A medida que pasan los años, uno de los cambios más profundos ocurre bajo la piel: los músculos pierden volumen, potencia y capacidad de respuesta. Este proceso, conocido como sarcopenia, puede comenzar de forma silenciosa a partir de los 30 o 40 años, y acelerarse si no se hace nada para contrarrestarlo.
La buena noticia es que el músculo es un tejido extraordinariamente adaptable, incluso en edades avanzadas. Entender cómo funcionan las fibras musculares y cómo entrenarlas correctamente puede marcar la diferencia entre envejecer con vitalidad o hacerlo con debilidad y lentitud.
Los efectos del envejecimiento a nivel muscular
Con la edad, se produce una pérdida progresiva de masa muscular y fuerza, pero no todas las fibras se ven afectadas por igual. Las fibras rápidas, o tipo II, son las que primero desaparecen o se “desactivan” si no se estimulan con suficiente intensidad.
Esto explica por qué muchas personas mayores conservan cierta resistencia —pueden caminar o hacer tareas durante largo tiempo— pero pierden explosividad y fuerza al subir escaleras, levantarse rápido o reaccionar ante una caída.
Además, el sistema nervioso también sufre un deterioro: las motoneuronas que activan las fibras tipo II se reducen, dificultando su reclutamiento. En consecuencia, los movimientos se vuelven más lentos, menos precisos y con menor potencia.
Pero este deterioro no es inevitable. Numerosos estudios han demostrado que un entrenamiento bien planificado, enfocado en mantener o reactivar las fibras rápidas, puede revertir parte de la pérdida de potencia y mejorar la funcionalidad incluso en edades avanzadas.
Tipos de fibras musculares y para qué sirven
Nuestro cuerpo cuenta con tres grandes tipos de fibras musculares, cada una con un papel específico:
Fibras tipo I (lentas u oxidativas): resistentes a la fatiga, se usan en actividades de baja intensidad y larga duración, como caminar o mantener la postura. Funcionan principalmente con oxígeno y poseen muchas mitocondrias.
Fibras tipo IIa (rápidas intermedias): combinan fuerza y resistencia. Son útiles en esfuerzos moderadamente intensos y permiten mantener buena potencia sin agotarse rápido.
Fibras tipo IIx o IIb (rápidas puras): las más explosivas y potentes, pero también las que más rápido se fatigan. Se activan en movimientos como saltar, esprintar o levantar peso con fuerza.
Con la edad, las fibras tipo II son las que más se atrofian o se transforman hacia un perfil más lento, lo que se traduce en pérdida de velocidad, reflejos y fuerza máxima.
Entrenamiento específico para cada tipo de fibra
Cada tipo de fibra responde mejor a un tipo de estímulo:
Las fibras tipo I se entrenan con actividades de larga duración y baja intensidad: caminar, trotar suave, hacer yoga o montar en bicicleta a ritmo moderado.
Las fibras tipo IIa se estimulan con cargas medias y movimientos rápidos: entrenamiento funcional, sprints cortos o levantamientos explosivos.
Las fibras tipo IIx requieren esfuerzos breves y muy intensos: saltos, aceleraciones o levantamientos con intención máxima.
Sin embargo, el entrenamiento más eficaz con la edad no es centrarse en un solo tipo, sino combinar estímulos: fuerza, potencia y control del movimiento. Así se mantienen tanto el músculo como el sistema nervioso activos y adaptativos.
Por qué no hay que entrenar siempre hasta el fallo
Uno de los errores más comunes en el gimnasio es pensar que “llegar al fallo” —no poder hacer una repetición más— es siempre necesario para progresar. En realidad, no lo es, especialmente cuando se busca preservar las fibras rápidas y cuidar las articulaciones.
Entrenar hasta el fallo genera fatiga excesiva, puede alterar la técnica y dificultar la recuperación. Además, con la edad, la capacidad de recuperación disminuye, por lo que la calidad del estímulo importa más que la cantidad.
Un enfoque más inteligente consiste en detener la serie cuando la velocidad del movimiento empieza a decaer. De este modo se reclutan las fibras tipo II sin agotar el sistema nervioso, mejorando potencia y control motor a largo plazo.
Entrenamiento de alta velocidad intencional: la clave para conservar potencia
El llamado entrenamiento de alta velocidad intencional se ha vuelto una herramienta esencial para preservar la juventud muscular. No significa moverse rápido sin control, sino intentar mover el peso lo más rápido posible dentro de una técnica correcta, aunque la carga sea moderada.
Por ejemplo, al hacer una sentadilla con el 50–60% del peso máximo, se puede realizar la fase de empuje con máxima intención de velocidad, controlando después el descenso. Este tipo de trabajo estimula el sistema nervioso, mantiene activas las fibras tipo II y mejora la coordinación neuromuscular.
Incluso en personas mayores, este método ayuda a prevenir caídas, mejorar la agilidad y el tiempo de reacción. Por eso hoy se considera una de las estrategias más efectivas para mantener la potencia, la independencia y la funcionalidad con el paso de los años.
Ejemplo sencillo: el ejercicio “sit-to-stand rápido” (levantarse de una silla lo más veloz posible y sentarse controlando el descenso) es una forma segura de activar las fibras rápidas sin necesidad de peso externo.
Cómo aplicar todo esto en la práctica
Un plan equilibrado de entrenamiento debería incluir:
Fuerza básica (2-3 días por semana): ejercicios multiarticulares como sentadillas, peso muerto o press, con cargas moderadas y enfoque técnico.
Movimientos explosivos o balísticos (1-2 días por semana): saltos controlados, lanzamientos o movimientos con bandas elásticas a máxima velocidad.
Entrenamiento funcional y estabilidad: equilibrio, propiocepción y coordinación.
Resistencia aeróbica: caminar, correr suave o pedalear para mantener las fibras lentas activas y el sistema cardiovascular fuerte.
El objetivo es mantener el músculo activo en todos sus rangos de función, evitando tanto el sedentarismo como el sobreentrenamiento.
Conclusión: entrenar la velocidad es entrenar la juventud
El envejecimiento muscular no es solo una cuestión de estética o fuerza: está directamente ligado con la salud, la autonomía y la calidad de vida. La pérdida de fibras rápidas se traduce en lentitud, menor capacidad de reacción y más riesgo de caídas.
Por eso, más allá de mantener una buena forma física, entrenar la potencia y la velocidad —de forma segura y controlada— es una inversión en juventud funcional.
El cuerpo humano puede adaptarse a cualquier edad, pero necesita el estímulo adecuado. Y en el caso del músculo, ese estímulo se llama intención, velocidad y constancia.
¿Alguna vez has pensado que la belleza puede ser una ventaja incluso ante la justicia? Aunque suene injusto —y lo es—, la ciencia y la historia confirman que el aspecto físico influye en cómo juzgamos a los demás. Este fenómeno, conocido como sesgo de belleza o efecto halo, lleva siglos moldeando decisiones, desde los tribunales hasta las entrevistas de trabajo.
El falso “edicto de Valerio”: un mito que encierra una verdad
En los últimos años ha circulado por internet una frase atribuida a un supuesto emperador romano, Valerio: “En caso de duda entre dos reos, condénese al más feo”. No existe ningún registro histórico que confirme la existencia de tal decreto. Es un falso código jurídico, una invención moderna, pero con un trasfondo inquietantemente real: tendemos a asociar la belleza con la bondad, y la fealdad con la culpa.
Esa intuición estética ha estado presente a lo largo de la historia. En la Edad Media, por ejemplo, se creía que la belleza era reflejo de pureza interior y que los rasgos deformes del rostro podían ser signo del mal o incluso de posesión demoníaca. No hacía falta un edicto imperial: la cultura ya dictaba sentencia.
Qué es el sesgo de belleza o efecto halo
El efecto halo es un sesgo cognitivo identificado por primera vez en 1920 por el psicólogo estadounidense Edward Thorndike. Descubrió que, cuando percibimos un rasgo positivo en una persona (como su atractivo físico), tendemos a extender esa impresión positiva a otros aspectos de su carácter o conducta, sin pruebas objetivas que lo justifiquen.
En otras palabras, si alguien nos parece guapo, automáticamente lo percibimos como más inteligente, más amable, más honesto o más competente. Este mecanismo es inconsciente, rápido y poderoso. Lo usamos cada día para formarnos juicios instantáneos, aunque nos equivoquemos.
La biología detrás del sesgo: un atajo evolutivo
Desde un punto de vista evolutivo, la asociación entre belleza y bondad tiene raíces biológicas. Los rasgos faciales simétricos, la piel limpia o la postura erguida son indicadores de buena salud y genética favorable, señales que el cerebro interpreta como deseables en un posible compañero o aliada. Nuestros ancestros, sin herramientas médicas ni análisis, usaban la apariencia como un atajo de supervivencia: lo bello era, estadísticamente, lo sano. Lo sano, lo útil para la tribu.
El problema es que ese mecanismo, que en su origen fue adaptativo, sigue activo en contextos donde ya no tiene sentido, como un juicio penal, una entrevista de trabajo o la política. Lo que fue una estrategia evolutiva se ha convertido en un prejuicio moderno.
