En una ocasión escuché que el cerebro humano necesita constantemente estar aprendiendo cosas para luchar contra el tiempo y el paso del mismo y que de esta manera se consigue ralentizar. Esto puede ser cierto, si no partimos de la base de que el tiempo no existe. De hecho, a día de hoy ningún científico sabe por qué envejecemos ni por qué se oxidan las células.
Sea cierto o no, personalmente me gusta estar en constante evolución. Siempre estoy buscando información nueva y quizá esa sea una de las razones por las que me guste escribir ya que el largo proceso de documentación que hay que llevar a cabo para escribir un libro requiere mucho aprendizaje.
Nietzsche reprodujo en una de sus obras el juego de palabras latino “aut liberi, aut libri” (o hijos o libros), ambos son información que se transmite a lo largo de los siglos. Taleb por su parte dice que la antifragilidad de un sistema proviene de la mortalidad de sus componentes y que la información que hay en mi debe ser la que aspire a la inmortalidad, no yo.
Recuerdo cómo empecé a escribir mi primer libro más o menos serio. Por aquel entonces vivía en un piso alquilado en la localidad de Teruel junto con otras 3 personas. Un día, inmerso en la soledad de mi habitación y leyendo, como casi de costumbre, pensé que sería buena idea escribir un relato sobre un tema que me apasionase y para la ocasión elegí “el antiguo Egipto”.
Como digo, el proceso de documentación fue muy laborioso e interesante, y de ese primer boceto salió el esqueleto de un libro que, aproximadamente año y medio o dos años después, retoqué para darle su forma final.
En aquel momento era lo más serio que había escrito nunca y no tenía mucha experiencia por lo que, para formar los diálogos de los personajes copiaba y pegaba textos de documentación para posteriormente darle forma del propio diálogo. Lo cierto es que no quedó mal del todo aunque se notan ciertos pegotes introducidos con calzador en la historia. En el libro también incluí aspectos de mi vida en los personajes y algún que otro mensaje oculto (como me gusta hacer también en el blog 😉 )
Siempre he dicho que todos los personajes de mis libros, del primero al último, en cierto tienen algo de mí. Esto se puede deber a la particularidad que tenemos las personas para ser narcisistas por naturaleza, incluso hay una teoría que dice que la Mona Lisa es un retrato del propio Leonardo Da Vinci. Particularmente no me considero narcisista en extremo, pero quería dotar a mis personajes algún rasgo de mi personalidad, y sobre todo a la protagonista, a la que podría considerar en ciertos aspectos mi alter ego.
Después de ese primer esqueleto, me lancé con otra historia. Esta vez con la misma protagonista enfrentándose a un nuevo reto. Para esta ocasión me propuse no hacer ningún “corta-pega” y de ese segundo intento salió “Descendieron del Cielo”, que bien es verdad que no es lo mejor que he escrito, pero es al libro que más cariño le tengo y la historia que más me gusta de lo que posteriormente fue una saga de 4. Para esta ocasión me documenté en las civilizaciones perdidas por el paso del tiempo.
Una vez escrito “Descendieron del Cielo” fue cuando decidí lanzarme a su “publicación” entre muchas comillas, aunque más bien convendría llamarlo auto-publicación. Aquí fue donde descubrí conceptos como el Depósito Legal, el ISBN, la Biblioteca Nacional…
Cuando encontré una imprenta con un precio medianamente decente, encargué una primera tirada de 100 ejemplares que distribuí convenientemente entre familiares y amigos. La verdad es que es bastante reconfortante ver algo que has escrito con forma de libro, con sus portadas y toda la parafernalia.
Una vez acabados los 100 ejemplares, hice unas pequeñas correcciones y me lancé hacia una segunda edición, de la cual encargue otra tirada similar a la anterior y que gozó de bastante aceptación entre mi grupo reducido de lectores.
Llegado a ese punto, decidí que podía hacerlo mejor con el anterior libro que había escrito, al que llamé “Rey Dios” y había distribuido en formato PDF entre conocidos, por lo que me lancé a reescribirlo de manera casi competa. Al terminar, también encargué otra tirada de 100 ejemplares que nuevamente distribuí entre conocidos (sí, era el pesado de los libros).
Al año siguiente le llegó el turno al que posteriormente titulé “Sangre y Miedo”, una historia de rituales antiguos mezclada también con reminiscencias de antiguas civilizaciones perdidas en un contexto de acción y misterio.
Llegados a este punto me baraje la posibilidad de que alguna editorial se interesase por alguno de ellos y me puse a enviar ejemplares a todas las que pude conseguir el email. A pesar de todo, no sentía como que ninguno estuviese listo aún para ser lanzado al gran público, pero era una primera prueba. Si alguien lo leía y le gustaba, es que algo estaba haciendo bien.
Tras varios emails infructuosos, algunas editoriales contestaron con propuestas que yo consideré como un vago intento de aprovecharse del escritor novel que busca su oportunidad a toda costa mientras ellas se llenan los bolsillos con dinero fácil, por lo que descarté esa vía definitivamente. En realidad nunca me ha importado que más o menos gente pueda leer lo que escribo porque no es el objetivo final sino más bien, en todo caso, una consecuencia. Por eso no me he movido nunca demasiado en ese aspecto.
