SIGMADIEZ

Presentación: El día que el mundo cambió

Me complace informaros de la culminación de la que es mi séptima obra hasta el momento. Ya os hable en su momento sobre mi evolución como escritor y pienso, sin lugar a equivocarme que este es mi mejor libro hasta la fecha. Se trata de un ensayo en el que hablo de muchos y muy variados temas, dándoles para ello un enfoque histórico, filosófico y psicológico. En el título está puesto de manera intencional el verbo al final de la frase.

El libro consta de 4 partes.

En la primera parte empiezo hablando del arte que siempre ha acompañado al hombre y también del espíritu creador. Aquí hablo de la belleza y de como tiranos y autócratas a lo largo de toda la historia de la humanidad han intentado limitar o directamente eliminar el arte y el conocimiento en general.

Despues empiezo a introducir el término de fanático y vemos como este tipo de personas van inflamando a las masas y gestando todo tipo de revoluciones que desencadenan grandes orgías violentas.

Durante dos capitulos introduzco el humanismo y la Ilustración, como momento en que el antiguo mundo se vino abajo y abrazó los pilares de la razón y termino la parte con la historia de la medicina ligada a la filosofía, especialmente la griega.

La segunda parte trata de los aspectos psicológicos que llevan a nuestros mejores y peores comportamientos. Analizo el ego y también la teoría de la personalidad de la mano de el psicoanalista suizo Carl Jung para luego meterme directamente con las emociones y el funcionamiento del cerebro. Todo ello con ejemplos de personajes y situaciones históricas para ponerlo más en contexto.

Analizo la personalidad y la vida de filósofos como Nietzsche y escritores como Tolstoi o Dostoievski y para finalizar la parte empiezo a introducir el concepto de violencia del hombre tanto contra sí mismo, como contra otros hombres en su aspecto más psicológico.

La tercera parte trata del Estado como Leviatán que ejerce un poder coercitivo contra sus hijos. Para ello me valgo de las teorías de Thomas Hobbes, de Rousseau y de John Locke entre otros. También hay un capítulo sobre el capitalismo, sobre la Revolución Industrial y sobre como fueron surgiendo los derechos del hombre.

Para terminar, hablo de la propiedad privada y el comercio como grandes pacificadores de la humanidad.

La cuarta parte versa sobre la aleatoriedad. En el primer capítulo hablo extensamente sobre el tema y luego introduzco la religión como medio que ha encontrado el hombre para explicar fenómenos aleatorios que le producen incertidumbre. También hago un análisis de la violencia en la historia de las religiones.

Llegando casi al final hablo de la evolución biológica del ser humano y de como ha ido adaptando su forma de hacer deporte y de alimentarse para terminar con un capítulo dedicado a la sobreproteccion paternal como peligro directo para todas las democracias occidentales.

El libro termina con un epílogo con una serie de conclusiones y pensamientos finales.

Lo tenéis tanto en versión Kindle como en tapa blanda y tapa dura

Os dejo el prefacio del libro en el que hago un recorrido por toda la historia de la humanidad hasta la Revolución Industrial más o menos y que sirva para abrir boca

PREFACIO

El primer homínido empieza a sobresalirse del resto de formas de vida cuando, al elevarse sobre la tierra, ya no predomina el olfato, sino el ojo a la hora de detectar amenazas. Andando erguido, sus manos están libres y  este ser a medio evolucionar se convierte en una criatura hábil[i] que, utilizando piedra, consigue crear burdos utensilios y con ello hacer ciertas tareas de manera más fácil. Durante miles de años, la evolución aparentemente se detuvo ahí hasta que en un determinado momento, se produce un gran salto evolutivo.

Cada vez de manera más acelerada, la inteligencia del homo sapiens empieza a destacar por encima de cualquier otra especie sobre la tierra y  sus predecesores del género homo, poco a poco se ven relegados a un segundo plano, hasta que acaban desapareciendo.

