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Fanatismos y su ocaso

Un hecho curioso de la libertad, es que, al igual que la belleza, a veces se encuentra donde menos se espera o en el último sitio donde se buscaría. Al igual que una persona fuera de sí necesita un espasmo violento para que su mente recobre la cordura, la guerra con Alemania hizo despertar al pueblo ruso del trance hipnótico de la tiranía.  En palabras del historiador Mijail Gefter, se produjo una desestalinización espontánea. Una persona sometida a los caprichos del destino, inesperadamente, cara a cara con la muerte, halla la libertad para ganar control  de sí misma. [i]

La gente estaba más dispuesta a luchar cuando identificaba la causa  con la defensa de una comunidad en particular y no  con ideas abstractas de la madre patria soviética.

Para mucha gente, la guerra fue la época de la liberación del miedo al régimen. Ya no tenían que actuar reparando en todo momento en las consecuencias políticas de sus acciones. Ya no se producían detenciones aleatorias y se produjo una relajación del control del régimen político e incluso religioso. A partir de 1944 la familia empezó a recuperar sus costumbres religiosas y los hijos comenzaron de nuevo a bautizarse.

La gente ya no tenía miedo y apareció la libertad de expresión. Hablaban abiertamente de la pérdida de sus parientes, de sus sentimientos y opiniones de manera en la que antes hubiera sido imposible. En consecuencia, las instituciones estalinistas se fueron debilitando.

Casi ningún soviético había estado nunca fuera del país y la propaganda política les había  dado una visión muy restringida del mundo exterior. El encontrarse con el estilo de vida europeo supuso un shock emocional para los soldados. Vieron comercios mejor abastecidos y granjas privadas que, a pesar de la guerra, estaban en mucho mejor estado que las granjas colectivas soviéticas. Ya ninguna propaganda podía disuadirles de lo que estaban viendo con sus propios ojos. Incluso aplastados, los alemanes viven mejor que nosotros, exclamó el joven poeta Konstantin Simonov.

En esa época de apertura espiritual, la gente empezó a plantearse  los principios y valores del régimen. Tras  la guerra, la máquina de la propaganda trató de engatusar de nuevo a la población para que se preparase  para otro periodo más de sacrificio endulzado con vagas promesas,  pero la mayoría de la gente ya no tenía razones para creer esas promesas. [ii]

El conjunto de estos hechos supuso una abertura hacia el exterior y que los ciudadanos despertasen  del hechizo de la tiranía.

Muchos han querido destruir la belleza del mundo para convertir la tierra en un seminario de moralidad. Pero al igual que un músculo no puede permanecer contraído al máximo todo el tiempo, ni una pasión estar siempre en su punto más álgido, las dictaduras del espíritu no han podido conservar permanentemente su despiadado radicalismo.

Las verdades se pueden difundir, pero nunca imponer. Ninguna doctrina será más cierta porque se grite o se encolerice. Ninguna debería imponerse artificialmente recurriendo a la brutal propaganda.

Por ello nunca ha sido posible imponer de modo dictatorial una única religión, una única filosofía o una forma de ver el mundo, pues el espíritu siempre sabe resistirse a cualquier servidumbre. Ninguna época ha podido ser tan bárbara, ni ninguna tiranía tan sistemática, como para que algunos individuos no lograsen escapar de la violencia ejercida sobre las masas y defender el derecho a una opinión personal. [iii]

Por muchos Torquemadas que manden a cientos a la hoguera, por muy bien engrasada que esté la guillotina, por muchos trenes que transporten a ganado humano a la fría Siberia, lo humano es invariable. El hombre ha podido vivir siempre, incluso en tiempos de fanatismo. Por mucha muerte y tortura que haya a su alrededor, no podrán perturbar la claridad y la humanidad de los Erasmos, los Voltaires, los Castiglione y los Montaignes. Cuantas más cabezas corten, más volverán a salir.[iv]

Todo fanatismo se vale de polarizar la sociedad para imponer su idea propia de universo como única forma de ley permitida. Eso infunde una serie de dogmas en sus fieles que provocan una cerrazón mental tan grande que aprisiona su alma de tal modo que el pobre prisionero no se da cuenta de que está encerrado. La única manera de vencer este dogmatismo cerrado es aprender a pensar, mirar para adentro y ser consciente de uno mismo y de sus certezas. Si sabes que gran porcentaje de lo que tiendes a pensar con certeza, probablemente es falso o una mera ilusión, puedes alejarte del embrujo de este dogmatismo que embriaga el alma.

