerpo, sino que también quiere unir al niño con el pueblo, para evitar que su hijo se sienta desde el principio superior. Como vemos, todo lo contrario de lo que pretendía el padre de Buda.

Al cabo de tres años, el padre lleva a su hijo de nuevo al castillo. Siguiendo el consejo de sus sabios amigos, una vez vigorizado el cuerpo, era hora de flexibilizar el alma. Por lo que procuró que hasta los seis años no hablase otra lengua que no fuese latín, la pura lengua universal.[i]

Montaigne estuvo eternamente agradecido a su padre por haberlo liberado de prejuicios. Es preciso habituar al niño a la aspereza y fatiga de los ejercicios para acostumbrarle así a la pena y al sufrimiento de la dislocación, del cólico, cautiverio, prisión y tortura. Estos males pueden, según los tiempos, caer sobre los buenos como sobre los malos.[ii] Escribiría posteriormente.

Los animales domesticados son más infantiles, sociables y amables que sus ancestros salvajes Los ancestros de los perros, gatos, vacas y otros animales domésticos se fueron haciendo menos agresivos en la medida en la que se iban domesticando. De esa manera, pudieron modelar su carácter para convivir con el ser humano.

Los primeros homo sapiens sufrieron un proceso similar de domesticación cuando comenzaron a seleccionar amigos y compañeros en función de su capacidad para vivir dentro de una tribu. Al tener que reprimir alguno de sus instintos mediante una máscara que le propiciase la vida en sociedad, esto produjo, al igual que en los animales antes descritos, una serie de adaptaciones corporales tales como dientes y cuerpo más pequeños, menor instinto agresivo y mayor jovialidad.  [iii] A este proceso se denomina pedomorfia o neotenia.

En la cultura griega, romana y judaica, incluso en las tribus antiguas, el muchacho de doce o trece años era admitido en la comunidad como si se tratase de un hombre más. Hombre entre los hombres, guerrero entre los guerreros. Al contrario que en la pedagogía moderna, la adolescencia era un periodo que no existía.

En la actualidad, entre la niñez y la edad adulta se ha introducido ese periodo de adolescencia que muchas veces tiene un fin difuso. El infantilismo se prolonga mucho más de lo necesario a través de métodos artificiales y antinaturales. El niño crece en una sociedad que prima la sobreprotección de las personas y en este ambiente, el desarrollo no es completo. En consecuencia, todo adolescente se convierte, sin querer, en un nuevo servidor de esta cultura de la hipocresía.

La ignorancia engendra siempre dureza. Por ello, se manda contra los jóvenes una horda de pedagogos de nueva generación que, sin piedad, causa daños irreparables en sus almas infantiles con las eternas y autoritarias órdenes de dominarse, no hacer mucho ruido o protegerse con todo tipo accesorios que garanticen su seguridad. De este modo las mentes infantiles generan todo tipo de miedos que, al reprimirlos,  van degenerando en  problemas físicos y mentales. [iv]

Los niños tienen una curiosidad innata. Son como científicos que utilizan la lógica para experimentar y descubrir la verdad por sí mismos. Sin embargo, a medida que crecen, esa habilidad queda cercenada por el mundo social en el que se desenvuelven.

Desde la primera infancia, la mayoría de nosotros aprendimos que a nuestros padres no les gustaba que hiciéramos muchas preguntas y que sólo las figuras de autoridad, es decir, los adultos, tenían derecho a hacerlas. El resultado fue que dejamos de cuestionar las cosas y aceptamos lo que vimos, oímos y nos dijeron con mansedumbre aceptación. Lamentablemente, este enfoque funcionó bien en la era industrial, pero resulta inútil en la era del conocimiento, porque compromete nuestra capacidad de pensar y entender profundamente.

Vimos cómo el cerebro humano se desarrolló en un entorno donde se tenía que enfrentar a conflictos frecuentes y a menudo violentos. De esos conflictos, la neuroplasticidad del cerebro hace que este se vaya adaptando a ese tipo de estresores.

