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LA VUELTA DE LA MEDICINA A SUS ORÍGENES

El cuerpo acoge la salud como algo normal de la misma manera que los pulmones reciben aire o los ojos luz. En cambio, la enfermedad irrumpe de pronto como algo extraño y nos arranca un sinfín de sentimientos opuestos como miedo, fe, esperanza, desanimo, humildad o desesperación. La salud no necesita ser explicada, en ambio la enfermedad hace que todo hombre atormentado le busque un sentido.

Precisamente ese sentimiento de sufrimiento ha inspirado la idea de un dios como ser superior al que ofrecer la sensación de angustia.

La enfermedad parece enviada por alguien que de manera incomprensible ha de tener un motivo para afligirla en el cuerpo terrenal. Alguien que quiere castigarlo por alguna culpa o ley infringida. Ese alguien solo puede ser una especie de Dios y por eso, desde el primer momento la enfermedad va intimamente ligada al sentimiento religioso.

Ante tal sufrimiento, el hombre primitivo solo conocía una manera de protegerse, mediante la oración o el sacrificio. Nada podía hacer contra ese Dios todopoderoso, de modo que no le quedaba más remedio que humillarse ante él, rogarle y pedirle perdón.

Como Dios no se manifiesta ante el ignorante, ese hombre primitivo se veía obligado a buscar a alguien que hiciese de mediador, un hombre más sabio y experimentado que conociera las fórmulas para aplacar las fuerzas oscuras y calmar la ira de Dios. De ese modo apareció la figura del sacerdote.

Si uno enfermaba hace mil años era muy importante donde vivía. En Europa ese sacerdote diría que para recuperar la salud el enfermo tendría que entregar algo a la iglesia, rezar fervientemente o realizar una peregrinación. En Oriente Próximo sus equivalentes le dirían al enfermo que sus humores corporales estan desequilibrados y para armonizarlos tendría que hacer una dieta equilibrada y ponerse lociones malolientes. En India los expertos ayurvédicos le recomendarían un tratamiento de hierbas, masajes y posturas de yoga para equilibrar los doshas. Los médicos chinos, los chamanes siberianos, los brujos africanos, los curanderos amerindios, cada reino y tribu contaba con sus propias tradiciones y expertos, cada uno de los cuales tenía una idea distinta del cuerpo humano y la naturaleza de la enfermedad. Algunos funcionabal bien y otros, directamente suponían una sentencia de muerte.

Toda medicina en la Tierra aparece como reacción del espíritu ante la prueba enviada por Dios. Solo existen dos estados, la salud o la enfermedad entendida como algo general, y para este último estado solo hay una causa y una cura, que es Dios. Por ello, los sacerdotes, únicos conocedores de estos misterios, ejercían el arte de la medicina no como ciencia práctica sino exclusivamente como secreto.

Esta unidad del principio pronto se ve disuelta cuando aparece ciencia y tiene que despojar a la enfermedad de su origen divino, para ello excluyendo ese enfoque religioso. El médico renuncia a cualquier actuación espiritual y ese fenómeno anímico llamado enfermedad entendido de manera general, comenzó a desintregrarse en innumerables enfermedades particulares, perfectamente clasificadas.

Desde ese momento, la medicina ya no trabajaba con intuiciones individuales sino con realidades objetivas. La curación ya no se llevaba a cabo por acontecimientos milagrosos sino por calculados tratamientos por parte del médico.

Esta profesionalización alcanza su apogeo más extremo en el siglo XIX cuando se introdujo un tercer elemento entre la persona y el médico: el aparato. El microscopio le descubrió el germen bacteriológico, el manómetro comprobaba pulsaciones, la radiografía le ahorraba la visión intuitiva y el tratamiento se sustituyó por una plétora de productos químicos que dosificaba y preparaba en cápsulas.

De ese modo, la enfermedad, otrora algo extraordinario en el mundo personal, se va convirtiendo en lo contrario, un caso corriente y típico de duración calculada.

En las clínicas esas enfermedades eran clasificadas en secciones especializadas, con sus gerentes igual que un establecimiento comercial. Los médicos corrían de cama en cama muchas veces sin siempo para echar una ojeada al rostro de la persona afligida. Las organizaciones de seguros médicos por su parte contribuyeron a esta desespiritualización y despersonalización. De este modo, el médico de cabecera se ve arrojado fuera de esta cadena de montaje y se extingue como un ser antediluviano.

