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El silencio y la soledad de Nietzsche

El siguiente artículo es un fragmento del libro El día que el mundo cambió

El ruido mata los pensamientos, clama Zaratustra. Un ruido producido, casi siempre, por el tumulto de los muchos, de los que son incapaces de pensar por sí mismos.

Muchos filósofos y pensadores han sentido la necesidad acuciante de querer encontrar aquella soledad que Jean Jeaques Rousseau inventó como cosa tan tentadora.  Una  soledad para que el espíritu creador hable a través de ellos.

Para muchos de ellos la vida no se lo puso nada fácil,  como Dostoievski o Tolstoi pero, a pesar de ello, como su mundo exterior no les concedía tregua, forjaban su tragedia a partir de su  mundo interior. Desde su propio interior horadaron un nuevo surtidor para que el ciclo de la existencia no dejase de manar.

El genio creador necesita a veces la forzada soledad temporal para medir desde la lejanía la altura de la verdadera tarea. Prueba de ello es que los mensajes más importantes de la humanidad han venido desde el exilio.  Los creadores de las grandes religiones desde Cristo, hasta Buda o Mahoma tuvieron que internarse en el desierto antes de alzar su palabra. La ceguera de Milton, la sordera de Beethoven, la prisión de Dostoievski o  las mazmorras de Cervantes fueron una exigencia querida secretamente por el propio genio contra la despierta voluntad del hombre. [i]

La búsqueda del silencio se ha convertido para la humanidad en una imperiosa necesidad que abarca desde el inicio de los tiempos. Prácticamente en todas las culturas antiguas y en todas los periodos de la historia hay registros de gente que realizaba titánicos viajes espirituales en pos del silencio y la soledad, abandonando toda su vida conocida para instalarse en el desierto, las montañas o en la profundidad del bosque. Pitágoras decía escuchar en el silencio el sonido de los grandes orbes del universo.

           

Henry David Toreau en Walden nos pone en aviso de lo siguiente: Jamás di con una compañía más acompañadora que la soledad. Las más de las veces solemos estar más solos entre los hombres que cuando nos encerramos en nuestro cuarto. Por lo común la compañía es poco valiosa. Nos encontramos a intervalos muy cortos, sin haber tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo que ofrecernos unos a otros. Hemos tenido que convertir una serie de reglas que llamamos de etiqueta y cortesía para hacer este encuentro frecuente tolerable y para evitarnos una guerra declarada[ii]

            El silencio posee un halo mágico de misterio donde surge la paz interior, donde se forja la creatividad y de donde nace el autoconocimiento. Pero también tiene su lado negativo.

            Hemos visto que la vida de Miguel Ángel se caracterizó por un terrible dolor que le desgarraba el alma y eso le empujaba a crear (alusión a otro capítulo del libro). Pero si hay un autor por excelencia que encontró en el silencio y la soledad su demonio creador es, sin ninguna duda, Friedrich Nietzsche.

Quizá no haya otro autor más antihumanista que el alemán. Egoísta, desalmado y megalómano, su Übermensch contribuyó a inspirar el militarismo que condujo a la Primera Guerra Mundial y el fascismo que condujo a la segunda, tanto con la raza aria superior de los nazis como con el nuevo hombre soviético.[iii] Pero si nos paramos con detenimiento ante sus escritos, podemos aprender mucho con sus enseñanzas.

            Todo hombre de elección aspira instintivamente a su torre de marfil, a su reclusión misteriosa, por la que se libra de la masa, del vulgo, del gran número, porque en ella puede olvidar la regla ‘hombre’, puesto que él es una excepción a esta regla[iv], nos dice.

Durante la vida del filósofo, la soledad fue todo su mundo. A veces buscada como exigencia filosófica para desarrollar sus pensamientos y otras, impuesta. Una soledad que se va metamorfoseando y adaptando a su forma de modo que, cada vez que la mira a la cara, se parece más a él. Se ha vuelto dura, cruel y violenta como él. También ella había aprendido a hacer daño y a engrandecerse en el peligro. Cuando cariñosamente la llama “su querida y vieja soledad” no es más que un apelativo inapropiado, porque se ha convertido en un aislamiento completo. [v]

 En ocasiones permanecía días enteros enfermo en su cama y nadie se aproximaba a su lecho, ni le tendía su mano. En toda su peregrinación por la vida, nunca apretó su cuerpo desnudo contra la tibia piel de una mujer. En su corazón, ya no quedaba rastro de sociabilidad alguna. Resulta espantoso estar solo en la medida en que yo lo estoy, dijo en una ocasión.

En los trescientos sesenta y cinco días del año, nada tenía ante sí más que sí mismo. En su alegato, la valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar.

            Durante diez horas al día trabajaba en su mesa colmada libros, manuscritos y borrones de tinta pero sin ninguna flor, ni toque de color. Sus ojos apenas veían el papel que emborronaba, si no era acercándolo mucho a los cristales extraordinariamente gruesos de sus gafas. Y ante tal exceso, su cerebro se vengaba con terribles dolores de cabeza.