El mundo gira constantemente y con el paso de las generaciones, el sistema desecha lo que le paraliza. Las autocracias, las tiranías y las dictaduras sólo suponen una pequeña corrección a corto plazo tras la cual, el mundo se impulsa con más energía.

Dante conoció, como nadie, la índole de los tiranos y sabía exactamente el castigo que merecían. Por eso los situó entre los violentos contra el prójimo, a quienes castiga en el Séptimo Círculo, por inmersión en sangre hirviendo. Miguel Ángel decía que quien mata a un tirano, no mata a un hombre, sino a una bestia dado que estos carecen de amor por el prójimo como todo hombre debe sentir. Por lo tanto no tienen inclinaciones humanas sino de bestias.

Pero no se nos debe olvidar que el devenir histórico no es un continuo avanzar en base a progreso y desarrollo. Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia, que siempre adquiere nuevas formas. Cuando los individuos consideran la libertad como algo habitual y no como el don más sagrado, de la oscuridad del mundo, surge de nuevo un misterioso deseo de violentarla.

Kant nos advirtió que el género humano en su conjunto efectúa pequeñas oscilaciones y que nunca dio un paso adelante sin retroceder poco después, con redoblada velocidad a un estado anterior. Eso es justamente la roca de Sísifo[v].          

Siempre que la humanidad ha disfrutado de períodos de paz durante demasiado tiempo, le sobreviene una peligrosa curiosidad por la embriaguez de la fuerza y el apetito por la guerra. De una manera incomprensible la historia provoca retrocesos que hacen que se derrumben los muros de la justicia adquiridos por herencia. Luego, una vez más, los despotismos se enfrían o envejecen y comienza un nuevo ciclo. [vi]

Los argumentos de esta vez hemos sido vencidos, la próxima vez venceremos grabados a fuego en la mente de los fanáticos machacan durante años con palabras y versos hasta que se convierten en un arma para alcanzar al odiado enemigo en el corazón. Estos fanáticos están constantemente recordando la derrota y la victoria futura, abriendo viejas heridas cada vez que están a punto de cicatrizarse. Sacudiendo constantemente a la juventud cuando esta iba a reconciliarse.

La idea flota perenne en el aire hasta que encuentra una nueva mecha en la que prender. El entusiasmo, con el furor del incendio de un bosque llega a todo un pueblo, a la nación entera, donde se transmite repentinamente de alma en alma arrastrando de nuevo  a miles de personas en el huracán de su ilusión. Una ilusión donde el sosiego de las almas de repente se convierte en tumulto. Donde los ideales en forma de palabra, fe, idea o cualquier otra cosa siempre intangible, invisible o inalcanzable, dan alas a un mundo pesado y lo eleva hasta las estrellas. No importa el holocausto de qué idea se consuman esas almas. [vii] La mecha ha ardido y ha comenzado de nuevo el ciclo del tirano.

A finales del siglo XIX la mayor parte de los europeos gozaban de los grados más altos de libertad individual para, pocos años después, sufrir su nivel más bajo en siglos.

Antes de la Gran Guerra, Europa, o gran parte de ella,  vivía en la Edad de Oro de la seguridad. El estado era la garantía suprema de la seguridad otorgando a sus ciudadanos los derechos necesarios, garantizados por el Parlamento. La moneda estaba respaldada por el oro, que garantizaba su invariabilidad y todo el mundo sabía lo que tenía, lo que podía hacer y lo que tenía prohibido.

En aquella época, todo lo radical y violento parecía imposible.

