El siguiente texto es un fragmento de mi libro Homo Irrationalis
En la antigua Grecia y Roma la mujer era tratada poco menos que como un objeto. Siendo mujer, tras su nacimiento su padre tenía el derecho a sacarla a la calle y dejarla morir de frío. Si decidía mantenerla, su vida le pertenecía hasta que se casase, momento en el cual pasaba a pertenecer a su marido. Después de la primera guerra púnica, las mujeres romanas dijeron que ya valía. En un mundo dominado por los hombres se marcaron el objetivo de, por lo menos hacerse oír.
La amenaza de Aníbal había hecho que se promulgase la llamada Ley Oppia que imponía a las mujeres una serie de restricciones a la hora de utilizar adornos de oro o vestidos de colores.
Las mujeres se unieron y, por primera vez en la historia de Roma, actuaron en masa contra aquello que consideraban tremendamente injusto.
Marco Porcio Catón, como censor, se opuso. Si cada uno de nosotros, señores hubiera mantenido la autoridad y los derechos del marido en el interior de la propia casa, no hubiéramos llegado a este punto. Dijo en el Senado. Vosotros conocéis a las mujeres. Hacedlas vuestras iguales e inmediatamente os las encontraréis convertidas en dueñas.
Finalmente, las mujeres consiguieron que la Ley Oppia fuese revocada y eso no solo quedó ahí. Conseguida la iniciativa, poco a poco fueron obteniendo el derecho a administrar su propia dote, lo que las hacía económicamente independientes. Más tarde, consiguieron el divorcio[i]. Algo impensable tan solo unas décadas atrás.
Las mujeres de la época podían haber seguido acatando la vida que les había tocado con mansedumbre aceptación pero se propusieron cambiar su situación y orientaron todas sus acciones hacia ello. De ese modo, cambiaron la historia.
Con demasiada frecuencia nos quedamos pasmados mirando las agujas del reloj como corren en su interminable girar. Nos pasamos los meses arrancando las hojas del calendario y viendo cómo van pasando los días sin pena ni gloria. Dejamos que la vida se nos escape entre las manos como granos de arena fina mientras nos aislamos de la realidad. Y lo que es peor, nos pasamos la vida esperando a que pase aquella cosa que hará que lo cambie todo y mientras la esperamos sin hacer nada, cuando tomamos consciencia de todo el tiempo perdido ya es demasiado tarde. Creo que cuando pasa eso, ya es hora de tomar consciencia y analizar lo que estamos haciendo y hasta dónde queremos llegar con ese comportamiento.
Piensa que toda la vida está en el aquí y el ahora. No te empeñes en vivir en él allí y el después. Si tu intención es hacer que una planta crezca, haz lo que debes. Dale luz, fertilizante y agua. Una vez hecho esto, entonces sí puedes dejarla crecer por sí misma. El agricultor sabio sabe que no hacer nada es la mejor manera de progresar. Pero de la misma manera que las mujeres de la República romana sembraron para después recoger los frutos, sin la siembra, no esperes la cosecha.
***
En los siglos VII y VI antes de Cristo, Mileto era una ciudad moderna y comercialmente muy avanzada. De sus puertos salían y llegaban barcos cargados de toda clase de bienes y en esa floreciente sociedad nacieron los primeros estudios sobre la naturaleza, sobre la astronomía y sobre el arte de la navegación. Uno de sus ciudadanos, Tales era descendiente de una familia fenicia. De joven inició un viaje por Egipto y Oriente Medio y fueron los sacerdotes los que se encargaron de su educación enseñándole todo lo que se sabía sobre astronomía, aritmética y navegación. Poco a poco, el joven Tales se fue convirtiendo en un filósofo en el sentido estricto de la palabra aunque habría que esperar a Pitágoras y luego a Platón para que esa palabra tuviese un significado propio de profesión.
Nunca demostró el más mínimo interés por los problemas de la vida cotidiana y mucho menos por las mujeres y a menudo caminaba distraído sumido en sus propios pensamientos. Sus vecinos lo consideraban como un inútil y hasta su esclava le tomaba el pelo. Una vez, le vio caerse a un pozo mientras observaba las estrellas y estuvo un día entero burlándose de él.
Herido en su orgullo, Tales se empeñó en demostrar que todos estaban equivocados y que, no solo no era un inútil sino que valía su talento era mayor que todos los ciudadanos de Mileto, su pueblo natal. De ese modo, pidiéndole dinero a su padre, compró a un precio muy bajo todas las almazaras que había en la isla para el aceite. Esto fue en invierno donde los precios, debidos a la falta de demanda estaban por los suelos.
Tales, estudioso de la astronomía, había pronosticado un verano caluroso y una cosecha de aceitunas muy favorable y con el tiempo sus cálculos se confirmaron. Al otoño siguiente, pudo poner el precio que quiso prácticamente y como monopolizador del mercado acumuló un patrimonio que le permitiría vivir de las rentas durante toda su vida. Tras ello, se dedicó al estudio.