En el sendero de su vida viajaba de ciudad en ciudad, alojándose durante poco tiempo en lúgubres posadas. En ningún lugar encontraba paz, siempre huyendo  de esa eterna soledad que le atenazaba. A veces intentaba esquivarla huyendo a otro país, pero siempre le daba caza y regresaba a ella herido  y agotado.

            Ni siquiera Dios, a quien él mismo había matado, estaba a su lado en esos momentos. Cuanto más se aproximaba a su yo, más se alejaba del mundo y cuanto más caminaba, más vasto era el horizonte de su desierto. Dicho sea entre nosotros, yo soy, en efecto, en un sentido terrible un hombre de las profundidades, y en este trabajo subterráneo no soporto ya la vida, confesaba.[vi]

            Pero del mismo modo que el ave Fénix debe pasar todo su cuerpo por el fuego abrasador para salir fortalecido con un nuevo plumaje, para Nietzsche los hombres espirituales deben pasar por el fuego de la contradicción devoradora, para que el espíritu se eleve sin cesar, libre de toda contradicción.[vii] Igual que en la naturaleza son necesarios los ciclones y tornados para descargar su exceso de fuerza en una revuelta contra su propia existencia, el espíritu necesita de vez en cuando un encuentro con el demonio que, en su exceso de violencia, lo haga rebelarse contra la comunidad del pensamiento y la monotonía moral.[viii]

            Ese demonio le invita a crear a su propio Dios.  Tras haber destruido todos los altares, se construyó uno nuevo para celebrar sobre él su propio sacrificio, ensalzarse y vanagloriarse. ¿No debemos convertirnos en dioses, para parecer dignos de tal acción? Se preguntaba.[ix]

En la soledad crece todo lo que uno lleva consigo, incluyendo la bestia interior [x] dice su Zaratustra. Por lo tanto, una soledad tan atroz como la suya, solo es aconsejable para unos pocos.

Y en estas, la muerte le dio alcance. Tan solo como nunca, tan solo como siempre.

En el capítulo anterior expuse que el diálogo interior, la conocida rumiación de pensamientos, puede ser peor que el peor de los venenos conocidos por el hombre. Un pensamiento lanzado sin ningún tipo de control, en la ausencia de una mente que lo controle, puede convertirse en una bestia, que no solo se restrinja a emociones como la tristeza, la irritabilidad o la apatía, sino que altere la manera en la que nos percibimos o  nuestra sensación de valía personal y lleve ese diálogo interno, totalmente distorsionado, a un sinfín de pensamientos obsesivos.

Por eso el ser humano moderno, incapaz de estar solo con su propia mente, busca constantemente distracciones que le aparten del poder destructivo de su pensamiento.

El aislamiento forzoso, se ha venido utilizando de manera recurrente como un castigo en prisiones de algunos lugares del mundo.  Un aislamiento social, no solo favorece la enfermedad mental sino que acorta la vida tanto como fumar. Incluso la ciencia ha demostrado que la soledad o el rechazo social activan las mismas zonas cerebrales que el dolor físico.

No olvidemos que en nuestro pasado evolutivo, para sobrevivir necesitábamos nuestra tribu como las hormigas necesitan su hormiguero. Incluso sin ser consciente, el cerebro se beneficia de la interacción con los demás porque crea nuevas conexiones neuronales.

Una persona que se aísla en sus propias ideas sin escuchar, razonar y valorar criterios externos tendrá como único contrapeso su conciencia, reuniendo todas las papeletas para caer en un tormentoso bucle que retroalimenta sus esquemas cognitivos.[xi]

            Muchas veces, el silencio produce un pavor terrible. La gente lo toma como símbolo de debilidad e intenta evitarlo por todos los medios posibles porque, a nivel de su subconsciente, conocen la amenaza que eso conlleva.

Poco a poco, he ido viendo claro cuál es el defecto más general de nuestro tipo de formación y de educación: Nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad[xii]. El silencio implica encontrarte cara a cara contigo mismo y eso da miedo. El silencio obliga a reflexionar y muchas veces a escuchar lo que no quieres oír. El silencio te pone delante a tus propios fantasmas. Por eso es normal que la gente quiera llenar ese silencio a toda costa. Ni siquiera en las conversaciones cotidianas se produce un segundo de silencio, al que hemos mal llamado silencio incómodo. Esa música de fondo termina siendo socialmente aceptada y hace que estemos constantemente intentando llenar esos vacíos con ruido. Ruido que, en última instancia, lo que consigue es que huyamos de nosotros mismos para refugiarnos en él.

En palabras de Séneca, un ser humano que no soporta su propia soledad está incapacitado para estar en tranquilidad consigo mismo.

