El siguiente artículo es un fragmento de mi libro El día que el mundo cambió
La realidad que vivimos cada día está dominada por la emoción del miedo y mientras los seres humanos se sigan aferrando a su ego, ese cambio no tendrá un efecto a nivel global.
El ego es un concepto difícil de entender y por eso a lo largo de la historia se le ha intentado dar una definición satisfactoria. Kant lo entendió como una entidad donde se incluía cada representación mental que la persona llevaba a cabo. Para Sartre era una parte más de la conciencia. Para Freud el ego era la representación de la realidad y la razón. Quien controla las pulsiones del ello intentando satisfacerlo de un modo socialmente apropiado.
Si el ego nos domina, la opinión que tenemos nosotros mismos está distorsionada, el verdadero yo se aleja y la tarea de conocerse a uno mismo se complica. En este estado nos creemos superiores y no vemos la realidad tal y como es. En muchos casos, la consecuencia de esto suele ser un comportamiento con tendencia al narcisismo y al egoísmo.
Para ilustrar esto con un ejemplo, voy a recurrir a uno de los autócratas con el ego más desmedido que ha sufrido la humanidad. Si tuviera que describir todos los episodios en los que el ruso Iósif Stalin se dejó dominar por su ego, probablemente saldría un libro con varios volúmenes, pero hay uno en concreto muy revelador, ya que supuso su propia muerte.
Meses antes de su muerte, Stalin se había inventado una enorme conspiración internacional que relacionaba a los judíos soviéticos de la profesión médica, la organización del partido de Leningrado, la MGB y el Ejército Rojo con Israel y Estados unidos. Esta invención de su mente se saldó con cientos de médicos y funcionarios del MGB arrestados y torturados para arrancarle confesiones que no existían en realidad.
En plena histeria colectiva, Stalin sufrió un ataque al corazón que lo mantuvo inconsciente durante cinco días antes de morir. Se podría haber salvado si los médicos lo hubieran atendido el primer día, pero tras la Conspiración de los Médicos ninguno se atrevió a tomar la iniciativa. El propio médico de Stalin fue torturado por decir que el líder debería descansar. Si el tirano despertaba del coma y veía médicos a su alrededor, podría considerar eso una grave deslealtad. [x]Por este hecho, murió solo en su habitación. Su ego no le dejaba ver más allá de su autoimpuesta grandeza y por ello eliminaba todo aquello que le llevaba mínimamente la contraria.
Toda persona tiene a su alrededor una serie de obstáculos que intentan constantemente limitar su pensamiento y por lo tanto, su libertad. Nos limita la patria, que nos separa de los demás pueblos. Nos limita el idioma restringiéndonos el pensamiento. Nos limita la religión que nos impide entender la fe ajena. Nos limita el carácter con un sinfín de prejuicios. El aislamiento es casi inevitable. No se comprenden los pueblos, ni las razas, ni las confesiones, ni los individuos porque todos están aislados y solo experimentan por separado una parte de la vida. Una parte de la realidad que cada uno considera como cierta.
Sin embargo con la observación de la mente estamos cambiando esto. Si aprendemos a pensar, estaremos ejercitando un cierto control sobre qué y cómo hacerlo. Cuanto más conocimiento adquiramos, más apriscos de la mente estaremos eliminando y menos nos identificaremos con ese ego perverso.
La mente contemplativa, al contrario que la egotista, nos dice que respetemos a las otras criaturas incluso de insectos o criaturas que no nos gustan. Aunque estas criaturas estén molestándome, tienen derecho a vivir. Así es la mente humana cuando reflexiona y lo mismo se aplica a los estados mentales desagradables. [xi]
La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo, dice Spinoza[xii]. Cuando al individuo le embarga una emoción negativa, el primer impulso es identificarse con ella y dejarse llevar. El camino debe ser todo lo contrario. En lugar de enfadarte obsérvate. Observa cómo se acelera el pulso, cómo se activa el sistema nervioso simpático y cómo el elefante lo único que quiere es ponerse a dar trompazos a diestro y siniestro sin tener en cuenta las órdenes del jinete.[xiii] Observa todo eso y tómate tu tiempo para actuar.
El dolor es una reacción natural del cuerpo ante un suceso inesperado y molesto y desagradable. Si fallece un ser querido o si nos quedamos sin trabajo, es normal sentir cierto dolor. Este dolor muchas veces supone un aprendizaje personal, algo legítimo y necesario para vivir. Desde el mismo momento en el que estamos expuestos a la vida, tenemos que aceptar que el dolor nos puede llegar en cualquier momento, lo queramos o no.