Nuestros ancestros primates ya mostraban preferencias visuales similares. En muchas especies de monos y grandes simios, los individuos con pelaje más brillante, piel más limpia o postura más erguida ocupan posiciones dominantes y son percibidos como más saludables o competentes. Esas señales físicas —equivalentes a nuestra “belleza”— facilitaban la cooperación dentro del grupo y la elección de parejas con mejor potencial genético. Con el tiempo, ese mecanismo se volvió automático: el cerebro humano heredó la tendencia a confundir los signos externos de salud o simetría con rasgos morales o intelectuales. En esencia, el sesgo de belleza no nació en los tribunales ni en las redes sociales, sino en la sabana, cuando evaluar rápido la apariencia de otro podía ser cuestión de supervivencia.
Justicia ciega… pero no tanto
Diversos estudios han demostrado que los jueces y jurados son tan humanos como cualquiera. En 1975, un experimento clásico de Stewart analizó más de 60 casos judiciales y observó que los acusados considerados físicamente atractivos recibían penas significativamente más leves que los menos agraciados, incluso por delitos similares. Décadas después, investigaciones como la de Rashotte y Webster (2005) o la de Wilson y Rule (2016) confirmaron el mismo patrón: la belleza suaviza la percepción de culpa.
La paradoja es que el efecto se invierte cuando el delito está directamente relacionado con el atractivo físico, como en casos de estafa o seducción fraudulenta: entonces los guapos son juzgados con mayor dureza. En todo lo demás, la justicia parece tener una venda transparente.
El rostro como prejuicio
El psicólogo Alexander Todorov, de la Universidad de Princeton, ha demostrado que bastan 100 milisegundos para que formemos una impresión sobre la “confiabilidad” del rostro de alguien. Su equipo ha comprobado que esos juicios rápidos, basados en la forma de la cara, predicen incluso resultados electorales: los candidatos percibidos como más competentes ganan más votos, aunque no lo sean.
Algo similar ocurre en los tribunales. Un estudio de 2018 publicado en Frontiers in Psychology mostró que, al observar fotografías de criminales reales, la mayoría de los participantes clasificaba como “culpables” a los rostros menos simétricos o más “duros”, sin conocer sus antecedentes. El cerebro humano, que evolucionó para detectar amenazas en fracciones de segundo, confunde apariencia con moralidad.
Historia de un prejuicio
La idea de que la belleza es sinónimo de virtud aparece en casi todas las culturas antiguas.
En la Grecia clásica, el término kalokagathía unía la belleza física (kalós) y la bondad moral (agathós). Ser bello era ser bueno.
En el Renacimiento, los retratos idealizados reforzaban esa unión entre armonía exterior y excelencia interior.
Incluso Lombroso, criminólogo del siglo XIX, creía poder identificar a los delincuentes por sus rasgos físicos: mandíbulas prominentes, cejas espesas o frente inclinada. Su teoría del “criminal nato” hoy está desacreditada, pero influyó en el pensamiento judicial durante décadas.
El sesgo, aunque refinado, sigue vivo. Hoy no hablamos de “caras criminales”, pero seguimos asociando rasgos estéticos a valores morales, solo que de forma más sutil y menos consciente.
De los tribunales a las redes sociales
El sesgo de belleza no se limita a la justicia. Afecta la contratación laboral, la educación, la política y, en la era digital, se amplifica en las redes sociales. Los algoritmos de plataformas como Instagram o TikTok favorecen rostros simétricos y luminosos, reforzando la idea de que el atractivo equivale a éxito o credibilidad.
Un estudio de 2022 de la Universidad de Cornell observó que los usuarios considerados más atractivos reciben no solo más seguidores, sino también más confianza y validación en temas no relacionados con su apariencia, como opiniones científicas o políticas. Es el efecto halo multiplicado por el poder del algoritmo.
¿Podemos escapar de este sesgo?
La respuesta es: en parte. El sesgo de belleza es profundamente inconsciente, pero conocerlo ayuda a mitigarlo. Algunas estrategias efectivas incluyen:
Tomarse tiempo antes de juzgar: la primera impresión visual es rápida, pero si posponemos la decisión unos segundos y nos enfocamos en los hechos, reducimos el efecto halo.
Evaluaciones ciegas: en procesos de selección o concursos, eliminar la información visual (como se hizo en audiciones musicales anónimas en los años 70) aumenta la equidad.
Educación crítica: enseñar desde jóvenes que la belleza es una construcción cultural variable ayuda a desactivar la asociación entre apariencia y moral.
La justicia y la objetividad exigen esfuerzo. No basta con saber que existe el sesgo: hay que diseñar entornos que lo contrarresten activamente.
Una belleza peligrosa
El sesgo de belleza revela una contradicción incómoda: admiramos la belleza como virtud universal, pero esa admiración puede convertirnos en jueces injustos. No necesitamos un emperador Valerio para dictar sentencia: nuestro propio cerebro ya lo hace por costumbre.
Entender este mecanismo no significa rechazar la belleza, sino ponerla en su lugar. La apariencia puede abrir puertas, pero también puede cerrarlas a quienes no encajan en los estándares dominantes. Y si la justicia no es realmente ciega, al menos deberíamos esforzarnos en que aprenda a mirar con otros ojos.
Referencias
Thorndike, E. L. (1920). A constant error in psychological ratings. Journal of Applied Psychology.
Stewart, J. E. (1975). Physically attractive defendants in the courtroom. Personality and Social Psychology Bulletin.
Todorov, A. et al. (2008). Evaluations of competence from faces predict election outcomes.
Wilson, J. P. & Rule, N. O. (2016). Facial trustworthiness predicts criminal sentencing outcomes.
Lombroso, C. (1876). L’uomo delinquente.
Rashotte, L. & Webster, M. (2005). Gender, attractiveness, and performance. Social Psychology Quarterly.
Frontiers in Psychology (2018). Facial appearance and the attribution of guilt.
Las plazas y las calles de la ciudad se llenan de voces de descontento. Los ciudadanos, agotados y tensos, se agrupan en pequeños corrillos, compartiendo rumores y frustraciones. Otros simplemente repiten como loros las soluciones que proponen dirigentes populistas, que suenan más a sueños que a realidades. Ideas como la subida de impuestos a las clases altas, la condonación de deudas o el aumento de ayudas del Estado corren como la pólvora en una sociedad cada vez más empobrecida. Algo profundo está cambiando, aunque nadie lo diga en voz alta.
A la vez que los edificios, con sus fachadas agrietadas y marcadas con frases de rabia, ya casi no sostienen a quienes habitan bajo su sombra, los dirigentes se refugian en las alturas, con un contraste más que evidente. Allí, entre columnas de mármol y frescos que recuerdan días mejores, los debates se suceden sin rumbo. No son discusiones para resolver problemas, sino para ganar tiempo. Las decisiones se postergan una y otra vez, como si el retraso fuera una forma de controlarlo todo. La corrupcion no es un rumor, sino un hecho, y los recursos desaparecen en proyectos que nunca se terminan, mientras las leyes protegen a quienes tienen más que perder.
El peso del gasto público ahoga poco a poco al sistema. Las subvenciones, concebidas para sostener a los más desfavorecidos, se han convertido en un arma de doble filo. El Estado reparte productos de primera necesidad de forma gratuita, pero esta generosidad tiene un precio oculto. «¿Quién va a trabajar si el Estado da lo necesario para vivir?», murmuran algunos, mientras otros, atraídos por esta aparente facilidad, llegan de todas partes buscando aprovecharse. Así, la población crece sin cesar, engrosada por aquellos que prefieren esperar a recibir antes que esforzarse por producir.
Este aumento constante de la población añade presión a un sistema ya al borde del colapso. Cada vez es más caro mantenerlo, y la única respuesta parece ser devaluar el dinero, inundando el mercado con moneda que pierde su valor casi al instante. La inflación se convierte en un monstruo imparable, devorando los ahorros de la gente común y condenando a la mayoría a una lucha diaria por el sustento.
Acorralados por su propia ineficiencia y en pro de mantener el cortijo que se habían creado, los gobernantes adoptan medidas desesperadas. En un alarde de creatividad, imponen políticas de precios máximos, fijando límites por encima de los cuales no se puede comprar ni vender. Lo que parecía una solución justa se transforma en un golpe mortal para el mercado. Los comerciantes, incapaces de cubrir sus costos, retiran sus productos y cierran sus negocios. Los estantes se vacían, los intercambios se detienen y el mercado negro aflora. En las calles, la frustración de la gente se convierte en ira. Los que antes podían permitirse algo ahora no encuentran qué comprar, y el trueque reaparece como un intento rudimentario de sobrevivir. El orden económico, ya tambaleante, se desmorona definitivamente.
En el día a día, la fragilidad de la economía se siente en cada rincón. A consecuencia de la inflación, los precios se vuelven prohibitivos para la mayoría, y lo que antes alcanzaba para vivir ahora apenas basta para subsistir. El Estado, cargado con el peso de las subvenciones cada vez más grandes para contentar a la gente, ha creado una red de dependencia que atrapa tanto como sostiene. Cada vez más personas esperan la ayuda pública, y mientras lo hacen, el trabajo y la productividad pierden sentido, consumidos por una inercia difícil de revertir.
«Pan y circo«, dicen algunos, pero hasta el pan escasea, y los espectáculos, aunque aún brillantes, ya no bastan para calmar la tensión. En este contexto, resuena la mitica frase de María Antonieta: «Si no tienen pan, que coman pasteles«. Una muestra de la desconexión entre las élites gobernantes y la realidad de la gente común. En los mercados, la desigualdad es evidente. Las filas se alargan, las voces se endurecen, y la paciencia se quiebra poco a poco.