La sociedad actual es todo lo contrario. La ultraseguridad hace que se aísle a los niños en burbujas, tanto higiénicas, como de pensamiento y emocionales, lo cual hace que cuando tengan que enfrentarse  a cualquier problema de verdad, por mínimo que sea, no sepan. En consecuencia, cada vez proliferan más enfermedades como ansiedad y depresión a una edad cada vez más temprana y lo que es peor, cada vez se médica a niños más jóvenes contra estos trastornos.

Estos niños que crecen en un entorno donde se les ha dado todo en todo momento y, donde ni siquiera han tenido que escuchar nada incómodo, a menudo al crecer se convierten en seres inútiles y amargados, que se niegan a asumir cualquier tipo de responsabilidad y que, incapaces de  manejar su frustración, le  echan la culpa de todas sus males a otras personas.

Immanuele Kant nos ilustra de la siguiente manera: Si un niños hace en su casa lo que le viene en gana, se convertirá en un ser despótico, y al topar luego en la sociedad con una resistencia generalizada, a la que no está ni mucho menos acostumbrado, no le será útil la sociedad. Los árboles se disciplinan mutuamente en el bosque al buscar aire que les es necesario para su crecimiento, no junto a los otros, sino por encima de sí, allí donde no encuentran obstáculo alguno, creciendo de este modo derechos hacia lo alto. Por el contrario, un árbol en pleno campo, donde no se ve limitado por ningún otro, crece eternamente atrofiado y luego es demasiado tarde para disciplinarlo. Otro tanto ocurre con el hombre, Si se le disciplina pronto, crecerá derecho, de no hacerlo a tiempo, será un árbol achaparrado[v].

En Estados unidos durante la postguerra se produjo una gran explosión de natalidad      que desarrolló una crianza demasiado permisiva. Sus padres habían vivido la crueldad de la guerra y se habían criado en un entorno en el que tenían que luchar por su supervivencia, por ello querían que sus hijos tuviesen todo lo que a ellos les fue negado. En consecuencia, los niños establecían la orden del día y  rara vez se aplicaban las reglas.

Se consideraba cada vez más que los alborotadores eran rebeldes e inconformistas, o víctimas del racismo, la pobreza o los problemas familiares. Los vándalos grafiteros eran artistas, los ladrones, guerreros de clase y los gamberros de barrio, líderes de la comunidad. Esto llevó a que muchas personas inteligentes, embrutecidas por el entorno, hicieran cosas realmente estúpidas [vi]

El resultado fue unos individuos autoindulgentes, con un control de los impulsos limitado, baja tolerancia a la frustración y unas habilidades sociales mermadas, gracias a haber vivido una infancia libre de consecuencias. Pronto esos niños inventarían los años 60 con una juventud profundamente contestataria, lo que en su época equivalía a decir antibelicistas, anticapitalistas, opuestos al aburguesamiento y la mediocridad de la sociedad de consumo. Adolescentes eternamente frustrados, con problemas de ansiedad y con una baja gestión de emociones. No se sabe muy bien por qué, pero el movimiento de peace and love de la misma manera que vino, se fue sin dejar rastro.

En Europa, este movimiento alcanzó su máximo esplendor en 1968 con una serie de revueltas estudiantiles.  Los jóvenes, nacidos en torno a mediados de los años 40 consideraban a sus padres como  criminales de guerra por haber luchado en la Segunda Guerra Mundial y por ello los despreciaban. Esto terminó en una escalada de violencia amparada en ideología de corte socialista – comunista que se extendió, en mayor o menor medida, por varios países europeos.

Un padre edípico clásico es como la bruja de Hansel y Gretel. En este cuento, los dos niños  tienen una nueva madrastra que ordena a su marido que los abandone en el bosque. El hombre obedece y lleva a sus hijos  a lo más profundo del bosque. Abandonados a su suerte, los niños se encuentran con una casa hecha de golosinas y todo tipo de dulces. Ante tal tentación, acceden a ella, donde se encuentran a una anciana que resulta encantada de darles palmaditas en la cabeza, y acceder a todos su deseos de forma inmediata.

Ser tan servicial resulta darle hambre a la anciana, por lo que introduce a Hansel en una jaula para cebarlo. De manera astuta el niño consigue engañarla sacando un viejo hueso de pollo cada vez que la vieja bruja quiere palpar la textura deseada.

