SIGMADIEZ

El positivismo tóxico: cuando pensar en positivo se convierte en una trampa emocional

Vivimos en una época donde parece que sentirse bien es una obligación, no una posibilidad. Basta con abrir Instagram o cualquier libro de autoayuda para encontrarse con frases como “tú puedes con todo”, “si lo sueñas, lo logras”, o “la actitud lo es todo”. Y claro, ¿quién va a estar en contra de tener una buena actitud? Nadie. El problema empieza cuando ese pensamiento positivo se vuelve una especie de mandato, una camisa de fuerza emocional. Es lo que muchos ya conocen como positivismo toxico.

Este concepto describe una visión forzada y excesiva del pensamiento positivo, donde se niega cualquier emoción que no sea alegría, entusiasmo o gratitud. Da igual si estás triste, estresado, enfermo o agotado: la respuesta que recibes es “ánimo”, “todo pasa por algo”, “agradece lo que tienes”. Es como si estuviéramos viviendo dentro de una película de Disney mal escrita, donde solo hay lugar para sonreír. Y no solo eso: si no sonríes, si te quejas, si te sientes mal, entonces eres tu el problema.

El positivismo tóxico tiene un efecto perverso: convierte el dolor en culpa. Porque si “todo depende de ti” y tú no estás bien, entonces algo estás haciendo mal. Si te enfermas, es que no piensas lo suficiente en salud. Si no consigues tus metas, es porque no visualizaste con la fuerza adecuada. Si te sientes vacío, es porque no agradeces lo que tienes. Es una lógica muy parecida a la de un casino emocional: la casa siempre gana, y si pierdes, es por tu culpa.

Un caso emblemático de este pensamiento lo encontramos en libros como El Secreto, de Rhonda Byrne, que popularizó la llamada “ley de la atracción”. Según esta visión, todo lo que te sucede es el resultado directo de tus pensamientos. Si piensas en éxito, atraerás éxito. Si piensas en enfermedad, atraerás enfermedad. La idea puede sonar bonita, casi mágica, pero también peligrosa. Porque tras esa promesa de empoderamiento se esconde una carga brutal de autoexigencia. ¿Cómo le explicas a alguien que ha perdido un trabajo, o que sufre una depresión, que lo que le pasa es culpa de su forma de pensar?

También se cuelan aquí algunas reinterpretaciones modernas del estoicismo. Los estoicos clásicos, como Epicteto o Marco Aurelio, no negaban el sufrimiento. Al contrario: lo reconocían como parte inevitable de la vida y enseñaban a manejarlo con serenidad. Pero en redes sociales y gurús de autoayuda, a veces se transforma en una especie de masculinidad emocional blindada, donde mostrar dolor es visto como debilidad. Una especie de “aguanta y sigue” sin pausa, sin reflexión, sin contacto real con uno mismo.

Y el fitness, por supuesto, no se queda fuera de esta película. De hecho, es uno de los escenarios donde el positivismo tóxico se representa con más fuerza, con su propia banda sonora de frases cortas y eslóganes con sudor. “No pain, no gain”, “el dolor es solo debilidad saliendo del cuerpo”, “sin excusas, sin descanso”. Lo que en un principio podía ser motivador, se ha convertido en un imperativo casi militar. No entrenas por salud o bienestar, entrenas porque si no lo haces estás fallando como persona.

En este contexto, descansar es de flojos, parar es rendirse, y no progresar cada semana es casi un pecado capital. Lo curioso es que muchos de estos discursos que se venden como «autoayuda» acaban siendo autoagresión camuflada. Personas que entrenan con lesiones, que no respetan su energía, que se miden con estándares irreales porque “si fulano puede, tú también”. Como si todos viviéramos con el mismo cuerpo, las mismas condiciones, el mismo tiempo libre y la misma genética.

Las redes están llenas de entrenadores que repiten: “sin excusas”, «si no tienes ganas de entrenar entrena sin ganas», “Lo único entre tú y tus resultados es tu actitud”. Y no es cierto. Entre tú y tus resultados hay sueño mal dormido, jornadas de trabajo maratonianas, ansiedad, hijos, condiciones médicas, miedo, ciclos hormonales, edad, motivación variable. Todo eso también es parte de la ecuación, pero rara vez se dice. Porque decirlo rompe la fantasía de control absoluto, y eso vende menos.

Es fácil caer en esa trampa. Uno empieza queriendo cuidarse y termina castigándose. Empieza queriendo sentirse bien y acaba midiéndose solo en repeticiones, calorías y rendimiento. Como si el cuerpo fuera una máquina y no algo imperfecto que también llora, se cansa, se cae.

En vez de permitirnos sentir, el positivismo tóxico nos empuja a fingir. Como si todo el mundo estuviera en una fiesta eterna y tú fueras el único que no sabe bailar. Pero a veces, solo a veces, estar mal es una respuesta completamente lógica. Una forma de gritar que algo no va bien. Y ese grito merece ser escuchado, no tapado con una sonrisa forzada o con otra serie de sentadillas.

Entradas relacionadas:

Deja un comentario

SIGMADIEZ