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El nacimiento del arte y el espíritu creador

Stefan Zweig entiende el demonio como un remanente del caos original del mundo. Algo que desafía a los hombres creativos, poseídos por él y les arranca de las manos, a la fuerza, el timón de la voluntad de manera que son tambaleados por la tempestad y chocan contra las peñas de su destino.

El demonio es un fermento convulso que empuja al ser, a menudo tranquilo, hacia lo peligroso, hacia el exceso, al éstasis y hasta la anulación de sí mismo.La mayoría de las personas, de manera general sabe adormecer esa fuerza por medio del orden. Solo en momentos aislados ese cosmos interior entra en ebullición y lo domina hasta en las existencias más tiviales y sobre todo en el alma, donde reina esa fuerza que sale del cuerpo.

En cambio, en toda persona con un espíritu creador hay una inquietud que le hace marchar siempre hacia adelante, descontento con su trabajo. Todo cuanto nos eleva por encima de nosotros mismos, de nuestros intereses personales y nos lleva, llenos de inquietud, hacia interrogantes peligrosas, lo debemos de agradecer a esa porción demoniaca que llevamos dentro.

“Así como los hombres arrancan sus más preciosos metales de las tenebrosas profundidades de las minas, entre los peligros del grisú, muy por debajo de la superficie donde la vida transcurre segura y tranquila, así el artista consigue sus verdades más resplandecientes, sus últimos conocimientos, sólo de los abismos más peligrosos de su naturaleza” Ese demonio se apodera de estos hombres que no saben domarlo a tiempo y con sus manos les arranca la voluntad arrastrándolos como un buque sin timón. La inquietud siempre es el primer síntoma. Inquietud en la sangre. Inquietud en los nervios. Inquietud en el espíritu. Ese demonio interior, no puede alcanzar la inmensidad si no es destruyendo todo lo terrenal por lo que el cuerpo que lo encierra se dilata primero y luego estalla por la presión interior.

Todo espíritu creador cae facilmente en la lucha contra el demonio. Cuando este reina como amo y señor en el alma del poeta, surge un arte de embruiaguez, de exaltación, convulso y de borrachera. La tensión creadora es tan terrible para el pobre huesped que se olvida de comer, se olvida de dormir, se olvida de su propia vida. Aquel a quien el demonio estrecha su puño, se ve arrancado de la realidad.

Cuando la ciudad de Siracusa fue conquistada, los soldados penetraron en ella y empezaron a saquearla. Uno de ellos entró en casa de Arquímedes encontrando a un matemático en medio de su jardín donde con su bastón dibujaba figuras geométricas. Entonces se abalanzó sobre él con la espada desnuda y el pensador solo, poseído por ese demonio y en estado de concentración creadora solo murmuraba: “no alteres mis círculos”. No se había perdacado de los gritos vencedores ni los estertores de sus compatriotas asesinados. No sabía que el enemigo había ocupado la ciudad. En aquel instante de extrema concentración no estaba en Siracusa , estaba en su problema matemático.

Cada vez que surge algo que antes no existía, como por ejemplo cuando nace un niño, nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural. Como un milagro creado por un Dios ajeno. Cuando ese algo no tiene una duración determinada sino que tiene fuerza para sobrevivir a nuestra propia época y a todos los tiempos por venir, ese milagro solo aparece en la esfera del arte.

De repente el artista ha creado de la nada algo que es más persistente que la madera o que la piedra y por encima de todo, más persistente que nuestra propia vida. Por medio de él, lo inmortal se ha hecho visible a nuestro mundo transitorio.

Cuando el demonio posee al artista, este no tiene tiempo ni lugar de observarse a sí mismo cuando se halla en el estado apasionado de la creación. Un estado al que los griegos se referían como ekstasis, que no significa otra cosa que “fuera de sí mismo” y que hace que el artista no se encuentre en otro sitio que en su obra

Un día un amigo de Balzac entro en su estudio. Balzac, que estaba trabajando en una novela se levantó de golpe, tomó a su amigo por el brazo y le dijo con lágrimas en los ojos “¡Qué horror! La duquesa de Langeais ha muerto”. Su amigo nunca había oido hablar de tal princesa, que no era sino una de las figuras de la novela de Balzac. Salvando todas las distancias y sin querer compararme con Balzac, es algo que yo he experimentado en la creación de una de mis novelas.

Toda creación debe materializarse y convertirse en materia para que la comprendamos. Una flor no es todavía una flor cuando permanece encerrada en su capullo o su germen bajo la tierra. Solo lo es cuando se despliega visiblemente su forma y color

A veces pasa que durante el proceso de creación, esa lucha contra el demonio que quiere salir se convierte en una lucha encarnizada y a muerte. Beethoven por ejemplo luchaba contra su genio como Jacob con el ángel, hasta que le concediese lo último y supremo. Sufría todos los dolores terrenales posibles antes del alumbramiento. Garabateaba mil páginas, introducía cambio tras cambio, con rasgos salvajes ensuciaba toda la hoja y empezaba de nuevo, siempre insatifecho y ansioso por un mayor grado de perfección. En cambio Mozart era todo lo contrario. Su proceso de creación era bienaventurado, sin apenas trabajos preparatorios ni apuntes. No le hacía falta buscar la melodía sino que esta venía a él. Mozart juega con su arte como el viento con las hojas. Bethoven lucha contra la música como Hércules y la Hidra. En cambio, el resultado final era perfecto y armonioso en ambos casos.

Goethe, el gran autor alemán, empezó su drama Fausto a los 18 años y lo terminó con 82. En cambio Lope de Vega era capaz de escribir un drama en 3 días sin detener la pluma.

En los últimos años de su vida, Van Gogh pintaba hasta 3 y a veces 4 cuadros por día. Aún no se había secado el primero y ya había acabado el segundo. En cambio Leonardo dedicaba a un solo cuadro, su Mona Lisa, dos o tres años, una sola hora al día o como mucho dos.

A veces ese demonio no sigue al artista a lo largo de toda su vida en un estado permanente de creación, sino que muchos artistas no son capaces de escribir ni siquiera una línea cuando no se sientes llamados por él. Hasta un músico como Richard Wawner sufría semejantes épocas de vacío absoluto. Durante 5 años en la mitad de su vida, cuando ya había producido Thanhauser y Lohengrin, se sintió incapaz de escribir un solo compás de música.

Todo camino que conduce a la perfección es adecuado y cada artista no debe ir por más que por el suyo propio. Sería interesante participar en el secreto de creación de una obra. Admirar un cuadro de Rembrant por ejemplo y a su vez ver los dibujos y los croquis, los esbozos correspondientes y lo que ha rechazado el autor o lo que ha colocado en la obra.

Nunca comprenderemos una obra con solo mirarla. Ninguna obra de arte se manifiesta con toda su grandeza y profundidad. Cada obra de arte quiere ser conquistada, como una mujer antes de ser amada. Cuanto más nos esforzamos por penetrar en el ministerior personal del autor, más nos acercamos al demonio de su arte.

Este artículo lo he escrito utilizando como base “El misterio de la creación artística” de Stefan Zweig y “La lucha contra el demonio” del mismo autor. ambos libros muy recomendables

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