En cambio, el sufrimiento es un estado que nosotros creamos como una resistencia a ese dolor. Sufrimos por lo que ha ocurrido o por lo que ocurrirá en el futuro. Sufrimos por nuestra interpretación de la vida, muchas veces distorsionando la realidad. Nos resistimos a aceptar el aprendizaje que nos deja el dolor aferrándonos a nuestras emociones negativas y eso hace que el sufrimiento pueda durar toda la vida, aunque el hecho que lo provocó ya haya pasado.
Schopenahuer, que iba un poco más allá, postulaba que el conjunto de la existencia humana apunta al sufrimiento como verdadero rasgo determinante de la misma.[xiv]
Cuando nos sumimos en el sufrimiento, nos ponemos rápidamente en la posición de víctima. Sentimos que la vida no nos da lo que merecemos, nos sentimos débiles, impotentes o echamos la culpa a otras personas de lo que nos pasa. Sufrir es más fácil que actuar, diría Bert Helliger
Séneca distinguía muy bien entre dolor y sufrimiento cuando decía lo siguiente: Considera cuán vehementes son los sentimientos de los animales y sin embargo, cuán cortos. Cuando la fiera ha vuelto algunas veces a su guarida despoblada por el cazador, y siguiendo los rastros de sus cachorros, ha recorrido el bosque, en muy poco tiempo extingue su rabia. Las aves lanzan agudos fritos alrededor de su despojado nido y en pocos momentos después se calman y emprenden el acostumbrado vuelo. Ningún animal lamenta por mucho tiempo la pérdida de sus hijos, si no es el hombre, que ayuda a su dolor, no siendo su aflicción como la experimenta sino como se la propone. […] El fuego quemará a todos, el hierro tendrá sobre todos los cuerpos su propiedad de cortar. Pero la pobreza, el luto o la ambición impresionan a unos y a otros según influye en ellos la costumbre, haciéndonos débiles y cobardes.[xv]
Se suele atribuir a Nietzsche la frase lo que no te mata te hace más fuerte, aunque en realidad es una adaptación de la frase original: lo que no te mata te hiere de gravedad y te deja tan apaleado, que luego aceptas cualquier maltrato y te dices a ti mismo que eso te fortalece. [xvi] Por eso, la frase adaptada es solo es una verdad a medias. Para poder salir fortalecido de un hecho traumático sin racionalizarlo es necesario un proceso paralelo de reflexión y aprendizaje que le otorgue sentido. Es necesario actuar y para ello debemos abrirnos al dolor, aceptarlo, expresarlo a otras personas si hace falta.
Muchas veces el dolor no es opcional, porque forma parte de la condición humana, pero es esa mente dualista la que crea el sufrimiento.
Los budistas utilizan la palabra dukkha para referirse a este sufrimiento, que significa incapaz de satisfacer. Algo que siempre está cambiando, incapaz de llenarnos completamente.[xvii] Ese sufrimiento que, empujaba a Miguel Ángel a un profundo estado de depresión continua y que, como veremos, el mismo efecto le producía al alemán Nietzsche.
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El ego también tiene una relación directa con la felicidad. Filósofos, sacerdotes y poetas han tratado durante milenios el concepto de la felicidad y muchos de ellos han llegado a la conclusión de que los factores sociales o espirituales tienen tanto impacto sobre ella como los materiales. La felicidad mide un bienestar subjetivo, algo que sientes en tu interior o un placer inmediato y por lo tanto, no se puede medir desde fuera. Por ello, muchos de estos pensadores ya se dieron cuenta hace miles de años que, estar satisfecho con lo que se tiene es mucho más importante que obtener más de lo que se desea[xviii]. Todo aquel que elige lo segundo, es bastante probable que se mantenga en un estado de perpetua insatisfacción y por lo tanto, infelicidad.
Schopenhauer argumentaba que la vida es como un péndulo que oscila entre dos extremos: el sufrimiento y el tedio. El querer y su satisfacción. Mientras queremos algo sufrimos por la carencia específica que aquello supone y cuando tal querer es satisfecho, surge algo peor que el malestar: el aburrimiento, el cual nos hace sentir el vacío de la voluntad desocupada. No obstante, la rueda de Ixión jamás se detiene, pronto aparecerá un nuevo deseo acompañado de un nuevo dolor. Y su satisfacción volverá a mostrarse vana para calmar la sed de voluntad. Una voluntad que nunca encuentra un objeto que satisfaga su querer porque, en realidad, no quiere nada y en el mundo fenoménico se limita a aparentar un querer. El dolor del mundo es, en último término, la manifestación del absurdo de una voluntad incapaz de querer.