La espera puede con la anciana y prepara el horno para cocinar pero Gretel, a quien aparentemente no se le ha reducido a una sumisión absoluta. En un momento de descuido empuja a la amable anciana al interior del horno. [vii]

Hay muchos padres que no se dan cuenta que la sobreprotección excesiva mina el espíritu de los niños y destruye sus almas en desarrollo. La emoción soterrada por debajo de todo esto es que sobreprotegen a los niños por ellos mismos. Para intentar sanar emociones que surgen del ego, del miedo, de o de la ignorancia, utilizan patrones que han visto en sus padres.

En realidad, con este comportamiento, este padre o madre lo único que está haciendo es huir de sí mismo, de atender sus propias necesidades emocionales y volcando toda esta herida emocional en sus hijos a base de excesiva protección.

Esa sobreprotección deriva en adultos incorregibles y contestatarios que no dudan, de manera metafórica, en arrojar a sus progenitores al fuego, como hizo Gretel en el cuento.

La ultraseguridad coge a los niños, que son antifrágiles por naturaleza, y los convierte en adultos jóvenes más frágiles y con más ansiedad. Niños que salen al mundo pensando que están llenos de peligros, que el mal acecha a la vuelta de cualquier esquina. Algo para lo que han sido emocionalmente anulados desde pequeños, por criarlos en una burbuja de seguridad

A los niños les gustan las situaciones incómodas que les permiten desarrollarse. Cuando nos enfrentamos a un peligro y lo superamos con éxito, nuestro cerebro segrega dopamina como premio y nos sentimos bien. De lo contrario, si se les sobreprotege, fracasarán cuando les surja algo inesperado, peligroso y cargado de oportunidades.

El juego sin supervisión es vital para los niños. Un niño privado de juego o que no muestra interés en él, rara vez alcanza una vida adulta socialmente satisfactoria.

El juego además activa las vías dopaminérgicas. El psiquiatra Stuart Brown hizo hincapié en que lo opuesto al juego no es trabajar, sino la depresión. [viii]

Cuando las actividades supervisadas por los adultos desplazan el juego libre, los niños son menos propensos al arte de la asociación y por lo tanto a desarrollar el pensamiento crítico.

Muchos animales, cuando son cachorros, pelean con sus hermanos chocando sus cuernos o mordiéndose. Cuando el ser humano inventó el deporte, canalizó esa violencia hacia ese tipo de diversión lo que atrajo a chicos de todas las edades. La sociedad occidental ha llevado su aversión a la violencia cada vez más lejos y al estar prohibidos los tipos más tentadores de violencia, eso conduce, en su frustración,  al abuso escolar, las palizas, la intimidación o la simple agresión.

            Negar a un niño la libertad para explorar por su cuenta les quita importantes oportunidades de aprendizaje que les ayudan a desarrollar la independencia y la responsabilidad.

El cuerpo humano tiene receptores que perciben un daño potencial en los tejidos. Estos receptores son los llamados nociceptores y son muy importantes porque nos ayudan a detectar posibles peligros y los límites de nuestro cuerpo. Los niños pronto aprenden a moverse sin chocar porque, cada vez que se dan un golpe, se manda una señal al cerebro. De esa manera van mapeando dónde acaba su cuerpo, dónde empiezan otros objetos y la fuerza con la que pueden chocar con ellos. Lo mismo con la temperatura o con objetos que cortan o pinchan.[ix]

Los parques de ahora son prácticamente como quirófanos. El suelo es blando para que no se hagan daño. Han bajado los toboganes y la altura de los columpios y ahora son de plástico sin ningún tipo de arista que sobresalga. Todo ello en un ambiente inmaculado. Ningún niño podría hacerse daño aunque quisiera.

No se permite a los niños salir al sol por si cogen cáncer de piel, no se les permite jugar en la hierba por los bichos, no se les permite jugar con el agua por si se mojan y cogen frío. Han suprimido los balancines o les han puesto muelles para que el niño no se caiga cuando esté arriba. Se han suprimido todos los programas de televisión donde salgan niños subiéndose a árboles o montando en bici o triciclo sin casco y todo tipo de protectores. 