Más allá de los límites de la ciudad, en las fronteras, la situación también es incierta. Los ejércitos, que alguna vez fueron una fuerza imponente, ahora están descompuestos, llenos de hombres traídos de otras tierras, cuya lealtad depende más de la paga que de una bandera. Al mismo tiempo, llegan extranjeros, atraídos por la promesa de prosperidad. Realizan los trabajos que los locales ya no quieren hacer, pero su presencia genera resentimiento. Se les ve como intrusos, como una amenaza para una identidad que, en el fondo, ya se tambalea.
Los líderes intentan responder, pero cada acción parece más una reacción tardía que una solución. Algunos endurecen las leyes, creyendo que el control traerá orden. Otros intentan integrar a los recién llegados, pero su visión limitada solo profundiza las divisiones. Mientras tanto, la gente siente que los días se vuelven más oscuros, que el futuro se escapa entre los dedos. La fe en las instituciones, en los gobernantes y en la idea misma de un mañana mejor, se desmorona poco a poco, como las viejas piedras que sostienen esta sociedad.
Y, como era predecible, el colapso llega. No con grandes explosiones, sino con un susurro constante, un desgaste lento que pasa desapercibido hasta que es demasiado tarde. Cada generación hereda un mundo más frágil que el anterior, y lo que antes era un aviso de peligro ahora se ve como algo normal.
Todo esto ocurrió hace más de mil quinientos años, en una sociedad que lideró el mundo durante siglos y terminó consumiéndose en sus propias contradicciones. La caída no fue un final inmediato, sino un largo proceso de decadencia y desangramiento a lo largo de cuatro siglos.
La historia no se repite, pero nos habla. Nos da pistas, lecciones que podemos tomar o ignorar. La pregunta no es si seguiremos el mismo camino, sino si seremos capaces de aprender antes de que el tiempo se nos acabe.
En el mundo actual, donde las redes sociales dictan la tendencia, lo simple ya no es suficiente. Los influencers en salud y fitness, al igual que en otros ámbitos, nos enseñan sistemas complicados de alimentación y entrenamiento. Pero hay una razón detrás de esta obsesión por lo complejo: es lo que vende.
Los algoritmos de plataformas como Instagram, YouTube y TikTok premian el contenido que genera más interacción, y lo complicado atrae más atención. ¿Por qué? Porque las personas se sienten atraídas por lo que les parece más exclusivo, más profundo, más misterioso. Un sistema de entrenamiento con 10 pasos secretos o una dieta con ingredientes raros invitan a las personas a pertenecer a algo especial, a un grupo selecto que tiene la llave de ese conocimiento oculto.
Lo simple no despierta esa misma sensación de exclusividad. Cuando alguien propone un enfoque simple, como «comer más verduras y hacer ejercicio regularmente», puede parecer demasiado común, demasiado fácil de lograr. Pero lo complicado, lo «secreto», crea una sensación de pertenencia. La gente se siente parte de algo único, algo que pocos conocen. Esto no solo les da una falsa sensación de superioridad, sino que también alimenta el sesgo de confirmación. Es decir, buscan información que refuerce lo que ya creen que es el camino correcto. Se meten en grupos de Telegram o foros donde todos piensan igual, donde se comparten los mismos «secretos» y se validan mutuamente. La cámara de eco se forma, y las personas sienten que han encontrado el camino correcto, simplemente porque otros lo validan.
El contenido que promete algo «más», más profundo, más diferente, recibe más visitas. ¿Por qué? Porque la complejidad genera intriga, y a la gente le gusta pensar que está haciendo algo más complicado que el resto. Ser parte de algo exclusivo les hace sentir especiales, como si ellos estuvieran un paso adelante respecto al común denominador.
Y aquí entra un detalle clave: darle un nombre atractivo a lo que haces. Tú no puedes decir, «cojo la barra, me pongo a hacer repeticiones, cuando se me fatiga el musculo descanso unos segundos y luego sigo» Eso no hipertrofia nada. Tienes que decir, «Voy a hacer un rest pause«. Eso si que hipertrofia como dios manda. Los nombres en inglés, más que por su idioma, tienen esa capacidad de hacer que todo suene más internacional, más moderno, más innovador. Y si alguien te ve usando esos términos, probablemente pensará que estás a la vanguardia, que tienes acceso a un conocimiento que no todos poseen.
Lo interesante es que este fenómeno no es nuevo. A lo largo de la historia, las personas siempre han buscado formas de distinguirse. Pero ahora, los algoritmos están potenciando ese deseo. El contenido complicado da más clics, y eso es lo que realmente premian los algoritmos, independientemente de si ese contenido es realmente efectivo o no. Lo simple, lo funcional, lo efectivo, a menudo no genera el mismo impacto, porque no tiene el «atractivo» de la novedad o del misterio.
Piénsalo: un sistema de entrenamiento básico como hacer ejercicios básicos de pesos libres, algo que cualquier persona puede hacer, rara vez se vuelve viral. Pero si a esa misma rutina le añades una «metodología secreta», todo tipo de accesorios, o un nombre fancy, de repente se convierte en algo digno de ser compartido. Los influencers lo saben, y es por eso que los métodos «complejos» venden tanto. La gente quiere sentirse especial, única, como si hubiera encontrado un camino que otros no conocen.
El deseo de pertenecer a un grupo selecto
Es fascinante cómo las cámaras de eco juegan un papel tan crucial en este juego. La gente busca validar lo que ya cree, y lo hace buscando comunidades que refuercen sus ideas, como los grupos en Telegram o foros de internet. Se rodean de personas que piensan lo mismo y, en vez de cuestionar la validez de lo que están haciendo, se sienten apoyados en su elección. Este sesgo de confirmación les da la tranquilidad de que están en el camino correcto, simplemente porque los demás dicen lo mismo. El sentimiento de pertenencia se vuelve más fuerte que la razón, y todos se sienten especiales por seguir un sistema “exclusivo” que, en realidad, no les ofrece nada más que una ilusión.
Vivimos en una época donde parece que sentirse bien es una obligación, no una posibilidad. Basta con abrir Instagram o cualquier libro de autoayuda para encontrarse con frases como “tú puedes con todo”, “si lo sueñas, lo logras”, o “la actitud lo es todo”. Y claro, ¿quién va a estar en contra de tener una buena actitud? Nadie. El problema empieza cuando ese pensamiento positivo se vuelve una especie de mandato, una camisa de fuerza emocional. Es lo que muchos ya conocen como positivismo toxico.
Este concepto describe una visión forzada y excesiva del pensamiento positivo, donde se niega cualquier emoción que no sea alegría, entusiasmo o gratitud. Da igual si estás triste, estresado, enfermo o agotado: la respuesta que recibes es “ánimo”, “todo pasa por algo”, “agradece lo que tienes”. Es como si estuviéramos viviendo dentro de una película de Disney mal escrita, donde solo hay lugar para sonreír. Y no solo eso: si no sonríes, si te quejas, si te sientes mal, entonces eres tu el problema.
El positivismo tóxico tiene un efecto perverso: convierte el dolor en culpa. Porque si “todo depende de ti” y tú no estás bien, entonces algo estás haciendo mal. Si te enfermas, es que no piensas lo suficiente en salud. Si no consigues tus metas, es porque no visualizaste con la fuerza adecuada. Si te sientes vacío, es porque no agradeces lo que tienes. Es una lógica muy parecida a la de un casino emocional: la casa siempre gana, y si pierdes, es por tu culpa.
Un caso emblemático de este pensamiento lo encontramos en libros como El Secreto, de Rhonda Byrne, que popularizó la llamada “ley de la atracción”. Según esta visión, todo lo que te sucede es el resultado directo de tus pensamientos. Si piensas en éxito, atraerás éxito. Si piensas en enfermedad, atraerás enfermedad. La idea puede sonar bonita, casi mágica, pero también peligrosa. Porque tras esa promesa de empoderamiento se esconde una carga brutal de autoexigencia. ¿Cómo le explicas a alguien que ha perdido un trabajo, o que sufre una depresión, que lo que le pasa es culpa de su forma de pensar?
También se cuelan aquí algunas reinterpretaciones modernas del estoicismo. Los estoicos clásicos, como Epicteto o Marco Aurelio, no negaban el sufrimiento. Al contrario: lo reconocían como parte inevitable de la vida y enseñaban a manejarlo con serenidad. Pero en redes sociales y gurús de autoayuda, a veces se transforma en una especie de masculinidad emocional blindada, donde mostrar dolor es visto como debilidad. Una especie de “aguanta y sigue” sin pausa, sin reflexión, sin contacto real con uno mismo.
Y el fitness, por supuesto, no se queda fuera de esta película. De hecho, es uno de los escenarios donde el positivismo tóxico se representa con más fuerza, con su propia banda sonora de frases cortas y eslóganes con sudor. “No pain, no gain”, “el dolor es solo debilidad saliendo del cuerpo”, “sin excusas, sin descanso”. Lo que en un principio podía ser motivador, se ha convertido en un imperativo casi militar. No entrenas por salud o bienestar, entrenas porque si no lo haces estás fallando como persona.
En este contexto, descansar es de flojos, parar es rendirse, y no progresar cada semana es casi un pecado capital. Lo curioso es que muchos de estos discursos que se venden como «autoayuda» acaban siendo autoagresión camuflada. Personas que entrenan con lesiones, que no respetan su energía, que se miden con estándares irreales porque “si fulano puede, tú también”. Como si todos viviéramos con el mismo cuerpo, las mismas condiciones, el mismo tiempo libre y la misma genética.