El siglo XIX estaba convencido de ir por el camino correcto y ser el mejor de los mundos posibles. Atrás quedaban guerras, hambrunas y revueltas a las que se las miraba con desprecio.

La ciencia y la técnica ofrecía constantemente nuevos milagros y la gente creía en la palabra progreso más que en  la  Biblia.

Las personas se hicieron más sanas y fuertes con la popularización del deporte y de las calles empezaron a desaparecer los lisiados y enfermos. Se creía tan poco en que una nueva barbarie asolará Europa como en fantasmas o brujas.

El buque insignia era el humanismo, a través del cual la humanidad lograría la paz y la seguridad.

En esta conmovedora confianza en poder asegurar la vida hasta sus más pequeños detalles  y contra cualquier tipo de aleatoriedad, se escondía como ave de rapiña una gran y peligrosa arrogancia.

Poco tiempo después, esos ciudadanos cegados por el idealismo y el progreso técnico tuvieron que dar la razón a Freud cuando afirmaba que la cultura y la civilización la conforman tan solo una capa muy fina, que en cualquier momento puede ser perforada por fuerzas destructoras del infierno. [viii]

Ese mundo cayó aniquilado como un castillo de naipes por la peor de todas las pestes, el nacionalismo, que envenena todo lo que toca hasta pudrirlo. Ni siquiera en sus pesadillas más oscuras la gente podría soñar hasta qué punto era peligroso este demonio.

Tras las dos guerras mundiales que acontecieron después, el espíritu de Europa cogió un nuevo impulso de progreso que dura hasta la actualidad. Un espacio sin guerras desde 1953 hasta la actualidad supera con facilidad el récord anterior de 38 y 44 años del siglo XIX. Pero un sector cada vez más grande de la población parece que se ha olvidado de ese peligroso pasado.

***

Ha comenzado una nueva batida contra los  que piensan libremente. Una especie de dictadura de pensamiento unilateral. Nadie aspira a comprender al otro sino a imponer su propio criterio como una marca de fuego. Contra los que no van a favor de la manada, se dirige un odio doblado. El pensamiento ha caído hasta el delirio colectivo. Como en otros tiempos, los sabios ya no luchan entre ellos con folletos y cartas elegantes, sino que se arrojan los unos contra los otros como si estuviesen en un mercadillo de modo grosero y ordinario. [ix]

Se regocijan jugando con ideas peligrosas pareciendo haber olvidado esa aleatoriedad, que en un momento, puede arrancarles de su alma su bien más preciado, su libertad, y arrojarles de nuevo a esas fuerzas del infierno.

Es nuestra labor, desde nuestro propio interior pensar a través de la razón y del humanismo. No esperes que el mundo cambie si no empiezas cambiando tú. Los cambios impuestos desde fuera hacia adentro no perduran. Piensa libremente, razona, sirve de ejemplo para tu círculo más cercano. Poco a poco podrás ir observando los cambios que eso produce.

Abre tu mente a nuevos pensamientos y exponte a todo tipo de ideas. Es el único modo de avanzar. Este es un punto clave sobre el cual volveremos muchas veces a lo largo del libro.

La libertad puede dar miedo. Puede ser hermosa y terrible a la vez. Puede que la libertad más absoluta conduzca al caos, pero no podemos olvidar que, sin ella, nuestro carácter humano deja de tener sentido  y nos convertimos en títeres a expensas de los traidores del espíritu.


[i] Figes, O. (2009) Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin. Editora y Distribuidora Hispano Americana S.A.

[ii] Ibíd.

[iii] Zweig, S. (2012) El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Ed. 1. Acantilado

[iv] Zweig, S. (2012) El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Ed. 1. Acantilado

[v] ¿Qué es la Ilustración? De Kant

[vi] Zweig, S. (2012) El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Ed. 1. Acantilado

[vii] Zweig, S. (2012) Castellio contra Calvino: Conciencia contra violencia. Ed. 1. Acantilado

[viii] Zweig, S. (2012) El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Ed. 1. Acantilado

[ix] Zweig, S. (2011) Erasmo de Rotterdam. La tragedia de un humanista. Ediciones Paidós

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