Hoy en día toda nuestra cultura se basa en etérea premisa, además de poco realista, del “sé feliz”, “sé el más popular”, “sé mejor que los demás”, “sé más inteligente”, “sé más rápido” y todo eso tipo de mantras que a menudo nos bombardean los medios de comunicación. Pero cuando te paras a pensar un poco sobre todo esto, te das cuenta de que en realidad estas máximas, vacías de contenido, se centran principalmente en algo que careces. El mundo te lleva de una manera constante a una vorágine en la que tienes que tener más y más. Y si puedes tener más que el vecino, mejor aún.
Te habrás dado cuenta ya, que el único propósito de ese estilo de vida es tapar con ello tus propios vacíos emocionales, pero es una política muy buena para el negocio de las grandes empresas porque, obviamente, cuantas más cosas te importen, más comprarás, llegando a hacer que esos objetos definan tu vida. Como declara Friedrich Nietzsche, “los resquicios de una voluntad enferma se traducen en solapar su resentimiento con la gratificación inmediata.”
El hombre ha decidido malacostumbrar a un organismo diseñado para vivir en un entorno de escasez y, en consecuencia, incontables individuos buscan el consuelo en aquellas formas de evasión cuya recompensa es efímera, como el entretenimiento para las masas, el uso de drogas “legales o ilegales”, las relaciones tóxicas o la ingesta de grandes cantidades de comida. No obstante es tan solo cuestión de tiempo que se acaben dando cuenta de la verdad.
Habitualmente la gente confunde gasto con calidad de vida, de modo que si tengo una televisión más grande, si me voy de vacaciones a X sitio, si tengo el último teléfono móvil de moda, etcétera, eso supondrá, de facto, un aumento en mi calidad de vida, ya que proyectas al exterior que eres un tipo exitoso. Esta es una visión equivocada, máxime cuando mantener ese estilo de vida supone ahogarte todos los meses.
No existe cigarro, trago, comida o relación que saque al individuo de su descontento vital. Jamás será suficiente y pedirá más y más del mismo veneno, inquietándose cuando no lo tenga y frustrándose cuando lo pierda. Una vez saciado de todos esos elementos materiales que piensa que le define, el individuo se da cuenta de que necesita un nuevo chute para mantener un efímero estado de “felicidad” y, como los drogadictos, si puede ser, más grande que el anterior. Esto desemboca indefectiblemente en las crisis existenciales y espirituales. “Nada es suficiente para el que suficiente es demasiado pequeño” dijo un sabio griego.
Si tu objetivo en la vida es tener una casa y un coche caro, y dedicas 20 años de tu vida a conseguirlo trabajando en tu “trabajo fijo” como buen ciudadano, una vez conseguido, te das cuenta que el criterio con el que has medido tu vida ya no tiene más que ofrecerte. Entonces, de manera casi irremediable, saluda a tu crisis de la mediana edad.
Si permites que este tipo de metas sean la guía de tu trayectoria vital, al final solo tendrás una vida vacía. La cultura del consumismo es muy buena para el marketing, pero más no siempre es mejor. De hecho, es justo lo contrario.
Epicuro de Samos, afirmaba que el placer es el fin y el objetivo último del hombre, pero también advertía que cuando hablamos de placer, no nos referimos a los derroches del pródigo, ni a la complacencia de la sensualidad, como algunos exponen de manera ignorante, prejuiciosa y tergiversada. Por placer se entiende la ausencia de dolor físico y de perturbación mental y eso nada tiene que ver con la sucesión de lujosas ceremonias, copiosas comidas, desenfrenadas borracheras o promiscuidad sexual.
El placer está en el uso del razonamiento sobrio, la búsqueda de fundamentos de cada elección que tomamos o evitamos y el destierro de aquellas creencias que corrompen nuestra alma. Por eso refugiarse en mantras propagandísticos como “sigue a tu corazón”, “haz lo que te haga sentir bien” o “evita el dolor” solo conducen inexorablemente al más puro calvario.
Pero el filósofo griego también nos advierte de que, de la misma manera que no todo placer debe ser perseguido, no todo dolor debe ser evitado. La única forma de tomar la decisión correcta es fijarse en los beneficios y los inconvenientes que el placer reporta con especial precaución, pues no es extraño que el mal se disfrace de bien y el bien se disfrace de mal.
Podríamos decir que el deseo de una experiencia positiva es en sí mismo una experiencia negativa y lo contrario. El dolor muscular que persigues en el gimnasio cristaliza en una mejor salud. Los fracasos nos proporcionan más experiencia para tener éxito. A largo plazo, completar una maratón es mucho más satisfactorio que comerse un pastel o criar a un hijo nos hace más felices que terminar un videojuego. Estas actividades son duras, estresantes y a veces desagradables, involucran dolor, enfado, lucha y desesperación, pero todos pensaremos en ellas con los ojos llenos de lágrimas cuando se las contemos a nuestros nietos
Piensa que hay un número muy limitado de cosas que deben importarte de verdad entre el ahora y el momento de tu muerte. Si vas por la vida dándole importancia a todo y a todos, en realidad buscarás sentirte cómodo y feliz en cualquier circunstancia y eso hará que todo deba adaptarse a lo que tú quieres, lo cual, por definición, es imposible.