Las redes están llenas de entrenadores que repiten: “sin excusas”, «si no tienes ganas de entrenar entrena sin ganas», “Lo único entre tú y tus resultados es tu actitud”. Y no es cierto. Entre tú y tus resultados hay sueño mal dormido, jornadas de trabajo maratonianas, ansiedad, hijos, condiciones médicas, miedo, ciclos hormonales, edad, motivación variable. Todo eso también es parte de la ecuación, pero rara vez se dice. Porque decirlo rompe la fantasía de control absoluto, y eso vende menos.
Es fácil caer en esa trampa. Uno empieza queriendo cuidarse y termina castigándose. Empieza queriendo sentirse bien y acaba midiéndose solo en repeticiones, calorías y rendimiento. Como si el cuerpo fuera una máquina y no algo imperfecto que también llora, se cansa, se cae.
En vez de permitirnos sentir, el positivismo tóxico nos empuja a fingir. Como si todo el mundo estuviera en una fiesta eterna y tú fueras el único que no sabe bailar. Pero a veces, solo a veces, estar mal es una respuesta completamente lógica. Una forma de gritar que algo no va bien. Y ese grito merece ser escuchado, no tapado con una sonrisa forzada o con otra serie de sentadillas.
Los ojos son considerados las ventanas del alma y pueden transmitir emociones, intenciones y sinceridad. Al mantener una mirada firme y directa, mostramos interés, atención y respeto hacia la persona con la que estamos interactuando. También fomenta la conexión y la empatía, ya que nos permite leer las expresiones faciales y captar señales no verbales que complementan el diálogo
El contacto visual es una forma poderosa de comunicación no verbal que te ayudará a establecer una conexión más profunda y significativa con otra persona. Durante una conversación, mirar directamente a los ojos de la otra persona puede indicar atención, interés y sinceridad, lo que puede fomentar la confianza y el respeto.
Para establecer un contacto visual adecuado, es importante mantener un equilibrio entre mirar directamente a los ojos de la otra persona y desviar la mirada de vez en cuando. Se puede mirar directamente a los ojos durante unos segundos, y luego desviar la mirada hacia otra parte, como la boca o las manos de la otra persona. Esto puede ayudar a aliviar la tensión y el estrés, y a mantener una conversación cómoda y fluida
El lenguaje no verbal desempeña un papel crucial en la comunicación humana, ya que complementa y enriquece el significado de las palabras habladas. Gestos, expresiones faciales, posturas corporales y otros comportamientos no verbales transmiten información adicional y ayudan a interpretar el mensaje de manera más completa.
No solo mirar a los ojos de la otra persona es importante, también lo es estrechar la mano con firmeza o caminar de manera erguida. Un apretón de manos firme transmite confianza, seguridad y determinación. Hay personas que te dan la mano y da la sensación de que estás agarrando un brazo de goma. Si no eres capaz de mostrar fuerza y determinación con un apretón de manos no esperes respeto por la otra parte. Además un apretón de manos débil o descuidado puede ser interpretado como falta de interés o poco compromiso.
La manera de caminar también dirá mucho sobre tu persona. Hay gente que anda como de puntillas por la vida, sin querer hacer mucho ruido. Otros van arrastrando los pies como si llevasen una gran carga y otros caminan de manera firme y decidida. Mantener una postura erguida, con la cabeza en alto y los hombros hacia atrás, proyecta una imagen de confianza y autoestima. Además, una buena alineación corporal ayuda a evitar problemas posturales y transmitir una sensación de bienestar general.
Tu manera de andar va a comunicar al resto tu nivel de actividad, si eres enérgico o por el contrario estás cansado, tu estado emocional e incluso la manera en la que te adaptas al entorno.
Cuando te expresas, es fundamental que no te dejes arrastrar por la espiral del silencio ni por el comportamiento tribal. No permitas que el miedo al rechazo o a la crítica te silencie. Tienes el derecho y la responsabilidad de expresar tus opiniones de manera honesta y auténtica.
No te sientas obligado a decir cosas en las que no crees. A veces nos dejamos influenciar por las opiniones de los demás o nos conformamos con lo que parece ser popular. Pero es importante que reflexiones sobre tus propias creencias y valores. No tengas miedo de ser diferente o de expresar puntos de vista distintos.
A medida que te sientas más seguro, comienza a compartir tus ideas en entornos de confianza. Busca personas en quienes confíes y con quienes puedas tener debates constructivos. Escucha diferentes perspectivas y mejora tus argumentos a través del intercambio de ideas.
Luego, da el paso hacia expresarte abiertamente en público. Recuerda que cada vez que compartes tus opiniones, puedes generar un impacto en quienes te rodean. Aunque pueda resultar intimidante, recuerda que tu voz y tus ideas son valiosas. Contribuyen a la diversidad de opiniones y al enriquecimiento del diálogo público.
No temas expresar quién eres y lo que piensas. Permítete ser auténtico y defiende tus convicciones. A medida que te expresas con valentía, también estarás inspirando a otros a hacerlo.
El ruido mata los pensamientos, clama Zaratustra. Un ruido producido, casi siempre, por el tumulto de los muchos, de los que son incapaces de pensar por sí mismos.
Muchos filósofos y pensadores han sentido la necesidad acuciante de querer encontrar aquella soledad que Jean Jeaques Rousseau inventó como cosa tan tentadora. Una soledad para que el espíritu creador hable a través de ellos.
Para muchos de ellos la vida no se lo puso nada fácil, como Dostoievski o Tolstoi pero, a pesar de ello, como su mundo exterior no les concedía tregua, forjaban su tragedia a partir de su mundo interior. Desde su propio interior horadaron un nuevo surtidor para que el ciclo de la existencia no dejase de manar.
El genio creador necesita a veces la forzada soledad temporal para medir desde la lejanía la altura de la verdadera tarea. Prueba de ello es que los mensajes más importantes de la humanidad han venido desde el exilio. Los creadores de las grandes religiones desde Cristo, hasta Buda o Mahoma tuvieron que internarse en el desierto antes de alzar su palabra. La ceguera de Milton, la sordera de Beethoven, la prisión de Dostoievski o las mazmorras de Cervantes fueron una exigencia querida secretamente por el propio genio contra la despierta voluntad del hombre. [i]
La búsqueda del silencio se ha convertido para la humanidad en una imperiosa necesidad que abarca desde el inicio de los tiempos. Prácticamente en todas las culturas antiguas y en todas los periodos de la historia hay registros de gente que realizaba titánicos viajes espirituales en pos del silencio y la soledad, abandonando toda su vida conocida para instalarse en el desierto, las montañas o en la profundidad del bosque. Pitágoras decía escuchar en el silencio el sonido de los grandes orbes del universo.
Henry David Toreau en Walden nos pone en aviso de lo siguiente: Jamás di con una compañía más acompañadora que la soledad. Las más de las veces solemos estar más solos entre los hombres que cuando nos encerramos en nuestro cuarto. Por lo común la compañía es poco valiosa. Nos encontramos a intervalos muy cortos, sin haber tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo que ofrecernos unos a otros. Hemos tenido que convertir una serie de reglas que llamamos de etiqueta y cortesía para hacer este encuentro frecuente tolerable y para evitarnos una guerra declarada[ii]
El silencio posee un halo mágico de misterio donde surge la paz interior, donde se forja la creatividad y de donde nace el autoconocimiento. Pero también tiene su lado negativo.
Hemos visto que la vida de Miguel Ángel se caracterizó por un terrible dolor que le desgarraba el alma y eso le empujaba a crear (alusión a otro capítulo del libro). Pero si hay un autor por excelencia que encontró en el silencio y la soledad su demonio creador es, sin ninguna duda, Friedrich Nietzsche.
Quizá no haya otro autor más antihumanista que el alemán. Egoísta, desalmado y megalómano, su Übermensch contribuyó a inspirar el militarismo que condujo a la Primera Guerra Mundial y el fascismo que condujo a la segunda, tanto con la raza aria superior de los nazis como con el nuevo hombre soviético.[iii] Pero si nos paramos con detenimiento ante sus escritos, podemos aprender mucho con sus enseñanzas.
Todo hombre de elección aspira instintivamente a su torre de marfil, a su reclusión misteriosa, por la que se libra de la masa, del vulgo, del gran número, porque en ella puede olvidar la regla ‘hombre’, puesto que él es una excepción a esta regla[iv], nos dice.
Durante la vida del filósofo, la soledad fue todo su mundo. A veces buscada como exigencia filosófica para desarrollar sus pensamientos y otras, impuesta. Una soledad que se va metamorfoseando y adaptando a su forma de modo que, cada vez que la mira a la cara, se parece más a él. Se ha vuelto dura, cruel y violenta como él. También ella había aprendido a hacer daño y a engrandecerse en el peligro. Cuando cariñosamente la llama “su querida y vieja soledad” no es más que un apelativo inapropiado, porque se ha convertido en un aislamiento completo. [v]
En ocasiones permanecía días enteros enfermo en su cama y nadie se aproximaba a su lecho, ni le tendía su mano. En toda su peregrinación por la vida, nunca apretó su cuerpo desnudo contra la tibia piel de una mujer. En su corazón, ya no quedaba rastro de sociabilidad alguna. Resulta espantoso estar solo en la medida en que yo lo estoy, dijo en una ocasión.