Al contrario que en la antiguedad, una persona que se ponga enferma a partir de este momento de la historia da un poco igual donde viva. Los hospitales de todo el mundo tienen un aspecto similar y los médicos utilizan los mismos protocolos e idénticas pruebas para emitir diagnósticos similares. Despues prescribirán las mismas medicinas de las mismas farmacéuticas internacionales.

Contra esto, la masa del pueblo, ignorante, seguía mirando la enfermedad como algo sobrenatural. Ningún manual le podrá convencer jamás de que la enfermedad sobreviene de manera natural. El rechazo por parte del pueblo del docto médico universitario nace del anhelo de un “médico natural” vinculado al universo, hermanado con los animales y las plantas, experto en misterios, convertido en médico y autoridad por instinto, no por una licenciatura.

El pueblo seguía prefiriendo como mediador, en lugar del frío instrumento, al hombre vivo y de sangre caliente. La herbolaria, el ovejero, el exorcista o el hipnotizador despertaban en el mundo rural más confianza que el médico municipal con título y derecho a pensión.

La ciencia, conocedora de esa resistencia desde hace tiempo, intentó combatirla en vano. De nada sirvió aliarse con los estados e incluso forzar una ley contra los curanderos y naturistas. Los sentimientos que en los más hondo son religiosos nunca sesofocaron por artículos legales.

Por lo tanto, estos curanderos continuaron ejerciendo bajo la sombra de la ley igual que en tiempos medievales. Pero los auténticos peligrosos adversarios de ciencia académica no venía del mundo rural sino de las propias filas de los médicos. La gran revuelta contra la especialización de la medicina ha venido siempre de la mano de médicos aislados e independientes.

De la misma manera que el cuerpo sabe transformarse a sí mismo y poner fin a un proceso de enfermedad, la misión principal de toda medicina humana debería ser no cruzarse obstinadamente en el camino de la naturaleza. La naturaleza misma es el médico interior que todos llevamos dentro desde el momento de nacer y por esa razón sabe más de enfermedades que el especialista, que examina el síntoma desde fuera.

La medicina moderna trata el enfermo y a su enfermedad como un objeto y le asigna un papel casi despectivo de pasividad. El paciente no tiene nada que decir ni preguntar. La clave está en la palabra “tratamiento”, pues mientras en la medicina cinentífica el paciente es tratado como objeto, la “curación por el espíritu” le exigía que él mismo se tratase anímicamente, como sujeto, como agente y principal ejecutor de la cura.

Este grupo de individuos aislados se enfrentó cual Espartaco contra una organización colosal que abrazaba al mundo entero y siempre que un hombre no ha empleado otra cosa que la fuerza de su fe contra todas las potencias aliadas del mundo y se lanza a un combate caracterizado por su escasa probabilidad de éxito, manifiesta toda la tensión creadora del espíritu y saca fuerzas inconmensurables de la nada.

Por supuesto nada de ese sistema arcaico de curación hizo ni ha hecho retroceder ni un ápice la espléndida organización de medicina moderna. El triunfo de algunos sistemas psíquicos de cura no demuestra en absoluto que la medicina científica estuviera equivocada. Es solo esa presunción de autoridad la que ha sufrido un duro golpe.

Hay un gran número de ejemplos de curaciones que antes eran ridiculizadas y tachadas de medievales que ahora se han convertido en novedosas y actuales. De manera inequívoca se nota en los médicos más juiciosos una nostalgia por el viejo método universalista. Después de que el afán productivo de saber ha investigado el cuerpo hasta su última célula, vuelve de nuevo la mirada hacia la total esencia de la enfermedad.

Separadas desde hace siglos, las corrientes de medicina orgánica y psíquica empiezan a acercarse de nuevo. Toda separación tiende de nuevo a la unidad. Todo lo racional vuelve una y otra vez a lo irracional y cuando, despues de siglos, una ciencia estricta ha ahondado en la materia y la forma del cuerpo humano hasta sus fundamentos, se plantea de nuevo la cuestión del espíritú que construye el cuerpo.

Para escribir este artículo he utilizado como base el libro de Stefan Zweig La curación del espíritu y también algunos pasajes de 21 lecciones para el siglo XXI de Yuval Noah Harari.

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