A esto le sumamos que cuando los niños llegan a casa, no es raro que sus padres tengan las esquinas cubiertas con espuma e instrumentos similares.  Esto anula la nocicepción, que es una de las principales fuentes de información sobre lo que es seguro y lo que no y hace que los niños aprendan a ignorar esas señales nociceptivas y a evitar la reacción del cerebro ante ellas.

El no suponer ningún reto, ningún estímulo, ni ningún peligro, pronto los niños terminan aburriéndose de los tan seguros columpios y hastiados buscan otras diversiones.  Pero ante esto están los padres edípicos, que les recuerdan aquellas cantinelas del ‘no corras no siendo que te vayas a caer’,  ‘no te acerques a ese perro no te vaya a morder’ o ‘cuidado con el bordillo a ver si te haces daño’. O peor aún, si el niño se da un golpe contra un banco por ejemplo, le echan la culpa al banco ‘banco malo’. Con esto, en la psique de los niños va quedando el mensaje de que ellos no son responsables de sus actos, siempre la culpa es de algo externo.

Impedir que los niños jueguen libremente supone una amenaza para las sociedades liberales. Con ello pasamos de un marco conceptual de “averiguar tú solo como se resuelve un conflicto” a “depender de una tercera persona para ello”.

Y peor aún, evitar por imposición que escuchen ideas con las que los padres no están de acuerdo, aparte de que eso no es educar, sino adoctrinar, atrofia el desarrollo del pensamiento crítico. La homogeneidad en los puntos de vista,  tanto políticos como de cualquier otra índole, hace a la comunidades más vulnerables al pensamiento de grupo y la ortodoxia lo que favorece comportamientos tribales como la caza de brujas cuando estas comunidades se sientan amenazadas desde fuera. Y la caza de brujas es lo que lleva, en última instancia a  comportamientos como la deskulakización en Rusia o el antisemitismo en Alemania.

Estos hechos parecen muy lejanos en el tiempo, pero la polaridad del pensamiento en especialmente en las universidades, está suponiendo un problema cada vez mayor en la sociedad actual. La adopción de las nuevas tecnologías en las que la comunicación es anónima favorece las cámaras de eco, donde la gente solo escucha o lee opiniones afines a sus pensamientos.

Las cámaras de eco funcionan como un amplificador de informaciones, que reafirman a los participantes sus creencias y censuran las versiones discordantes. Estas generan lo que se llama homofilia, que se traduce literalmente como amor a iguales, mediante la cual las personas solo se relacionan con aquellas otras con similitud de creencias.  

Las consecuencias de esto para las democracias pueden ser muy graves ya que se fomenta la polarización y la desinformación, generando mentes colmena.

Si los niños se acostumbran a que nada les perturbe y nada les pueda hacer daño, cuando la interacción con la sociedad se vuelva más áspera, de ello resultará un mundo con más conflictos y más violencia. Y cuando surgen los conflictos en un niño adulto que nunca se ha enfrentado a ellos, el primer instinto es apelar a un tercero para que ejerza coacción y resuelva los problemas que debería resolver por él mismo.[x]

Esto, huelga decir, que es un perfecto caldo de cultivo para todo tipo de ideologías fanáticas. La consecuencia final  es que la población queda reducida a un mero rebaño de animales tímidos y laboriosos cuyo pastor es el Gobierno, que rápidamente sale a ejercer esa labor de salvador.

Esto no es nada nuevo. Es algo que ha venido pasando desde la antigüedad. Séneca en su libro Sobre la Ira, dice  que lo necesario es, alejar a la infancia de toda adulación, que oiga la verdad, que algunas veces conozca el temor y siempre el respeto. Que rinda homenaje a la ancianidad, que nada consiga por la ira. Ofrézcasele cuando esté tranquilo aquello  que se le negó cuando lloraba. Que tenga en perspectiva y no en uso las riquezas paternas y que se le repruebe toda mala acción.