En los trescientos sesenta y cinco días del año, nada tenía ante sí más que sí mismo. En su alegato, la valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar.
Durante diez horas al día trabajaba en su mesa colmada libros, manuscritos y borrones de tinta pero sin ninguna flor, ni toque de color. Sus ojos apenas veían el papel que emborronaba, si no era acercándolo mucho a los cristales extraordinariamente gruesos de sus gafas. Y ante tal exceso, su cerebro se vengaba con terribles dolores de cabeza.
En el sendero de su vida viajaba de ciudad en ciudad, alojándose durante poco tiempo en lúgubres posadas. En ningún lugar encontraba paz, siempre huyendo de esa eterna soledad que le atenazaba. A veces intentaba esquivarla huyendo a otro país, pero siempre le daba caza y regresaba a ella herido y agotado.
Ni siquiera Dios, a quien él mismo había matado, estaba a su lado en esos momentos. Cuanto más se aproximaba a su yo, más se alejaba del mundo y cuanto más caminaba, más vasto era el horizonte de su desierto. Dicho sea entre nosotros, yo soy, en efecto, en un sentido terrible un hombre de las profundidades, y en este trabajo subterráneo no soporto ya la vida, confesaba.[vi]
Pero del mismo modo que el ave Fénix debe pasar todo su cuerpo por el fuego abrasador para salir fortalecido con un nuevo plumaje, para Nietzsche los hombres espirituales deben pasar por el fuego de la contradicción devoradora, para que el espíritu se eleve sin cesar, libre de toda contradicción.[vii] Igual que en la naturaleza son necesarios los ciclones y tornados para descargar su exceso de fuerza en una revuelta contra su propia existencia, el espíritu necesita de vez en cuando un encuentro con el demonio que, en su exceso de violencia, lo haga rebelarse contra la comunidad del pensamiento y la monotonía moral.[viii]
Ese demonio le invita a crear a su propio Dios. Tras haber destruido todos los altares, se construyó uno nuevo para celebrar sobre él su propio sacrificio, ensalzarse y vanagloriarse. ¿No debemos convertirnos en dioses, para parecer dignos de tal acción? Se preguntaba.[ix]
En la soledad crece todo lo que uno lleva consigo, incluyendo la bestia interior [x] dice su Zaratustra. Por lo tanto, una soledad tan atroz como la suya, solo es aconsejable para unos pocos.
Y en estas, la muerte le dio alcance. Tan solo como nunca, tan solo como siempre.
En el capítulo anterior expuse que el diálogo interior, la conocida rumiación de pensamientos, puede ser peor que el peor de los venenos conocidos por el hombre. Un pensamiento lanzado sin ningún tipo de control, en la ausencia de una mente que lo controle, puede convertirse en una bestia, que no solo se restrinja a emociones como la tristeza, la irritabilidad o la apatía, sino que altere la manera en la que nos percibimos o nuestra sensación de valía personal y lleve ese diálogo interno, totalmente distorsionado, a un sinfín de pensamientos obsesivos.
Por eso el ser humano moderno, incapaz de estar solo con su propia mente, busca constantemente distracciones que le aparten del poder destructivo de su pensamiento.
El aislamiento forzoso, se ha venido utilizando de manera recurrente como un castigo en prisiones de algunos lugares del mundo. Un aislamiento social, no solo favorece la enfermedad mental sino que acorta la vida tanto como fumar. Incluso la ciencia ha demostrado que la soledad o el rechazo social activan las mismas zonas cerebrales que el dolor físico.
No olvidemos que en nuestro pasado evolutivo, para sobrevivir necesitábamos nuestra tribu como las hormigas necesitan su hormiguero. Incluso sin ser consciente, el cerebro se beneficia de la interacción con los demás porque crea nuevas conexiones neuronales.
Una persona que se aísla en sus propias ideas sin escuchar, razonar y valorar criterios externos tendrá como único contrapeso su conciencia, reuniendo todas las papeletas para caer en un tormentoso bucle que retroalimenta sus esquemas cognitivos.[xi]
Muchas veces, el silencio produce un pavor terrible. La gente lo toma como símbolo de debilidad e intenta evitarlo por todos los medios posibles porque, a nivel de su subconsciente, conocen la amenaza que eso conlleva.
Poco a poco, he ido viendo claro cuál es el defecto más general de nuestro tipo de formación y de educación: Nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad[xii]. El silencio implica encontrarte cara a cara contigo mismo y eso da miedo. El silencio obliga a reflexionar y muchas veces a escuchar lo que no quieres oír. El silencio te pone delante a tus propios fantasmas. Por eso es normal que la gente quiera llenar ese silencio a toda costa. Ni siquiera en las conversaciones cotidianas se produce un segundo de silencio, al que hemos mal llamado silencio incómodo. Esa música de fondo termina siendo socialmente aceptada y hace que estemos constantemente intentando llenar esos vacíos con ruido. Ruido que, en última instancia, lo que consigue es que huyamos de nosotros mismos para refugiarnos en él.
En palabras de Séneca, un ser humano que no soporta su propia soledad está incapacitado para estar en tranquilidad consigo mismo.
Muchas veces es necesario entrar en la soledad introspectiva de vez en cuando para recibir sus frutos. Si te sientes grande y fecundo en la soledad, la sociedad de los hombres te empequeñecerá y te hará estéril, y a la inversa,[xiii] recuerda Nietzsche
La soledad proporciona una oportunidad que se puede aprovechar o no, una oportunidad para conocernos mejor y mejorar nuestra relación con los demás y con nosotros mismos[xiv]. Cualquiera puede hablar de sí mismo. La mayoría de la gente es buena para dar bombo y vender cosas. Lo verdaderamente escaso en este mundo es el silencio y la capacidad de mantenernos de manera deliberada fuera de las conversaciones y subsistir sin su validación.[xv] De ahí que un viejo proverbio árabe diga que si Dios nos dio dos orejas, dos ojos y una sola boca para hablar es porque tenemos que escuchar y ver dos veces para hablar.
En medio de la multitud vivo como la mayoría y no pienso como pienso; al cabo de cierto tiempo acabo por experimentar el sentimiento de que se me quiere desterrar de mí mismo y quitarme mi alma, y empiezo a malquerer a todo el mundo y a temer a todo el mundo. Entonces tengo necesidad del desierto para volver a ser bueno[xvi], dice Nietzsche. Por eso su superhombre no se deja guiar por las multitudes. Se guía por sus pasiones y sentimientos, pero a la vez se domina a sí mismo.
Una vida consecuente y perfecta solo puede materializarse en ese espacio vacío del individuo desligado de todo lo que hay a su alrededor, no en el vínculo ni en la obligación. Por eso, en todas las épocas, el camino de los santos siempre los condujo hasta la soledad y el silencio del desierto, la única patria, el único hogar apropiado para ellos [xvii]. Por eso, a pesar del terrible silencio que acompañó a Nietzsche en su existencia, de esa existencia surgió su excelsa obra.
Uno ha de tener caos dentro de sí mismo para dar luz a una estrella danzante[xviii], escribe.
En el silencio podemos ser creativos gracias al vacío fértil que produce, nos permite conocer facetas de nosotros mismos que desconocemos. Si muchas personas fueran capaces de buscar y de encontrar esos pequeños instantes que tenemos a nuestra disposición, comprenderían el poder sanador del silencio y la paz interior que nos otorga. Sólo de ese modo le perderían el miedo.
Mario Conde, que sufrió en sus carnes el silencio forzoso, escribe desde la cárcel que uno de los mejores momentos era ese silencio de los primeros compases del día. En el silencio nos escuchamos a nosotros mismos, dice. Hay mucha gente que no le gusta lo que escucha y entonces prefiere que le aturda el ruido externo. Pero sin silencio no se puede caminar en el espíritu. Rezar es silencio, meditar es silencio, amor es silencio. Quien no es capaz de estar en silencio, no es capaz de estar en sí mismo con mayúsculas. El ruido permite estar con él sí mismo con minúsculas, con la personalidad. El silencio permite ser honesto y limpio de corazón, permite revisar los verdaderos impulsos de lo que se hace.[xix]
La cuestión última es cuánto tiempo en soledad es necesario para aprovecharnos de las virtudes que nos proporciona y despojar de las malas hierbas el pensamiento rumiante del hastío vital. Al igual que cada persona es un mundo, el tiempo con el que cada uno se ha de relacionar con el silencio depende de muchos factores como su estado emocional, su percepción acerca de ese periodo de silencio, su personalidad o sus experiencias previas con la soledad.
Acércate al silencio y a la soledad con cautela. No les tengas miedo. Aprovéchate de los beneficios que te otorgan y aprende de sus enseñanzas.
En la soledad el solitario se roe el corazón, en la multitud es la muchedumbre quien se lo roe. ¡Elegid!,[xx] clama el filósofo.
[i] Zweig, S. (2011) Josep Fouché. Retrato de un hombre político. Ed. 1. Acantilado
[ii] Thoreau, H.D. (2007) Waldel o la vida en los bosques.Grupo Editorial Tomo
[iii] Pinker, S. (2018) En defensa de la Ilustración. Paidós
A la hora de ejecutar cualquier ejercicio en la sala de musculación, especialmente los ejercicios que se realizan de pie como press militar, sentadillas o un curl de biceps, la clave esta en una buena estabilización de la pelvis o de la cadera. Esto, a parte de diferenciar una buena técnica de una mediocre, lograra proteger la parte baja de la espalda frente a posibles lesiones.