Elegir bien lo que te debe importar es algo vital. Cuando una persona no tiene problemas, por puro sesgo evolutivo siempre la mente encuentra alguna forma de inventarlos. A medida que crecemos nos damos cuenta que la mayoría de esos problemas creados por la mente tienen un impacto mínimo o nulo en nuestras vidas y por ello nos volvemos más selectivos con lo que realmente importa. Esto es lo que se conoce como “madurar”
Piensa que independientemente de lo que hagas, la vida incluye fracasos, pérdidas y arrepentimientos. Cuando aceptas todo lo que la vida te va proporcionando entonces te vuelves espiritualmente invencible.
Igual que el dolor físico sirve para que nuestro cuerpo mejore, el dolor emocional nos proporciona una mayor resiliencia emocional, una autoconsciencia más fuerte y una vida más feliz en general. En realidad, el dolor debe ser una parte importante del proceso, porque si sigues persiguiendo bienestares efímeros que oculten ese dolor, nunca generarás la motivación suficiente que promueva ningún tipo de cambio.
Hemos evolucionado para estar constantemente con cierto nivel de insatisfacción. Ello nos ayuda a adaptarnos y a sobrevivir. Por ello nuestro propio dolor y miseria no son un error en la evolución humana sino algo que la caracteriza, algo que nos incita a la acción, algo de una importancia capital para nuestro bienestar.
En lugar de ello, en cuanto el dolor asoma la patita, mucha gente abandona todo y se dedica a anestesiarlo para sentirse bien tan pronto como les sea posible. Incluso si eso significa recurrir a sustancias o regresar a sus viejos valores para adormecer el dolor que subyace.
Para Epicuro, los placeres y dolores que uno ha de buscar tienen dos rasgos fundamentales. Un placer puede ser kinético o catastemático. Los primeros implican una búsqueda ininterrumpida del deseo, como fumar al sentir mono, comer al sentir hambre o mantener relaciones sexuales al sentir excitación. El problema de ellos es que, al menos que sean estrictamente necesarios, nos convierten en sus esclavos y hay que estar constantemente detrás de ellos para poder percibirlos una y otra vez. Solo es cuestión de tiempo que nos atrapen en un círculo vicioso del que es cada vez más difícil liberarse. En contraposición, los placeres catastemáticos no vienen y van, simplemente están presentes o ausentes. Estos son la realización profesional, la gratitud vital o la tranquilidad del alma.
El bienestar interior se alcanza en la modestia, la serenidad y la sostenibilidad del alma. Por ello, los placeres que el hombre ha de buscar han de ser estos últimos. El pensador describe el estado corporal óptimo como “Aponia”, es decir, la ausencia absoluta de dolores físicos y al estado mental óptimo como “Ataraxia”, o la ausencia absoluta de perturbaciones mentales. La combinación de estos dos placeres constituye la felicidad humana en su máxima expresión. Esto es una descripción casi calcada del concepto budista de Nirvana, es decir, buscar la paz interior evitando las fluctuaciones emocionales bruscas y los deseos impuros.¡
LA CULTURA DE LA SOBREPROTECCIÓN
Hemos basado nuestra identidad tanto en la queja, en la culpa, en el miedo y la critica que si nos quitaran esos 4 venenos, la mayoría de la gente no sabría de qué hablar.
Compara la vida de cualquier animal en un entorno previsible y cómodo como pudiera ser un zoológico con la de sus hermanos criados en libertad. En algún momento de la historia, los seres humanos también caminábamos en libertad antes de la llegada de la época dorada de la sobreprotección. Esta adaptación antinatural del hombre provoca una dependencia de las narrativas, creación de problemas innecesarios, infantilización y, en resumen, añaden fragilidad a la sociedad en su conjunto.
La creación de narrativas es explotado por muchos medios de información que, por un lado alienta y por el otro perpetúa todo tipo de malestar y conflicto social. Como hemos visto, más que informar de historias reales, para ellos es más rentable encontrar algo que pueda ofender a algún grupo de personas, difundirlo para generar molestia y transmitir esa molestia a la población que responderá un eco cargado de todo tipo de tonterías que vienen y van dentro de esas posturas imaginarias. Lo que pasa en realidad es que te están distrayendo de los verdaderos problemas sociales, que sí te afectan. Esto provoca que la gente se vuelva adicta a sentirse ofendida por todo, dándole derecho a creer que tienen una moral superior al resto y haciendo que con eso se sientan bien de manera momentánea. Por ello es muy importante fomentar valores como la honestidad, la transparencia o la duda en contra de otros como siempre tener razón, sentirnos bien por encima de todo o la venganza.
