El silencio posee un halo mágico de misterio donde surge la paz interior, donde se forja la creatividad y de donde nace el autoconocimiento. Desde pequeño siempre he buscado arroparme junto a su regazo como sistema de defensa natural ante el parloteo constante y el ruido con el que la sociedad actual nos embriaga a diario.
La búsqueda del silencio se ha convertido para la humanidad en una imperiosa necesidad que abarca desde el inicio de los tiempos. Prácticamente en todas las culturas antiguas y en todas los periodos de la historia hay registros de gente que realizaba titánicos viajes espirituales en pos del silencio y la soledad, abandonando toda su vida conocida para instalarse en el desierto, las montañas o en la profundidad del bosque. Grandes hombres, como Pitágoras, decían escuchar en el silencio el sonido de los grandes orbes del universo.
“Jamás di con una compañía más acompañadora que la soledad. Las más de las veces solemos estar más solos entre los hombres que cuando nos encerramos en nuestro cuarto. Por lo común la compañía es poco valiosa. Nos encontramos a intervalos muy cortos, sin haber tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo que ofrecernos unos a otros. Hemos tenido que convertir una serie de reglas que llamamos de etiqueta y cortesía para hacer este encuentro frecuente tolerable y para evitarnos una guerra declarada”
Henry David Thoreau
Cuando era pequeño adoraba los momentos de soledad. Simplemente hacer una hoguera en la vieja cocina de mi abuela y sentarme a contemplarla se convertía en “mi momento”. Una especie de meditación inconsciente que me invitaba a pensar. Ahora busco el silencio durante los primeros compases del día cuando el resto duerme. Al meditar en silencio siento una sensación que no sabría explicar muy bien, pero que creo que todo el mundo debería encontrar.
Parece que creyésemos que el silencio es un símbolo de debilidad. Mucha gente intenta evitar por todos los medios el silencio porque, a nivel del subconsciente, conocen la amenaza que eso conlleva. Sienten miedo porque el silencio implica encontrarte cara a cara contigo mismo, conectarte con tu parte interior. El silencio nos obliga a reflexionar y muchas veces a escuchar lo que no queremos oír e incluso muchas veces nos pone cara a cara con nuestros propios fantasmas. Por eso es habitual que la gente quiera llenar ese silencio a toda costa.
El calor del hogar parece cargarse de fantasmas que se disuelven al encender la televisión o cualquier otro ruido de fondo. Ese simple gesto evita que nos sintamos solos y el encuentro con nosotros mismos. Las conversaciones con otras personas se llenan de muletillas de todo tipo para evitar unos segundos de silencio incómodo y esa música de fondo termina siendo aceptada por defecto por la sociedad.
“Un ser humano que no soporta su propia soledad está incapacitado para estar en tranquilidad consigo mismo”
Séneca
Cualquiera puede hablar de sí mismo. La mayoría de la gente es buena para dar bombo y vender cosas. Lo verdaderamente escaso en este mundo es el silencio y la capacidad de mantenernos de manera deliberada fuera de las conversaciones y subsistir sin su validación.
En el silencio podemos ser creativos gracias al vacío fértil que produce, nos permite conocer facetas de nosotros mismos que desconocíamos. Si muchas personas fueran capaces de buscar y de encontrar esos pequeños instantes que tenemos a nuestra disposición, comprenderían el poder sanador del silencio y la paz interior que nos otorga. Sólo de ese modo le perderían el miedo.
A veces sucede que en este proceso despiertas recuerdos de la infancia que creías olvidados o simplemente los reinterpretas dándole un nuevo significado. Resolver el pasado, estar satisfecho con él y dejar atrás todo lo malo que nos ha acontecido es una de las mayores contribuciones que podemos hacer para disfrutar el presente. Nos da seguridad, paz y confianza.
EL SILENCIO EN LA NATURALEZA
Una manera de buscar el silencio es dando largos paseos por la naturaleza. Cuando vemos un bosque, en realidad estamos viendo una extensión de nosotros mismos. Somos producto de la naturaleza y a consecuencia de nuestro pasado evolutivo tenemos una profunda afinidad con el bosque y la selva. Hemos surgido en la tierra por procesos naturales y orgánicos a través de la evolución y ese es el lugar al que pertenecemos.
Los japoneses utilizan lo que llaman Shinrin-yoku, que significa literalmente bañarse en el bosque, que no es más que sumergirse en la atmósfera que nos proporciona un bosque, escuchar el canto de los pájaros, el sonido del arroyo, oler el refrescante aroma que emana de la tierra mojada después de llover, observar los verdes tonos de las plantas mezclados y en definitiva aprovechar los beneficios que eso trae para nuestra salud, bienestar y felicidad.
Junto a la impasividad, calma y quietud de un árbol podemos encontrar un sitio perfecto para meditar en silencio, especialmente si se trata de un árbol con una larga historia que contar a lo largo de sus muchos años de vida. Los árboles tienen una presencia eterna, callada, inmutable, que nos vincula con su paz y que merece la pena conocer.