Este hombre sabio va desarrollando un lenguaje que le permite relacionarse con  seres de su misma especie y observando la naturaleza, empieza a domesticar a las plantas. Para ello transforma numerosas especies no comestibles y minúsculas en alimentos carnosos y asimilables. Eso le proporciona más alimento disponible y da lugar a poblaciones más densas pero también le da la oportunidad de  desarrollar su ingenio, y las primeras toscas herramientas de piedra se van perfeccionando cada vez más.

Esta nueva relación con la tierra además hace que su conocimiento se vaya especializando y comienza a darse cuenta que había determinadas plantas que tras su ingesta le llevan a estados alterados de consciencia o incluso la muerte, pero también que si ajusta la dosis le pueden curar.

Más tarde comienza un proceso para domesticar de manera similar a los animales de su entorno,  que no tardan en  proporcionarle carne, leche, fertilizante y tracción animal para labrar la tierra.   De este modo, hace la voluntad de un Dios al que tiempo después rendiría culto y se sitúa por encima de la cadena trófica. Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. [ii]

Esta domesticación de los animales y las plantas impulsa el crecimiento de su cerebro por la mejora en la alimentación y ese hombre primitivo empieza a  aprender a colaborar con individuos de su misma especie. El hacerse sedentario también le da otras ventajas. Al no tener que transportar a niños de corta edad durante largas caminatas, puede tener y criar tantos hijos como pueda alimentar. Aparte de ello, también puede almacenar el excedente alimentario de sus nuevos campos de cultivo.

Pero la vida sedentaria no es fácil. Sus cultivos dependen de las veleidades del clima lo que convierte su sustento en algo inseguro. Además también requiere una vivienda estable, la propiedad del suelo y un poder suficiente para defenderse de otros de sus congéneres. De este modo, los hombres ya no podían dispersarse en grupos familiares sino que debían permanecer juntos y construir pequeñas comunidades para proteger sus propiedades contra cazadores salvajes. [iii]

Desde bien temprano,  el hombre empieza a sentir curiosidad por lo que le rodea. Ve eternos atardeceres y queda cautivado por su hermosura. Los animales de su alrededor le ofrecen una estampa  que colma su sensibilidad artística. Y así, de una manera casi natural, empieza a apreciar toda la belleza que hay a su alrededor. Por ello utiliza los materiales que tiene a su alcance para convertirlos en un lienzo que embadurna con sus manos, intentando representar el entorno natural en el que vive. 

Atenazado por su inteligencia y cultivando una curiosidad innata, quiere ir un paso más allá. La belleza de su mundo le cautiva, pero la incertidumbre a la que se enfrenta cada día le asusta.  Temeroso de sí mismo y del cosmos amenazante del que forma parte, siente la necesidad de dar un sentido a todo lo que ve. Para ello, al principio crea deidades de madera, de  piedra o de metal que actúan como un faro en la oscuridad de un bosque que apenas conoce.

Los recién estrenados cultivos le han hecho comprender los ciclos de vida y muerte y eso modifica su escala de valores, transformando el culto a los animales en culto a la fecundidad.

Cuando la cooperación entre individuos hace que de esas pequeñas comunidades se pase a asentamientos más grandes, enseguida aparecen otro tipo de deidades, imposibles de destruir, talladas en el espíritu invisible y que aspiran al reino de lo material.

Los cazadores recolectores tendían a organizarse en sociedades más igualitarias, pero de las sociedades sedentarias derivan  nuevos status de individuos.  Los burócratas, los reyes y una nueva casta política se hacen con el control de los alimentos producidos por otros y se reservan el derecho a fijar impuestos para mantenerlos, escapando de la necesidad de cultivar su propio alimento.  De ese modo, el hombre pega un salto de la pequeña horda nómada al multitudinario hormiguero donde la reina madre ya no requiere guerreros o cazadores sino obreros y guardianes. Pero también de ese modo, el despotismo de los poderosos tiranos se entremezcla en una cultura apenas incipiente y, sin oponer resistencia alguna, el género humano se aparta del progreso que la naturaleza le había prescrito. Incluso en ese momento el ser humano se hace indigno de su existencia, ya que su especie estaba llamada a dominar sobre la tierra y no a gozar como las bestias o a servir como esclavos. [iv]