La fama de científico se la ganó gracias a que en el año 585 antes de Cristo predijo con total exactitud un eclipse de sol. A partir de ese momento, aumentó su credibilidad y pudo dedicarse a sus tareas con más tranquilidad.
Entre algunas de sus obras, dividió el año en 365 días, fue el primero en descubrir la Osa Menor y su importancia para la navegación y calculó la altura de las pirámides. Para ello midió su sombra cuando él mismo proyectaba una sombra de la misma longitud que su cuerpo. Tales concebía también el alma como inmortal que tomaba sucesivas encarnaciones y eso constituía su fuerza vital. Según Diógenes Laercio, Tales decía que no había diferencia entre la vida y la muerte y cuando le preguntaron, ¿entonces por qué no te mueres tú? Sentenció diciendo, porque no hay diferencia.[ii]
Tales tenía un carácter bastante tranquilo y enseñaba a todo aquel que tenía curiosidad por aprender. Fue una gran sorpresa en Mileto cuando lo incluyeron en la lista de los Siete Sabios al lado de Solón.[iii]
La historia de Tales, como la de Diderot* nos enseña que si te marcas un objetivo y lo persigues con la suficiente fuerza, es muy probable que lo alcances, siempre y cuando el objetivo sea realista.
Si Diderot hubiese dado por vencido, nunca hubiéramos conocido su enciclopedia. Si Tales hubiese hecho caso a sus vecinos, nunca hubiera entrado en la historia como uno de los Siete Sabios. Ponte objetivos realistas y trabaja todos los días un poco para conseguirlos.
Un propósito de vida es un marco general que encuadra nuestros objetivos y dirige nuestras acciones. Es una percepción de que nuestra vida tiene sentido y dirección[iv]. Cuando te marcas un objetivo, estableces un pacto contigo mismo para llegar a esa meta. Te presentas dispuesto a sacarificar tales cosas o tales otras para conseguirlo y poco a poco, esas ganas iniciales se van diluyendo. Tu cerebro, que te conoce mejor que nadie, empieza a boicotearte y utiliza argumentos verdaderamente convincentes: por una vez que no entrenes no pasa nada, vas a ser un esclavo de la comida, ese alimento después de todo tampoco es tan malo, todo el mundo lo come, etc. Cuando dejas que esos pensamientos venzan, terminas por abandonarlo, y en consecuencia, acabas fallándote a ti mismo.
Un problema de base que existe es marcarse objetivos con un final definido. Eso hace que veas el final como inalcanzable en lugar de disfrutar del camino que te lleve a él.
Si vivimos una vida sin propósitos es fácil que suplamos esa carencia mediante adicciones de todo tipo, ya sea a la comida, al entretenimiento basura o encontrar la constante aprobación de los demás. En cambio un propósito te da estabilidad mental y te ayuda a llevar mejor la adversidad en los momentos en los que se presente. En propósito es aquello que hace que nuestra vida tenga sentido y por eso, cuando fallamos en él enseguida nos sentimos mal. Por eso es tan importante una vida con objetivos, tanto a corto, como a medio y largo plazo. Trabajar un poco cada día sobre todos ellos hará que nos sintamos realizados y que, con la ayuda del efecto del interés compuesto, en el largo plazo consigamos cosas que nunca nos hubiésemos imaginado. La escuela cirenaica, con Aristipo a la cabeza, se concentraba en saber vivir el momento presente. La mayor parte de los hombres, según la edad, soporta su propia existencia amparándose en recuerdos del pasado o imaginando cómo será su vida en el futuro. Pocos seres superiores, en palabras de Aristipo, consiguen vivir sumergiéndose en el presente. A menudo las personas mayores exclaman “qué feliz era entonces” o con igual frecuencia vemos a los jóvenes con su mirada puesta en un improbable futuro, pero nadie piensa ni valora lo bien que se encuentra en este momento, que su vida está ausente de desgracias, que tienen salud y que todas las personas que conoce están bien[v]. Por ello vive el aquí y el ahora porque cuando tengas eso que ahora quieres tener, quizá por aquel entonces no tengas algo de lo que tienes ahora, que te hace feliz y que no lo sabes apreciar. No estropees el bien que tienes hoy con el deseo de lo que no tienes, decía Epicuro.
*La historia de Diderot se explica en el capitulo que precede al texto
[i] Historia de Roma, de Indro Montanelli
[ii] Vida y opiniones de los filósofos ilustres, de Diógenes Laercio
[iii] La historia de los griegos, de Indro Montanelli
[iv] Fitnes Revolucionario, de Marcos Vázquez
[v] Historia de la filosofía griega Tomo 2, de Luciano de Crescenzo