La columna, de manera natural tiene una ligera lordosis que no es ni exagerada ni reducida. Para una correcta realización de este tipo de ejercicios habrá que realizar una ligera retroversión de la pelvis, es decir, aplanar la zona lumbar rotando la pelvis hasta que los oblicuos y rectos abdominales permitan acercar el pubis a las ultimas costilla del torax.
El movimiento contrario a la retroversión sería la anteversión, como se indica en la imagen y una correcta utilización de estos dos movimientos son la clave para evitar molestias y sobrecargas lumbares.
Cuando realizamos un ejercicio de pie, el peso debe recaer sobre el raquis como si de una columna se tratase, por lo tanto la espalda debe de estar lo más recta posible y los pies paralelos. A veces observo a gente hacer ejercicios como curl de biceps, jalones de triceps e incluso press militar con un pie adelantado y eso es un error ya que el peso está desequilibrado.
El yoga, sobre todo algunos tipos más intensos como el yoga flow o el vinyasa yoga, se basa en ejercicios bastante potentes para la zona lumbar o el core entre otros y, por ello, los antiguos yoguis, conocedores de este hecho idearon una serie de correcciones y adaptaciones para tratar de evitar lesiones y dolores musculares.
Las llamada bandhas sirven en este sentido para activar los músculos, estimular los órganos y las glándulas en regiones concretas. Hay varias bandhas pero en este artículo me centraré en tres en concreto, Jalandhara bandha (cierre de la garganta), Uddiyana bandha (cierre del abdomen) y Mula bandha (cierre del suelo pélvico). Su activación o contracción contribuye a mantener la concentración y a proteger el cuerpo durante la práctica.
Uddiyana en sánscrito significa elevarse y es que la práctica de este bandha consta en elevar el diafragma generando un vacío abdominal, absorbiendo los órganos internos, de forma que ascienden. Se relaciona con el tercer chakra (Manipura), el centro de la energía y la voluntad. Esta bandha masajea los órganos abdominales facilitando la digestión, estimula y descongestiona el hígado y el páncreas y fortalece la pared abdominal
«La práctica de uddiyana bandha descrita por los yoguis es muy fácil de hacer. Su práctica regular rejuvenece hasta a los más viejos».Hatha Yoga Pradipika
Los bandhas son cierres energéticos de ciertas zonas del cuerpo que al aplicarse a través de la contracción, estimulan la fluidez de la energía vital o prana en el canal central (el sushumna nadi) que, al generar un sello, evita que haya fugas de energía.
Hay seis esfínteres en nuestro sistema digestivo. Un esfínter es un anillo de músculo que rodea y sirve para proteger o cerrar una abertura. Se pueden contraer tres de estos seis esfínteres para crear los bandhas o las cerraduras.
Cerrar estos esfínteres crea bloqueos físicos y energéticos en el cuerpo. Estos gestos de cierre bloquean las energías vitales (pranas) en una región específica del cuerpo. Estas cerraduras de energía se llaman Bandhas. Estas cerraduras son componentes esenciales en la práctica del pranayama.
El término sánscrito «bandha» significa sujeción o cierre. Corresponde a un cambio en el tono y la orientación de las estructuras respiratorias mediante la contracción sostenida y controlada de determinadas zonas del cuerpo.
Al activar cada uno de estos tres bandhas o diafragmas del cuerpo, se limpia y libera el flujo de energía o prana, mejorando así las funciones fisiológicas del organismo.
Las bandhas tienen una relación con los ejercicios en la sala de musculación porque ambos implican el uso consciente y coordinado de los músculos para mejorar el rendimiento físico y la salud. Los bandhas ayudan a fortalecer el core, mejorar la postura, aumentar la capacidad respiratoria y prevenir lesiones. Los ejercicios en la sala de musculación también pueden beneficiarse de los bandhas si se aplican correctamente durante las repeticiones o las pausas. Por ejemplo, Jalandhara bandha puede ayudar a proteger las cervicales y a regular la presión arterial durante los ejercicios que implican levantar peso sobre la cabeza. Uddiyana bandha puede ayudar a activar el transverso abdominal y a estabilizar la columna durante los ejercicios que implican flexión o rotación del tronco. Mula bandha puede ayudar a activar el suelo pélvico y a evitar problemas como la incontinencia urinaria o el prolapso durante los ejercicios que implican saltos o impactos.
Las bandhas se pueden practicar de forma separada o conjunta, según el nivel y el objetivo de cada uno. Además pueden tener una relación con ejercicios tipo sentadillas, press banca o press militar porque ayudan a mejorar la postura, la respiración, la concentración y la fuerza. Las principales bandhas son:
Jalandhara bandha: este es el cierre de la garganta que se hace al llevar el mentón hacia el pecho y elongar la zona cervical. Este bandha puede ayudar a proteger las cervicales y a regular la presión arterial durante los ejercicios que implican levantar peso sobre la cabeza, como el press militar. También puede ayudar a mejorar la concentración y a calmar la mente durante los ejercicios que requieren equilibrio o coordinación.
Uddiyana bandha: este es el cierre del abdomen que se hace al contraerlo hacia adentro y hacia arriba después de exhalar completamente. Este bandha puede ayudar a fortalecer el transverso abdominal y a crear una faja natural que sostiene los órganos internos y la columna vertebral. También puede ayudar a mejorar la capacidad respiratoria y a oxigenar mejor los músculos durante los ejercicios que implican flexión o extensión del tronco, como el press banca
Mula bandha: este es el cierre del suelo pélvico que se hace al contraer los músculos alrededor del esfínter anal y los órganos sexuales. Este bandha puede ayudar a fortalecer el suelo pélvico y a prevenir problemas como la incontinencia urinaria o el prolapso. También puede ayudar a mejorar la estabilidad del tronco y a proteger la zona lumbar durante los ejercicios que implican levantar peso o hacer presión con las piernas, como las sentadillas. Sus beneficios son:
Ayuda en problemas digestivos y de colon
Fortalece el suelo pélvico y la musculatura adyacente
Mejora la salud de los órganos pélvicos
Hoy en día es común oír hablar de los ejercicios hipopresivos, que no son otra cosa que la activación de mula bandha, para proteger y fortalecer el suelo pélvico.
Se recomienda evitar la activación de bandhas durante el embarazo, con enfermedades digestivas o cardíacas, úlceras, hernias o problemas de hipertensión.
Beneficios físicos
Cuando se aplican las bandhas, activan los músculos y estimulan los órganos y las glándulas en la región respectiva. Por ejemplo, la aplicación de mula bandha activa los músculos del piso pélvico y estimula los órganos de reproducción. Los tonifica y mejora el funcionamiento. Un estudio científico realizado en 2017 con 50 mujeres que padecen prolapso leve sintomático de órganos pélvicos ha demostrado que una práctica regular de mula bandha durante un período de tres meses ayudó a reducir la gravedad de los síntomas y a mejorar la calidad de vida en pacientes con un grado leve de prolapso.
La realidad que vivimos cada día está dominada por la emoción del miedo y mientras los seres humanos se sigan aferrando a su ego, ese cambio no tendrá un efecto a nivel global.
El ego es un concepto difícil de entender y por eso a lo largo de la historia se le ha intentado dar una definición satisfactoria. Kant lo entendió como una entidad donde se incluía cada representación mental que la persona llevaba a cabo. Para Sartre era una parte más de la conciencia. Para Freud el ego era la representación de la realidad y la razón. Quien controla las pulsiones del ello intentando satisfacerlo de un modo socialmente apropiado.
Si el ego nos domina, la opinión que tenemos nosotros mismos está distorsionada, el verdadero yo se aleja y la tarea de conocerse a uno mismo se complica. En este estado nos creemos superiores y no vemos la realidad tal y como es. En muchos casos, la consecuencia de esto suele ser un comportamiento con tendencia al narcisismo y al egoísmo.
Para ilustrar esto con un ejemplo, voy a recurrir a uno de los autócratas con el ego más desmedido que ha sufrido la humanidad. Si tuviera que describir todos los episodios en los que el ruso Iósif Stalin se dejó dominar por su ego, probablemente saldría un libro con varios volúmenes, pero hay uno en concreto muy revelador, ya que supuso su propia muerte.
Meses antes de su muerte, Stalin se había inventado una enorme conspiración internacional que relacionaba a los judíos soviéticos de la profesión médica, la organización del partido de Leningrado, la MGB y el Ejército Rojo con Israel y Estados unidos. Esta invención de su mente se saldó con cientos de médicos y funcionarios del MGB arrestados y torturados para arrancarle confesiones que no existían en realidad.
En plena histeria colectiva, Stalin sufrió un ataque al corazón que lo mantuvo inconsciente durante cinco días antes de morir. Se podría haber salvado si los médicos lo hubieran atendido el primer día, pero tras la Conspiración de los Médicos ninguno se atrevió a tomar la iniciativa. El propio médico de Stalin fue torturado por decir que el líder debería descansar. Si el tirano despertaba del coma y veía médicos a su alrededor, podría considerar eso una grave deslealtad. [x]Por este hecho, murió solo en su habitación. Su ego no le dejaba ver más allá de su autoimpuesta grandeza y por ello eliminaba todo aquello que le llevaba mínimamente la contraria.