Engullido por la nueva cultura autoimpuesta y en un vago intento de reducir la aleatoriedad sobre la que se cimienta la naturaleza,  este ser humano, temeroso de su libertad, acepta mediante contrato social [v]un peligroso pacto con el demonio. Calculando su interés personal, llega a la conclusión de que estará mejor formando parte de un Estado, aún rebosante de esa nueva clase política,  que en sociedades más sencillas abandonadas a su suerte. Esto le lleva a fortificar ciudades,  crear Estados y todo tipo de instituciones que aceleran su crecimiento y desarrollo a la vez que le da una cierta  seguridad.

La idea de Estado estaba bien en la teoría, pero no tarda en traicionarle sobre la base de sus propios principios. Las unidades más pequeñas y sencillas no abandonan rápidamente su soberanía para fusionarse a las grandes. Para ello, es necesaria la conquista o  la coacción extrema.

Inevitablemente, comienzan a  aparecer los conflictos de todo tipo. El más fuerte  siente la necesidad de proyectar sobre el resto su sombra orgullosa y el mundo se ve barrido por el demonio de la violencia.

El excedente de alimentos cobrado en forma de impuestos se utiliza para alimentar a soldados profesionales o  pagar a artesanos metalúrgicos que fabrican instrumentos de guerra, como espadas o flechas. Los grandes animales domesticados posibilitan el transporte de estos soldados y mercancías pesadas en grandes cantidades y con la domesticación del caballo, que le permite al hombre recorrer grandes distancias, las sociedades más fuertes empiezan a destacar.

Cada una de ellas se dedica a estrangular al vecino, en nombre de los mismos principios, intereses e instintos de Caín. Cada una reivindica para sí el derecho a la violencia, justificándose sobre el resto y surge la guerra como el fruto de la debilidad de los pueblos, pero también de su estupidez.

El individuo, emborrachado por el furor de la masa, es incapaz de ver que el enemigo no se encuentra fuera de sus fronteras, sino dentro y ninguna nación tiene el valor de combatirlo a tiempo.

Cuanto más grandes y más complejas se hacen las sociedades y sobre todo, cuanto más se recurre a la  subyugación para que los hombres se unan a estas, más aspiran los individuos a conseguir sus objetivos personales en detrimento del grupo y más se hace uso de la violencia contra estos individuos subordinados.[vi]

El Estado, como monstruo de cien cabezas, como Leviatán, se eleva  sobre las almas con la finalidad de dominar, absorber, someter y destruir todo, sin tolerar más grandeza que la suya.

Pone bajo sus órdenes a hordas de cleptócratas que recurren siempre al mismo patrón de comportamiento. Primero desarman al pueblo para armar a la élite. Luego  hacen felices a las masas mediante todo tipo de populismos y entretenimientos y, por último, utilizan el monopolio de la fuerza para promover la felicidad, mantener el orden público y reprimir la violencia ejercida por otros.[vii]

En ese punto su sociedad de otrora hombres libres,  pasa a estratificarse en únicamente dos tipos de hombres, la realeza sagrada y los esclavos.

Pero el monstruo no se conforma y cada vez va creciendo más a base de doblegar a los pueblos a su voluntad. Donde antes había un crisol de tribus indígenas, ahora solo existe una cultura común. Donde antes se hablaban cientos de lenguas, de repente un territorio común les abriga, obligándoles a vivir en comunidad.  Donde antes el hombre se reservaba para sí el uso de la fuerza a la hora de proteger sus intereses, ahora esa facultad es transferida al Leviatán, quien la monopoliza para hacer cumplir sus mandatos. De repente ha surgido un Saturno que engulle a sus hijos de manera incansable.  Una nueva deidad a la que  nada escapa a su control. Un nuevo Dios que exige culto y pleitesía y a cuyos pies corren genuflexos sus súbditos para evitar su ira.