Si nos cerramos en un mundo en el que solo reforzamos nuestros argumentos, lo que hacemos inconscientemente es favorecer la mente tribal y esto es más susceptible a la caza de brujas. Acabas viendo a la otra parte, no como un rival con el que debatir, sino como un peligroso enemigo al que batir. Actúas sobre tu elefante, que no duda en defenderse dando trompazos indiscriminadamente a todo lo que no sea como le han dicho que es. Por ello es muy importante exponerte a muchos puntos de vista distintos y sacar tus propias conclusiones.
Me gusta especialmente un fragmento del presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos John Roberts que pronunció en la ceremonia de graduación de su hijo. Este discurso está contenido en el libro “La transformación de la mente moderna” y es muy revelador:
“Espero que, de vez en cuando, en los próximos años, os traten injustamente, para que así lleguéis a conocer el valor de la justicia. Espero que sufráis la traición, porque eso os enseñará la importancia de la lealtad. Lamento decirlo, pero espero que os sintáis solos de vez en cuando, para que no deis por seguros a vuestros amigos. De nuevo, os deseo mala suerte de vez en cuando, porque así seréis conscientes del papel que desempeña el azar en la vida y que el fracaso de los demás tampoco es completamente merecido. Y cuando perdáis, como os ocurrirá en algunas ocasiones, que de tanto en tanto vuestro adversario se regodee en vuestro fracaso. Es una forma de que entendáis la importancia de la deportividad. Espero que os ignoren, para que sepáis lo importante que es escuchar a los demás, y espero que sufráis el suficiente dolor para aprender a ser compasivos. Desee o no estas cosas, van a ocurrir. Y que saquéis provecho de ellas dependerá de vuestra capacidad de ver un mensaje en vuestras desgracias.”
Aislar a los niños en burbujas, ya sean burbujas higiénicas, burbujas emocionales o burbujas de pensamiento es totalmente perjudicial para ellos. El sistema inmune es un sistema adaptativo complejo capaz de adaptarse y evolucionar en un entorno cambiante. Al igual que un cuerpo se atrofia por estar un mes en la cama, nuestro sistema inmune también necesita estresores y desafíos para aprender, adaptarse y crecer.
Muchas veces se intenta erróneamente preparar el camino para en niño, en lugar de preparar al niño para el camino. Intentar evitar cualquier cosa que pueda molestar al niño es totalmente perjudicial. Al proteger a los niños ante cualquier riesgo, lo que estamos haciendo es que reaccionen con un miedo excesivo ante situaciones que no son en absoluto peligrosas y peor aún, los estamos aislando de situaciones adultas que algún día tendrán que dominar. Esto provoca que cuando salgan de nuestro paraguas protector, caigan más fácilmente en la depresión o la ansiedad.
Todo esto no significa que debamos dejar de proteger a los niños de diversos traumas o enfermedades. Lo que quiero decir es que los debemos de proteger de la cultura de la ultraseguridad, que se basa en un error de comprensión sobre la naturaleza humana y sus dinámicas de recuperación tras un trauma.
La ultraseguridad emocional también es un peligro muy importante que no debemos obviar. Intentar mantenerte a salvo de todo aquel que esté en desacuerdo contigo solo crea conflictos, instiga un odio natural por la otra parte y divide sociedades.
En definitiva, los niños, como muchos otros sistemas adaptativos complejos, son antifrágiles. Si los aislamos en una burbuja no lograrán madurar y desarrollarse como adultos capaces que puedan interactuar de manera productiva con otras personas. La sobreprotección paterna elimina el ensayo y error, la antifragilidad de la vida de los niños y los aparta de lo natural, para que actúen de acuerdo a mapas mentales preexistentes. Necesitamos azar, desorden, aventura, autodescrubrimiento, episodios traumáticos, todas esas cosas que hacen que la vida sea algo que merezca la pena vivir. En lugar de ello, intentamos dar a los niños una existencia estructurada, falsa e ineficaz.
Nuestras vidas están llenas de información sobre lo que debe ser una experiencia humana satisfactoria, porque el negocio de los medios logra que con eso abras los ojos y se traduzca en dinero. Pero la vasta mayoría de la gente no es extraordinaria sino bastante normal. Es común pensar que todos estamos destinados a hacer algo maravilloso y extraordinario. Después de todo, si esto fuese así, lo extraordinario sería la media, pero creer ese argumento lo que hace es inflar tu ego. En realidad no necesitas ser presidente de una gran multinacional, ser un gran “influencer” o ser supermillonario. Las experiencias básicas de la vida como una amistad sencilla, crear algo, leer un buen libro o reírte con alguien proporcionan un placer mucho mayor. Esto son cosas ordinarias por el mero hecho de que son cosas que realmente importan.
Para escribir este artículo, he utilizado como base el libro “El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda” de Mark Manson