Muchas veces es necesario entrar en la soledad introspectiva de vez en cuando para recibir sus frutos. Si te sientes grande y fecundo en la soledad, la sociedad de los hombres te empequeñecerá y te hará estéril, y a la inversa,[xiii] recuerda Nietzsche

La soledad proporciona una oportunidad que se puede aprovechar o no, una oportunidad para conocernos mejor y mejorar nuestra relación con los demás y con nosotros mismos[xiv]. Cualquiera puede hablar de sí mismo. La mayoría de la gente es buena para dar bombo y vender cosas. Lo  verdaderamente escaso en este mundo es el silencio y la capacidad de mantenernos de manera deliberada fuera de las conversaciones y subsistir sin su  validación.[xv] De ahí que un viejo proverbio árabe diga que si Dios nos dio dos orejas, dos ojos y una sola boca para hablar es porque tenemos que escuchar y ver dos veces para hablar.

En medio de la multitud vivo como la mayoría y no pienso como pienso; al cabo de cierto tiempo acabo por experimentar el sentimiento de que se me quiere desterrar de mí mismo y quitarme mi alma, y empiezo a malquerer a todo el mundo y a temer a todo el mundo. Entonces tengo necesidad del desierto para volver a ser bueno[xvi], dice Nietzsche. Por eso su superhombre no se deja guiar por las multitudes. Se guía por sus pasiones y sentimientos, pero a la vez se domina a sí mismo.

Una vida consecuente y perfecta solo puede materializarse en ese espacio vacío del individuo desligado de todo lo que hay a su alrededor, no en el vínculo ni en la obligación. Por eso, en todas las épocas, el camino de los santos siempre los condujo hasta la soledad y el silencio del desierto, la única patria, el único hogar apropiado para ellos [xvii]. Por eso, a pesar del terrible silencio que acompañó a Nietzsche en su existencia,  de esa existencia surgió su excelsa obra.

Uno ha de tener caos dentro de sí mismo para dar luz a una estrella  danzante[xviii], escribe.

En el silencio podemos ser creativos gracias al vacío fértil que produce, nos permite conocer facetas de nosotros mismos que desconocemos. Si muchas personas fueran capaces de buscar y de encontrar esos pequeños instantes que tenemos a nuestra disposición, comprenderían el poder sanador del silencio y la paz interior que nos otorga. Sólo de ese modo le perderían el miedo.

Mario Conde, que sufrió en sus carnes el silencio forzoso,  escribe desde la cárcel que uno de los mejores momentos  era ese silencio de los primeros compases del día.  En el silencio nos escuchamos a nosotros mismos, dice. Hay mucha gente que no le gusta lo que escucha y entonces prefiere que le aturda el ruido externo. Pero sin silencio no se puede caminar en el espíritu.  Rezar es silencio, meditar es silencio, amor es silencio. Quien no es capaz de estar en silencio, no es capaz de estar en sí mismo con mayúsculas. El ruido permite estar con él sí mismo con minúsculas, con la personalidad. El silencio permite ser honesto y limpio de corazón, permite revisar los verdaderos impulsos de lo que se hace. [xix]

La cuestión última es cuánto tiempo en soledad es necesario para aprovecharnos de las virtudes  que nos proporciona y despojar de las malas hierbas el pensamiento rumiante del hastío vital. Al igual que cada persona es un mundo, el tiempo con el que cada uno se ha de relacionar con el silencio depende de muchos factores como su estado emocional, su percepción acerca de ese periodo de silencio, su personalidad o sus experiencias previas con la soledad.

Acércate al silencio y a la soledad con cautela. No les tengas miedo. Aprovéchate de los beneficios que te otorgan y aprende de sus enseñanzas.

En la soledad el solitario se roe el corazón, en la multitud es la muchedumbre quien se lo roe. ¡Elegid!,[xx] clama el filósofo.


[i] Zweig, S. (2011) Josep Fouché. Retrato de un hombre político. Ed. 1. Acantilado

[ii] Thoreau, H.D. (2007) Waldel o la vida en los bosques.Grupo Editorial Tomo

[iii] Pinker, S. (2018) En defensa de la Ilustración. Paidós

[iv] Más allá del bien y del mal, de Nietzsche

[v] Zweig, E. (1999). La lucha contra el demonio (Hölderlin – Kleist – Nietzsche). Ed. 1. Acantilado

[vi] Carta de Nietzsche a Overbeck en 1887

[vii] Zweig, E. (1999). La lucha contra el demonio (Hölderlin – Kleist – Nietzsche). Ed. 1. Acantilado

[viii] Ibíd.

[ix] Ibíd.

[x] Nietzsche, F. (2017) Así habló Zaratustra. Planeta

[xi] Ramtalks – Youtube – Crecer en soledad (Friedrich Nietzsche) – ¿Cómo reaccionó Zaratustra al estar solo y acompañado?

[xii] Aurora, de Nietzsche

[xiii] Aurora, de Nietzsche

[xiv] Aurora, de Nietzsche

[xv] Ford, A. (2017) En busca del silencio: La atención plena en un mundo ruidoso. Siruela

[xvi] Aurora, de Nietzsche

[xvii] Zweig, S. (2008) Tres poetas y sus vidas (Casanova, Stendhal y Tolstoi). BackList

[xviii] Nietzsche, F. (2017) Así habló Zaratustra. Planeta

[xix] Conde, M. (2010) Memorias de un preso. Booket

[xx] Humano, demasiado humano, de Nietzsche

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