Toda persona tiene a su alrededor una serie de obstáculos que intentan constantemente limitar su pensamiento y por lo tanto, su libertad. Nos limita la patria, que nos separa de los demás pueblos. Nos limita el idioma restringiéndonos el pensamiento. Nos limita la religión que nos impide entender la fe ajena. Nos limita el carácter con un sinfín de prejuicios. El aislamiento es casi inevitable. No se comprenden los pueblos, ni las razas, ni las confesiones, ni los individuos porque todos están aislados y solo experimentan por separado una parte de la vida. Una parte de la realidad que cada uno considera como cierta.
Sin embargo con la observación de la mente estamos cambiando esto. Si aprendemos a pensar, estaremos ejercitando un cierto control sobre qué y cómo hacerlo. Cuanto más conocimiento adquiramos, más apriscos de la mente estaremos eliminando y menos nos identificaremos con ese ego perverso.
La mente contemplativa, al contrario que la egotista, nos dice que respetemos a las otras criaturas incluso de insectos o criaturas que no nos gustan. Aunque estas criaturas estén molestándome, tienen derecho a vivir. Así es la mente humana cuando reflexiona y lo mismo se aplica a los estados mentales desagradables. [xi]
La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo, dice Spinoza[xii]. Cuando al individuo le embarga una emoción negativa, el primer impulso es identificarse con ella y dejarse llevar. El camino debe ser todo lo contrario. En lugar de enfadarte obsérvate. Observa cómo se acelera el pulso, cómo se activa el sistema nervioso simpático y cómo el elefante lo único que quiere es ponerse a dar trompazos a diestro y siniestro sin tener en cuenta las órdenes del jinete.[xiii] Observa todo eso y tómate tu tiempo para actuar.
El dolor es una reacción natural del cuerpo ante un suceso inesperado y molesto y desagradable. Si fallece un ser querido o si nos quedamos sin trabajo, es normal sentir cierto dolor. Este dolor muchas veces supone un aprendizaje personal, algo legítimo y necesario para vivir. Desde el mismo momento en el que estamos expuestos a la vida, tenemos que aceptar que el dolor nos puede llegar en cualquier momento, lo queramos o no.
En cambio, el sufrimiento es un estado que nosotros creamos como una resistencia a ese dolor. Sufrimos por lo que ha ocurrido o por lo que ocurrirá en el futuro. Sufrimos por nuestra interpretación de la vida, muchas veces distorsionando la realidad. Nos resistimos a aceptar el aprendizaje que nos deja el dolor aferrándonos a nuestras emociones negativas y eso hace que el sufrimiento pueda durar toda la vida, aunque el hecho que lo provocó ya haya pasado.
Schopenahuer, que iba un poco más allá, postulaba que el conjunto de la existencia humana apunta al sufrimiento como verdadero rasgo determinante de la misma.[xiv]
Cuando nos sumimos en el sufrimiento, nos ponemos rápidamente en la posición de víctima. Sentimos que la vida no nos da lo que merecemos, nos sentimos débiles, impotentes o echamos la culpa a otras personas de lo que nos pasa. Sufrir es más fácil que actuar, diría Bert Helliger
Séneca distinguía muy bien entre dolor y sufrimiento cuando decía lo siguiente: Considera cuán vehementes son los sentimientos de los animales y sin embargo, cuán cortos. Cuando la fiera ha vuelto algunas veces a su guarida despoblada por el cazador, y siguiendo los rastros de sus cachorros, ha recorrido el bosque, en muy poco tiempo extingue su rabia. Las aves lanzan agudos fritos alrededor de su despojado nido y en pocos momentos después se calman y emprenden el acostumbrado vuelo. Ningún animal lamenta por mucho tiempo la pérdida de sus hijos, si no es el hombre, que ayuda a su dolor, no siendo su aflicción como la experimenta sino como se la propone. […] El fuego quemará a todos, el hierro tendrá sobre todos los cuerpos su propiedad de cortar. Pero la pobreza, el luto o la ambición impresionan a unos y a otros según influye en ellos la costumbre, haciéndonos débiles y cobardes.[xv]
Se suele atribuir a Nietzsche la frase lo que no te mata te hace más fuerte, aunque en realidad es una adaptación de la frase original: lo que no te mata te hiere de gravedad y te deja tan apaleado, que luego aceptas cualquier maltrato y te dices a ti mismo que eso te fortalece. [xvi] Por eso, la frase adaptada es solo es una verdad a medias. Para poder salir fortalecido de un hecho traumático sin racionalizarlo es necesario un proceso paralelo de reflexión y aprendizaje que le otorgue sentido. Es necesario actuar y para ello debemos abrirnos al dolor, aceptarlo, expresarlo a otras personas si hace falta.
Muchas veces el dolor no es opcional, porque forma parte de la condición humana, pero es esa mente dualista la que crea el sufrimiento.
Los budistas utilizan la palabra dukkha para referirse a este sufrimiento, que significa incapaz de satisfacer. Algo que siempre está cambiando, incapaz de llenarnos completamente.[xvii] Ese sufrimiento que, empujaba a Miguel Ángel a un profundo estado de depresión continua y que, como veremos, el mismo efecto le producía al alemán Nietzsche.
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El ego también tiene una relación directa con la felicidad. Filósofos, sacerdotes y poetas han tratado durante milenios el concepto de la felicidad y muchos de ellos han llegado a la conclusión de que los factores sociales o espirituales tienen tanto impacto sobre ella como los materiales. La felicidad mide un bienestar subjetivo, algo que sientes en tu interior o un placer inmediato y por lo tanto, no se puede medir desde fuera. Por ello, muchos de estos pensadores ya se dieron cuenta hace miles de años que, estar satisfecho con lo que se tiene es mucho más importante que obtener más de lo que se desea[xviii]. Todo aquel que elige lo segundo, es bastante probable que se mantenga en un estado de perpetua insatisfacción y por lo tanto, infelicidad.
Schopenhauer argumentaba que la vida es como un péndulo que oscila entre dos extremos: el sufrimiento y el tedio. El querer y su satisfacción. Mientras queremos algo sufrimos por la carencia específica que aquello supone y cuando tal querer es satisfecho, surge algo peor que el malestar: el aburrimiento, el cual nos hace sentir el vacío de la voluntad desocupada. No obstante, la rueda de Ixión jamás se detiene, pronto aparecerá un nuevo deseo acompañado de un nuevo dolor. Y su satisfacción volverá a mostrarse vana para calmar la sed de voluntad. Una voluntad que nunca encuentra un objeto que satisfaga su querer porque, en realidad, no quiere nada y en el mundo fenoménico se limita a aparentar un querer. El dolor del mundo es, en último término, la manifestación del absurdo de una voluntad incapaz de querer.
Las personas se embarcan a menudo en una persecución compulsiva de gratificaciones para el ego y de cosas con las cuales identificarse para llenar el vacío que sienten dentro. [xix]
Si eligen adorar el dinero y los bienes materiales nunca tendrán suficiente. Si eligen adorar su cuerpo siempre se verán feos. Si eligen venerar el poder terminarán débiles y cada día necesitarán más poder para no verse amenazados por los demás. Si eligen venerar su intelecto terminarán sintiéndose estúpidos. Lo más terrible de todas estas formas de adoración, no es que sean malas, sino que son automáticas. El funcionamiento por defecto. Tener cosas, poder y estatus, puede sin lugar a dudas ayudar a las personas a llevar una vida más cómoda, pero no pueden darnos una vida más feliz. La felicidad, el verdadero gozo, viene del ser, no del tener.
Los seres humanos estamos hambrientos de tener. Tenemos hambre de aprobación, hambre de atención, hambre de afecto. Tenemos hambre de libertad para aceptar la vida, conocernos y ser realmente nosotros mismos. Pero esa hambre, atrae una serie de consecuencias asociadas, sobre todo si no se sabe gestionar bien y una de las consecuencias principales es nuestra propia victimización, que precisamente surge del miedo.
El victimismo procede del interior. Nadie puede convertirnos en víctimas excepto nosotros mismos. Muchas veces, a través del sufrimiento, nos aferramos a nuestra propia victimización y desarrollamos una mentalidad de víctima. Una forma de pensar rígida, culpabilizadora, pesimista, atrapada en el pasado, implacable y castigadora fuera de los límites saludables. El monólogo interior hace que nos convirtamos en nuestros propios carceleros
Me viene a la mente una frase de David Foster Wallace, en la que dice que no es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntándose a la cabeza. Intentan liquidar al tirano[xx]. A esa mente que les empuja a la satisfacción inmediata de sus más primitivos impulsos
No sabemos a dónde vamos, no sabemos qué va a pasar pero nadie puede quitarnos aquello que ponemos en nuestra mente, ya sea bueno o malo.
Elige conscientemente en lo que prestar atención y en lo que centrar tus pensamientos, porque la libertad implica atención, conciencia y disciplina.