En el año 2012, si no recuerdo mal, empecé a escribir “El Libro de los Sueños”, último de la saga con el que quedan cerradas (al menos por el momento) las historias de los personajes protagonistas, desvelando algunos misterios y dejándolo abierto a algunos otros.
“El Libro de los Sueños” lo considero lo mejor que he escrito hasta la fecha, al menos en lo que se refiere a novela. He recibido bastante buen feedback de las personas que lo han leído y es un libro que me llena como autor. Quizá es algo complejo de leer, tampoco demasiado y, como me han dicho en alguna ocasión, define a la perfección mi personalidad difícil y abstracta. La moraleja final es que al igual que yo mismo, si abordas la historia con lógica, paciencia y detenimiento te acabas dando cuenta de que todo cobra sentido y va encajando como las piezas de un puzle.
Realmente, anterior a esta saga, hubo otro «libro» al que llamé “Vidas Cruzadas”. Esto más que un libro al uso fue un pequeño relato de un solo ejemplar impreso que nació como preludio de lo que vino a continuación. En él se narra de manera ciertamente autobiográfica una historia de amor que surge de manera espontánea entre dos personas. En realidad fue algo muy básico que cuenta de manera maniquea y sin apenas documentación un amor imposible en la edad media. Una época en la que la pasión no tenía cabida entre personajes de la nobleza y el pueblo llano. Algo para nada original, pero que no quedó del todo mal.
En 2019 empecé a escribir algo totalmente distinto marcado por un hecho trascendental en mi vida. El nacimiento de mi hija. Tras salir del hospital, la segunda cosa que hice (la primera fue abrirle una cartera de fondos indexados) fue ponerme a escribir todo lo que había aprendido en mi vida. De ahí salió «Ad astra per aspera», un ensayo en el que mezclo historia, mucha filosofía, demasiada psicología y también cierto enfoque autobiográfico para que cuando sea mayor (no es un libro que vaya a entender con 10 años o a lo mejor ni siquiera con 20) tenga de mi un legado y sepa cómo pienso y por qué.
«Es mejor escribir para uno mismo y no encontrar público, que escribir para el público y no encontrarse uno mismo”.
Cyril Conolly.
SIEMPRE POR LA SENDA DIFICIL
Initium sapientiae cognitio sui ipsius, dice la locución latina, o en su traducción al castellano, el principio de la sabiduría está en conocerse a uno mismo. Escribiendo estos libros me han servido para conocerme mucho más a mí mismo, para evolucionar como persona e inevitablemente y como consecuencia, para soltarme con la escritura, de manera totalmente autodidacta. No te centres en el sesgo de supervivencia. Céntrate en tu propia evolución y el “éxito” o no «éxito” vendrá solo si así tiene que ser.
«Las dificultades son muros que se alzan frente a nosotros cubiertos de espejos en los que vemos reflejados nuestros miedos y donde al descubrirlos, nos conocemos un poco más. Piensa en qué hubiera sido de Hércules sin el león, la hidra, el jabalí y el resto de peligros a los que se enfrentó. ¿Qué hubiera hecho en ausencia de estos desafíos? Simplemente se hubiera dado la vuelta en la cama para seguir durmiendo. Y al pasar la vida entre el lujo y la comodidad, nunca se habría convertido en el poderoso Hércules.»
En realidad estas frases son de Epicteto. Los estoicos utilizaban frecuentemente la figura de Hércules en sus analogías como fuente de inspiración y enseñanza. Cuenta la leyenda que Hércules se encontraba reflexionando sobre su destino en un cruce de caminos sobre el sendero que debía tomar. En ese momento se le aparecieron dos diosas. Por un lado Kakia que se abalanzó sobre él y le prometió un camino fácil lleno de lujos y placeres donde no tendría que enfrentarse a peligros ni realizar esfuerzo alguno. Por otro Areté que le explicó que el camino que le proponía era largo, difícil y lleno de desafíos. Estos desafíos le permitirían demostrar su sabiduría y coraje, librando batallas con determinación y disciplina.
Como sabemos, Hércules eligió el camino de la virtud, que es la traducción de la palabra “Areté”, abordando sin descanso los 12 trabajos y utilizando cada obstáculo para mejorar y aprender.
En el camino de kakia no hay muros con espejos, solo horizonte llano. En el camino de Areté, en cambio, hay crecimiento personal para sortear cada muro y aprender de cada espejo. La diferencia es que en el camino fácil la recompensa y los placeres hedónicos vienen de fuera. En el difícil, la recompensa viene de dentro y es mucho más duradera. Cada muro es una oportunidad para demostrar tus resiliencia mental.
Si os estáis preguntando cómo encontrar estos libros, os tengo que decir que a excepción de 1, el resto no es posible. Tengo publicado «El libro de los sueños» en amazon en formato kindle. Como digo, pienso que es mi mejor novela, aunque probablemente si ahora la releyese cambiaría bastantes cosas.
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