“Estudia las enseñanza del árbol del pino, del bambú y del cerezo florido. El pino es admirado por estar siempre verde con sus raíces firmes. El bambú es fuerte, flexible e indestructible. El cerezo florido es robusto, fragante y elegante”
Morihuei Ueshiba
Los árboles además emiten una serie de aceites naturales llamados fitoncidas como defensa natural contra las bacterias y los hongos. Estos aceites aumentan en su concentración cuando la temperatura es más elevada y lo percibimos a través del olfato. El olor a bosque tan característico es producto de este proceso. Hay estudios que determinan que los árboles también producen bacterias inocuas que aumentan nuestra energía y el funcionamiento cognitivo, especialmente relacionado con la memoria a corto plazo.
Cuando esas fitoncidas llegan al cerebro producen una reducción inmediata de cortisol, que es la hormona que regula el estrés, elevando también la concentración en sangre de células AK esenciales para la defensa del organismo. Por eso es muy importante cuidar de los bosques y permitir que estos cuiden de nosotros de esta manera. Cuanto más frondoso sea el bosque, más potente será su efecto curativo y cuanto más viejos sean los árboles más fitoncidas exhalaran.
Puede haber muchas distracciones cuando te adentras en un entorno natural, como el sonido de un helicóptero que vuela bajo y rompe la paz, el zumbido de los coches en una carretera próxima o cualquier otro sonido molesto, pero en realidad la peor de las distracciones es la que viene de nuestro interior. La distracción más poderosa está insertada en nuestra mente como un virus.
En ocasiones, es común caer en el error de idealizar la naturaleza. Los urbanitas modernos, acostumbrados a la selva de asfalto tienen la visión de la naturaleza como algo inmaculado y paradisiaco. Hacen “escapadas” a casas rurales en un ambiente totalmente controlado y, a efectos prácticos, similar al de la ciudad que nada tiene que ver con la esencia de la propia naturaleza. Los ecologistas por su parte la ven como lo perfecto, el ideal de belleza, exento de perturbaciones. Pero no podemos olvidarnos que ese ambiente ideal también lo componen cientos de enfermedades, insectos que transmiten la malaria, sequías y monzones que acabarían con nosotros, depredadores, parásitos….Y es precisamente la existencia de este tipo de cosas lo que hace que intentemos cambiar lo que nos rodea y proteger a nuestros hijos construyendo ciudades y sistemas de transporte y cultivo y en definitiva, todo tipo de comodidades que nos aíslen de aquello que nos quiere hacer daño. Si la naturaleza fuese más delicada con nosotros nos resultaría mucho más sencillo vivir en armonía con lo que nos dispone.
EL SILENCIO COMO ENEMIGO
Demasiadas personas tienen la necesidad en sus vidas de alejarse de todo y buscar un entorno tranquilo y en silencio para resolver sus propios problemas y disfrutar de una dicha ininterrumpida. Buscar un idílico retiro, una atalaya de tranquilidad que les aleje de sus vidas cotidianas. El problema es que esto no siempre sale bien. El vacío y la fragilidad que a veces deja al descubierto el silencio, pueden tener el efecto contrario al esperado porque enfrentarte cara a cara contigo mismo, si no estás preparado, puede resultar desastroso.
El silencio, como algo desconocido, como la oscuridad de la noche, puede dar mucho miedo cuando no se sabe gestionar de manera adecuada, pero si conoces a lo que te enfrentas es mucho más fácil de llevarlo y convertirlo en un gran aliado.
Por otro lado, es difícil vencer el parloteo mental que nos acribilla cada segundo de nuestros días, como un parásito que se incrusta en nuestra mente cuando intentamos encontrar ese silencio interior. Por eso, es tan importante meditar y trabajar la atención plena. Los pensamientos van a seguir fluyendo por tu cabeza, es imposible pararlos, pero puedes elegir no seguirles el juego y dejarlos pasar. Algo tan fácil como contemplar el brillante tillar de la llama de una vela puede ayudar a concentrarse.
El silencio también ayuda a escuchar la palabra de la persona que tienes enfrente cuando tiene algo que compartir. Siempre he dicho que hablar no te aporta nada, porque simplemente es decir de memoria lo que ya sabes, pero escuchando aprendes. Así, ese silencio se convierte en un acto de respeto y también nos ayuda a controlarnos en un momento dado para evitar soltar opiniones inoportunas o impertinentes.
En resumen y ya para finalizar, el silencio es muy importante, tanto practicarlo como saberlo gestionar. Nos ayuda a examinar y comprender nuestros sentimientos y también nos hace crecer en sabiduría. Pero es importante saberlo gestionar y utilizarlo en nuestro propio beneficio.
Para escribir este artículohe utilizado como base el libro “En busca del silencio” de Adam Ford y “12 reglas para vivir” de Jordan Peterson
“Siempre he dicho que hablar no te aporta nada, porque simplemente es decir de memoria lo que ya sabes,”
En mi opinión, dialogar si aporta, permite organizar los pensamientos, no es algo baladí y ayuda mucho a saberse expresar