Estamos llegando a un punto en el que colegios y universidades de todo el mundo están favoreciendo la cultura del estudiante delator. Al igual que en Rusia o en China como vimos, los jóvenes están llegando a creer que el peligro está en todas las partes y que todo el mundo debe de estar alerta para denunciar a las autoridades del centro cualquier amenaza que sientan. Maestros que se creen con la autoridad moral de inculcar ideas políticas a los niños  fomentan el sentimiento de Nosotros contra Ellos y el miedo a ir en contra del pensamiento único campa a sus anchas en los centros. Eso hace que algunas universidades se hayan visto obligadas a cancelar conferencias que tenían programadas  al recibir todo tipo de amenazas o actos de violencia de los estudiantes llenos de odio.  Un odio alimentado por las distorsiones cognitivas a las que sufren y que nadie les ha enseñado a conocerlas ni a controlarlas.

La ultraseguridad está dando un duro golpe a la razón. Por ello,  ahora más que nunca es necesario enseñar a las nuevas generaciones los valores del humanismo.

Espero que, de vez en cuando, en los próximos años, os traten injustamente, para que así lleguéis a conocer el valor de la justicia. Espero que sufráis la traición, porque eso os enseñará la importancia de la lealtad. Lamento decirlo, pero espero que os sintáis solos de vez en cuando, para que no deis por seguros a vuestros amigos. De nuevo, os deseo mala suerte de vez en cuando, porque así seréis conscientes del papel que desempeña el azar en la vida y que el fracaso de los demás tampoco es completamente merecido. Y cuando perdáis, como os ocurrirá en algunas ocasiones, que de tanto en tanto vuestro adversario se regodee en vuestro fracaso. Es una forma de que entendáis la importancia de la deportividad. Espero que os ignoren, para que sepáis lo importante que es escuchar a los demás, y espero que sufráis el suficiente dolor para aprender a ser compasivos. Desee o no estas cosas, van a ocurrir. Y que saquéis provecho de ellas dependerá de vuestra capacidad de ver un mensaje en vuestras desgracias [xi] Estas fueron las palabras que pronunció el presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos John Roberts en el discurso de graduación de sus hijos y van más en línea con preparar al niño para el camino y no al contrario.

La antifragilidad es algo que no se enseña directamente, pero las persona deberían de tratar de darle a sus hijos, al igual que el padre de Montaigne, el regalo de la experiencia. Este regalo consiste en reconocer que los niños necesitan pasar algún tiempo sin ningún tipo de supervisión para poder aprender por ellos mismos los riesgos y practicar la gestión de cosas fundamentales como la frustración, el aburrimiento o los conflictos interpersonales.

De este modo, sentencia Montaigne: no es conveniente educar a los hijos en el regazo de sus padres. El amor de estos los enternece demasiado y hace flojos hasta los más prudentes. No son los padres capaces ni de castigar sus faltas, ni de verlos alimentarse groseramente,  como conviene que se haga. Tampoco podrían soportar el verlos sudorosos y polvorientos después de algún ejercicio rudo, ni que bebieran líquidos demasiado calientes o fríos, ni el verlos sobre un caballo indócil, ni frente a un tirador de florete o un boxeador. Tales ejercicios son el único medio de formar un hombre y ninguno hay que descuidar durante su juventud.[xii]

Si eres padre, pregúntate si quieres que tus hijos estén seguros o prefieres que se hagan fuertes.


[i] Zweig, S. (2010) Montgaigne. Acantilado

[ii] Montaigne, M. (2007) Los ensayos: según la edición de 1595 de Marie de Gournay. Ed. 1. Acantilado

[iii] Haidt, J. (2019) La mente de los justos. Planeta

[iv] Zweig, S. (2016) La curación por el espíritu (Mesmer, Baker-Eddy, Freud). Acantilado

[v] Lecciones de ética, de Kant

[vi] Pinker, S. (2012) Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones. Ediciones Paidós

[vii] Peterson, J.B. (2019) 12 reglas para vivir. Un antídoto contra el caos. Ed. 1. Planeta

[viii] Sapolsky, R. (2020) Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos. Capitan Swing

[ix] Ojeda, J. (2020) Tres pasos contra el sedentarismo. RBA Libros

[x] Haidt, J. y Lukianoff, G (2019) La transformación de la mente moderna. Planeta

[xi] Haidt, J. y Lukianoff, G (2019) La transformación de la mente moderna. Planeta

[xii] Montaigne, M. (2007) Los ensayos: según la edición de 1595 de Marie de Gournay. Ed. 1. Acantilado

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