Para afianzar su poder, de la nada crea  fronteras en los campos a las que llaman países lo que lleva a erigir otras fronteras invisibles entre creencias y costumbres. De ese modo, los hombres comienzan a vivir ajenos los unos  a los otros, simplemente traspasando esas fronteras para matarse entre ellos. La unión se vuelve una quimera rasgada por el acero del orgullo separador.

Pero a pesar de todo, hay un estadio en el individual al que ese Argos no llega ni llegará nunca. El estadio del alma.

Paralelamente al proceso de creación de estados, el hombre va agudizando cada vez más su sensibilidad artística. Lo que otrora eran vagos esbozos en roca viva, ahora son hermosos cuadros o bellas estatuas. A través de su arte, el hombre ha encontrado la manera de mirar cara a cara al Demiurgo e ir contra una de las principales leyes de su creación, polvo eres y en polvo te convertirás.[viii] Ese ser inferior, ese minúsculo insecto,  ha encontrado la forma de hacerse inmortal a través de su arte. Por primera vez,  el Dios que lo creó se vio obligado a reconocer la grandeza del espíritu que Él mismo había otorgado a los hombres. Pero también se dio cuenta de que ese espíritu no cejaría en su empezó de alcanzar la perfección y, por primera vez Dios se asustó  de los hombres.

De las más brillantes mentes comenzaron a surgir las más bellas creaciones. Esta vez era el demonio el que empujaba al alma del artista hacia su creación. Un demonio que exalta todos sus sentidos y lo arroja de manera convulsa contra sí mismo hasta dejarlo rendido. Un demonio que una vez que ha conseguido exprimir todo el fruto espiritual de la pobre alma atormentada que lo alberga, arroja la cáscara inservible a la basura.

Esas bellas creaciones son apreciadas por el resto de  los mortales con creciente admiración. Se habían dado cuenta que esa contemplación de la belleza hacía surgir en ellos un sentimiento de felicidad que no podían explicar con palabras. Tal era la excitación que sufría los sentidos, que incluso en los momentos tristes, esa contemplación estética les hacía emerger de la profundidad sus almas.

Mientras el hombre creaba y se recreaba, al Leviatán le iban creciendo los problemas.

Sus hijos, separados en un miríadas de lenguas como en la Torre de Babel, pero a la vez condenados a entenderse, descubrieron que comerciar entre ellos e intercambiar todo tipo de bienes y servicios era mucho más productivo que arrojarse los unos contra los otros.

Por ello establecieron todo tipo de redes  comerciales que calmaron los conflictos. Algunos más audaces, visitaron reinos lejanos llevando con ellos su mensaje. Y, de ese modo, poco a poco los pueblos se hicieron amigos. Aprendieron unos de otros. Intercambiaron conocimiento y valores y descubrieron que aunque hubiese personas que hablaban otras lenguas, en esencia tenían los mismos sentimientos y adolecían de los mismos problemas.

Eso llevó a los más sabios a reconocer que el individuo aislado, de ninguna manera podría comprender la infinitud y pronto los más ilustrados cayeron en la cuenta que el intercambio del conocimiento aceleraba el progreso común. [ix]

Los pueblos jóvenes se acercaron y aprendieron de los pueblos viejos sumando su fuerza a la sabia experiencia. Las ciencias comenzaron a estrecharse y surgió una nueva medicina en la que los antiguos ungüentos surgidos por ensayo error,  son sustituidos por calculados tratamientos capaces de calmar todo tipo de tormentos.

Los hombres comenzaron a amar la vida, incluso dieron gracias al Leviatán el castigo que les había impuesto, porque eso les había ayudado a comprender que bajo el pilar de la razón descansaba su propio crecimiento.