[viii] Extracto de la carta escrita por el jefe Seattle de la tribu duwanish de indios americanos al presidente Franklin Pierce en 1855 contenido en el libro, El tercer chimpancé, de Jared Diamond
[xii] Spinoza, B (2011) Ética: demostrada según el orden geométrico. Alianza Editorial
[xiii] La parte racional de las personas es “el jinete“. Es quién toma las riendas y piensa a dónde ir. La otra parte, la emocional, es “el elefante“. Esta entente entre jinete y elefante es una propuesta del psicólogo Jonathan Haidt para entender el comportamiento humano
[xiv] El arte de sobrevivir, de Arthur Schopenhauer
Antonio Pío fue el sucesor de Adriano como emperador. El título de Pío le fue dado a posteriori por el Senado quien también lo llamó Optimus prínceps, o el mejor de los príncipes. Incluso su sucesor Marco Aurelio, cuando no sabía muy bien qué decisión tomar se decía a sí mismo, haz en este caso lo que hubiera hecho Antonio.[i]
Cuando accedió al trono frisaba los cincuenta ya y su primer gesto fue ingresar su inmensa fortuna en las arcas del Estado. A su muerte, su patrimonio se reducía a cero pero el de Imperio se elevaba a dos mil setecientos millones de sestercios, algo que no se volvería a alcanzar jamás.[ii]
Cada gasto que hacía, por más insignificante que fuese, pedía autorización al Senado y de ese modo reordenó el Estado. Los derechos y deberes de los cónyuges fueron equiparados y la tortura prácticamente abolida. La muerte de un esclavo fue declarada delito.
No hay escritor de la época que no haya ensalzado la tranquilidad de Antonio Pío. Tal fue su éxito que según Apiano, decenas de embajadores extranjeros querían entrevistarse con él para pedirle que sus territorios se anexionasen al Imperio. Este reinado feliz duró veintitrés años. El mundo estaba gobernado por un padre, escribía Renan.[iii]
A su muerte lo sucedería un joven de tan solo dieciséis años. Marco Aurelio, el emperador filósofo, que continuaría su obra como una oleada de peste o las continuas guerras con los germanos. Después de Marco Aurelio, comenzaría la edad oscura en el más sentido estricto del imperio y la iniciaría su hijo Cómodo.
La visión Mahayana del mundo considera que ningún suceso puede existir independientemente del resto de sucesos o de cosas porque cada una de ellas depende de todos los demás. Todo lo que existe implica a todo lo demás y el conjunto de cosas depende de cada objeto y suceso particular. Algo que la filosofía Zen se refiere como tomar una brizna de hierba y utilizarla como un buda de oro de cinco metros de altura.
Para los budistas, el único hecho aislado que puede existir es el que se compone con la totalidad de todos los demás. Por ello, sólo podremos conocernos a nosotros mismos en el trasfondo que nos proporciona la relación con el resto del mundo.[iv]
En la tradición sánscrita, la perfección de la sabiduría es de tres tipos, la sabiduría que comprende el vacío, la que comprende el conocimiento propiamente dicho y la de las habilidades necesarias para beneficiar a los demás seres sensibles que nos rodean[v]. La sabiduría que comprende el vacío se refiere a la sabiduría que se obtiene en el proceso de meditación, cuando no hay trabas ni límites sobre el espacio. Meditando, la mente se encuentra en un vacío entendido como la ausencia de personas y fenómenos. Solo en ese vacío se puede alcanzar la sabiduría.
Los budistas le dan especial énfasis en este tipo de sabiduría del vacío porque sin ella, el hombre quedaría anclado en la continua rueda de reencarnaciones, conocida como Saṃsāra [vi]*. Atrapados en ese bucle, nuestra capacidad de beneficiar a los otros queda muy limitada. Si hasta ahora no has entendido mucho, no te preocupes que vamos a ir desarrollando las ideas poco a poco.
En verdad, vasta es la red táctica del gran Indra, poderosa de acción y tempestuosa de gran velocidad. Por esa red, oh Indra, salta sobre todos los enemigos para que ninguno de los enemigos pueda escapar del arresto y el castigo[vii]
Hace cinco mil años, los textos védicos contaban como Indra, el dios de las fuerzas naturales que protegen y nutren la vida, estableció los cimientos del mundo en el Cielo Tushita. Para ello, colgó sobre su palacio, en el Monte Meru, una red de hilos de seda, como la tela de una araña que se extendiera hasta el infinito en todas direcciones. En cada nudo de la red puso una gema preciosa, que refleja en sus perfectas facetas a todas las demás gemas que cubren la red hasta el infinito. De ese modo, cada una de esas gemas reflejaba en sí misma de manera fractal todas y cada una de las gemas del inmenso tejido.[viii]
Cada persona, cada animal, cada árbol y cada planta de la creación es una de esas joyas. Cada idea o cada pensamiento que esté dentro de una persona se refleja en todo cuanto existe, por ello Buda dijo que aunque en tu pensamiento te veas como un ser independiente y separado del resto del mundo, en realidad formas parte de la existencia común de todo cuanto alguna vez haya sido. Jamás podrías existir en virtud de ti mismo, por ti solo, pues existes en virtud de la gloriosa existencia de todo cuanto hay a tu alrededor.[ix]
El ser humano ha crecido pensando en su propia individualidad. Desde que salió de las cavernas, de manera inmediata se quiso hacer con el control del universo que habitaba subyugando a todos los demás seres que encontraba a su paso. Quizá sin querer ver que cuando mataba a cualquier ser vivo para comérselo se estaba matando un poco a sí mismo.
Volvamos una vez más a las palabra de Buda, dentro de ti se refleja todo cuanto existe y todo cuanto ha existido alguna vez en el universo, y tú te reflejas a tu vez en todo cuanto existe. A cada instante, el mundo entero está dentro de ti y tú estás dentro de todo cuanto existe.[x]El mito de red de Indra ilumina una nueva comprensión del alma del mundo, de las relaciones y la comunicación humana[xi].
Cuando Europa fue atacada por los temibles vikingos durante la Edad Media, cada persona se vio obligada a velar por su propia seguridad y la de su familia. Para ello se agrupaban para defenderse bajo cualquier jefe local fuerte que estuviese dispuesto a combatir y prestase poca atención al distante rey que no podía hacer nada al respecto.
El rey carecía de ejército central y no podía viajar de un extremo a otro del país por lo que a la vez que el poder del rey disminuía, la prosperidad de Europa caía en picado de la misma manera. El comercio quedó reducido a la nada y cada propiedad tuvo que volverse autosuficiente de manera escasa y miserable, Las ciudades quedaron reducidas a las aldeas y solo unos pocos sacerdotes podían leer los pocos libros que quedaban. Comenzaba el feudalismo como hemos visto en el relato de Carlomagno.
El rey era consciente de todas las limitaciones a las que se enfrentaba y decidió ponerles remedio. En Europa parecía que todo estaba muerto, pero algo sobrevivía bajo los escombros. El ingenio humano, lento pero inexorable nunca cesó su marcha. Unas pocas personas se negaron aceptar la oscuridad y decidieron encender un tímido faro que poco a poco se volvería más grande y una de ellas fue Carlomagno.
Como veremos en capítulos posteriores, pocas décadas después de la muerte de Carlos se inventó el arado de vertedera, más adaptado al suelo pesado y húmedo del norte de Europa, entraron en uso las colleras y las herraduras y con todo esto, la agricultura comenzó a florecer de nuevo. Empezó a difundirse el uso del molino de agua lo que hasta el advenimiento de la máquina de vapor sería la fuerza motriz más importante.
Los hombres siguieron muriendo por las enfermedades, las guerras y el hambre pero el cambio que habían iniciado unos pocos hombres fue el viraje decisivo para una gradual disipación de la oscuridad.
La inteligencia colectiva amplia la conciencia a lo largo de toda una cultura. Cuando una persona entiende esa compleja red de causa y efecto y transmite su conocimiento a los demás, esa comprensión acaba formando parte de la memoria grupal y la puede utilizar cualquier individuo que la necesite. [xii]
Esta inteligencia va creciendo poco a poco gracias a las contribuciones de todos los individuos que, como las joyas de la red de Indra, se encargan de distribuirlas a todos los demás.
Coge una brizna de hierba, todos los mundos están contenidos en ella. Todo el cosmos está implícito en cada uno de sus miembros y cada aspecto de aquel debe ser considerado como su centro, nos dice Alan Watts.
Cuando una persona extiende la red de causas y efectos y transmite su conocimiento a los demás, esa comprensión acaba formando parte de la memoria grupal y puede ser utilizada por cualquier individuo que la necesite. La inteligencia colectiva se empieza a distribuir entre amigos y familiares para terminar formando parte de toda la cultura y va creciendo con la contribución de cada individuo donde, al igual que la red de Indra, se ven reflejados todos los demás.
Este concepto, al que los estoicos denominaban sympatheia, queda muy bien resumido en una frase de Marco Aurelio: Lo que no es bueno para la colmena no es bueno para la abeja.
Cuentan los historiadores que en una ocasión la ciudad de Éfeso estaba sufriendo un largo sitio por parte de los persas pero sus habitantes continuaban viviendo como si las provisiones no fueran a terminarse nunca. Cuando los víveres comenzaron a escasear, Heráclito, proveniente de una familia de notables y considerado persona culta, intervino en la asamblea. Sin decir una sola palabra, cogió cebada triturada, la mezcló con agua y se la comió en medio de todos. Los ciudadanos a partir de entonces comenzaron un periodo de austeridad que desalentó definitivamente a los persas. [xiii] Ese simple gesto bastó para que sus vecinos se dieran cuenta de que lo estaban haciendo mal y, con su ejemplo, cambió aquella realidad
[vi] Saṃsāra es el ciclo de nacimiento, vida, muerte y encarnación en las tradiciones filosóficas de la India; en el hinduismo, budismo, jainismo, bön, sijismo y también en otras como el gnosticismo, los Rosacruces y otras religiones filosóficas antiguas del mundo
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