Las personas se embarcan a menudo en una persecución compulsiva de gratificaciones para el ego y de cosas con las cuales identificarse para llenar el vacío que sienten dentro. [xix]
Si eligen adorar el dinero y los bienes materiales nunca tendrán suficiente. Si eligen adorar su cuerpo siempre se verán feos. Si eligen venerar el poder terminarán débiles y cada día necesitarán más poder para no verse amenazados por los demás. Si eligen venerar su intelecto terminarán sintiéndose estúpidos. Lo más terrible de todas estas formas de adoración, no es que sean malas, sino que son automáticas. El funcionamiento por defecto. Tener cosas, poder y estatus, puede sin lugar a dudas ayudar a las personas a llevar una vida más cómoda, pero no pueden darnos una vida más feliz. La felicidad, el verdadero gozo, viene del ser, no del tener.
Los seres humanos estamos hambrientos de tener. Tenemos hambre de aprobación, hambre de atención, hambre de afecto. Tenemos hambre de libertad para aceptar la vida, conocernos y ser realmente nosotros mismos. Pero esa hambre, atrae una serie de consecuencias asociadas, sobre todo si no se sabe gestionar bien y una de las consecuencias principales es nuestra propia victimización, que precisamente surge del miedo.
El victimismo procede del interior. Nadie puede convertirnos en víctimas excepto nosotros mismos. Muchas veces, a través del sufrimiento, nos aferramos a nuestra propia victimización y desarrollamos una mentalidad de víctima. Una forma de pensar rígida, culpabilizadora, pesimista, atrapada en el pasado, implacable y castigadora fuera de los límites saludables. El monólogo interior hace que nos convirtamos en nuestros propios carceleros
Me viene a la mente una frase de David Foster Wallace, en la que dice que no es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntándose a la cabeza. Intentan liquidar al tirano[xx]. A esa mente que les empuja a la satisfacción inmediata de sus más primitivos impulsos
No sabemos a dónde vamos, no sabemos qué va a pasar pero nadie puede quitarnos aquello que ponemos en nuestra mente, ya sea bueno o malo.
Elige conscientemente en lo que prestar atención y en lo que centrar tus pensamientos, porque la libertad implica atención, conciencia y disciplina.
[i] El tercer chimpancé de Jared Diamond
[ii] Génesis en África de Robert Ardrey
[iii] Fragmento de Colapso, de Jared Diamond
[iv] Fragmento de El instinto del lenguaje, de Steven Pinker
[v] El tercer Chimpancé, de Jared Diamond
[vi] Fragmento de Colapso, de Jared Diamond
[vii] El tercer chimpancé de Jared Diamond
[viii] Extracto de la carta escrita por el jefe Seattle de la tribu duwanish de indios americanos al presidente Franklin Pierce en 1855 contenido en el libro, El tercer chimpancé, de Jared Diamond
[ix] Ibíd.
[x] Figes, O. (2009) Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin. Editora y Distribuidora Hispano Americana S.A.
[xi] Las cuatro nobles verdades del budismo
[xii] Spinoza, B (2011) Ética: demostrada según el orden geométrico. Alianza Editorial
[xiii] La parte racional de las personas es “el jinete“. Es quién toma las riendas y piensa a dónde ir. La otra parte, la emocional, es “el elefante“. Esta entente entre jinete y elefante es una propuesta del psicólogo Jonathan Haidt para entender el comportamiento humano
[xiv] El arte de sobrevivir, de Arthur Schopenhauer
[xv] Carta de consolación a Marcia – Séneca
[xvi] El crepúsculo de los ídolos. Nietzsche. 1889
[xvii] Tolle, E. (2013) El poder del ahora. Una guía para la iluminación espiritual. Gaia
[xviii] Harari, Y.N (2014) Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad. Ed.1 Debate
[xix] Tolle, E. (2013) El poder del ahora. Una guía para la iluminación espiritual. Gaia
[xx] David Foster Wallade, Discurso de la ceremonia de graduación del Kenyon college (2005)