Poetas y artistas de todas las lenguas empezaron a alabar los sentimientos humanos y utilizaron esa razón como estandarte. Ya no era una fe dogmática y rígida la mano que mecía su arte, sino algo mucho más profundo.

Y de este modo, una nueva especie empieza a poblar la tierra. Un nuevo hombre espiritual y moral que  siente una terrible conmoción en su alma ante la sangre y la baja bestialidad humana,  que toda guerra necesita como tropa de asalto. Un hombre nuevo que siente impotencia al ver que en un Estado, la palabra ya no pertenece al alma, ni al cuerpo del individuo, sino que ambos pasan a formar parte de las  fuerzas sombrías e invisibles del Leviatán. Por ello,  intenta cambiar las cosas a través de su obra.

En este estado de júbilo, nunca antes las gentes habían amado tanto su patria y por extensión al mundo entero. Pero el Leviatán cada vez que miraba a su creación volvía la cabeza mordiéndose los labios con furia contenida. El mismo insecto que había asustado a Dios con su inmortalidad, ahora le miraba desafiante  directamente a los ojos. Él sería su siguiente objetivo y de manera irremediable, El Leviatán también se asustó de los hombres.

Pero tenía un plan. Sabía que sólo podía ser más fuerte si sus hijos no se mantenían unidos por lo que lanzó la discordia que, como manzana arrojada por Eris, provocó una nueva guerra de Troya.

De la noche a la mañana empezó la crispación dentro de los propios países. Hombres dirigidos por sus instintos más primarios y armados con un enorme carisma movían a su antojo a las masas que, sin saber muy bien qué hacer, caían víctimas de su hechizo.

Estos fanáticos mediocres, contemporáneos y de corta memoria, pregonaban desde sus tribunas un mundo ideal, un paraíso en la tierra, sin que el pueblo se diese cuenta de que ya venía de él. Su argumento más fuerte apelaba a un tribalismo casi olvidado, alimentando el odio contra todo individuo que se opusiese a su plan.

Irremediablemente empezaron a gestarse todo tipo de revoluciones que, como acontecimientos elementales, retumbaron con ímpetu sobre la esfera espiritual del ser, al igual que un huracán o un temporal lo hace sobre la tierra. Los hombres que crían guiarlas se vieron arrastrados, elevados por la vehemencia de las masas, creando diferencias entre la idea pura y la realidad profana.[x]

Una vez que los guías acariciaron el poder, tocaba repartirlo y aquí es donde esos intelectuales de salón chocaron contra los más bajos instintos humanos. De manera deleznable se empezaron a traicionar y a ajusticiar entre ellos y, como no podía ser de otra manera,  no dudaron ni un segundo en vender y traicionar a la masa que les ha apoyado, siempre buscando su propio beneficio.

Las emociones y las pasiones reprimidas, como otros elementos de la naturaleza como el agua, el fuego o el aire, cuando son comprimidos hasta el punto de su presión máxima, suelen hallar una válvula de escape donde nunca se esperaba que cediera. De este modo, el viejo mundo ideal, se vio arrastrado de nuevo a la violencia.

Los hombres que antes estaban unidos ahora se miraban de reojo,  irritados los unos con los otros. Lo que antes para los ilustrados, artistas o los sacerdotes era su herramienta de trabajo en forma de ciencia, arte o creencias, ahora era utilizado como arma mortífera.

Pero algo nuevamente no estaba dentro de los planes del Leviatán. El hombre, que había hecho aflorar tanto en Dios como en el diablo sentimientos que no sabían que tenían,  no se arrodilla de manera tan fácil tan fácil. Por eso el hechizo de ese fanaticus que ha creado es de corta mecha.  A medida que nuevos hombres van naciendo, las nuevas generaciones sustituyen a las anteriores y sienten un impulso de cambiar todo lo anterior. Impulsos que ni siquiera el más grande de sus dioses podría frenar. Esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr[xi], había dicho su Dios.

Y vaya si lo logró. En un determinado momento, el hombre descubrió que el vapor generado de calentar agua podría utilizarse para mover una turbina y eso catapultó su crecimiento y desarrollo.

Se empezaron a construir todo tipo de objetos e instrumentos en serie, lo que cambió la rígida e inamovible clase estamental por una clase media cada vez más rica. Una clase media a la que ya no se accedía por el nacimiento y de la que se podía salir utilizando un poderoso aliado, el comercio.

Con las necesidades de la parte baja de la pirámide cubiertas empezó a desarrollarse una nueva ciencia y una nueva filosofía que venía a sustituir al misticismo y a los dogmas.

Hombres cultos y civilizados comenzaron a desarrollar por doquier sus teorías y se inició un proceso para ahondar cada vez más en el terreno inexplorado de la mente humana. El viejo mundo que reprimía sus instintos recibe nuevas órdenes. Los instintos no se pueden reprimir. Sólo puede sujetar a sus demonios quien los saca de su abismo y los mira directamente a los ojos.

Toda visión se transforma en contemplación, toda contemplación en reflexión y toda reflexión en asociación[xii]. Casi a  cada hora se anuncia una nueva victoria del humanismo. A cada momento se conquistan nuevos elementos  reluctantes del tiempo y del espacio. Las alturas y los abismos revelaban sus más profundos secretos a la curiosidad humana, ahora provista de prismáticos. La vieja anarquía alimentada por el canibalismo de la humanidad poco a poco empieza a ceder a la organización. 

Incluso el Leviatán deja de inmiscuirse en imponer a sus súbditos una moral interior.  Ya no exige moralismo real sino sólo en apariencia.

En este proceso de cambio, las artes también sufren una transformación. El nuevo deseo de fabricar todo en serie hace que el vulgo exija cada vez más y más y centenares de artistas se lanzan a creaciones anodinas que se olvidan al poco de salir al público.

El hombre de repente, sumido en un trance hipnótico, pierde ese  ideal de belleza  que le ha acompañado siempre y comienza a perseguir la fealdad. Una fealdad auspiciada por el  embotamiento temporal de sus sentidos,  atiborrados de la cantidad de datos que reciben día a día. El arte moderno irrumpe en la esfera social en una constante lucha por conseguir las más indecentes creaciones

Pero todavía en un mundo así no se puede dar todo por perdido. Unos pocos artistas siguen aspirando a la inmortalidad y aún logran conmover a los cientos de ojos y oídos que quieren hacerles caso.

La historia de la humanidad se ve sumida en un ciclo continuo de avance y retroceso debido a que durante el avance, la gente tiende a olvidar el periodo oscuro incluso idealizando aquello por lo que tanto tuvieron que luchar para ganar.

Entre los pueblos, a muchos les gustaría rescatar esa vieja libertad donde cada individuo aportaba a la empresa común de la humanidad para un progreso conjunto. Otros, en cambio, piensan que jamás un pueblo logrará esa unidad sin la vara de un pastor.

Todavía es demasiado grande esa confusión que insufló en su momento el Leviatán en las almas. Para el hombre es demasiado difusa la barrera entre libertad y seguridad. Pero si cada uno de nosotros utilizamos la razón y el conocimiento, que sacó al hombre de las tinieblas, rasgaremos el velo de Maya y las naciones volverán a encontrarse. Ese conocimiento es el único Zeus que puede derrotar a Saturno y librarnos de su parricidio. Solo él puede sacar a la humanidad del letargo inducido por el tirano.

La humanidad es una sinfonía de grandes almas colectivas. Quien para comprenderla o amarla necesita destruir o dominar parte de ella, solo demuestra que es un bárbaro y que su idea es completamente errada. Si todos hiciésemos lo que estuviese en nuestra mano, la fatalidad desaparecería. Esa fatalidad se nutre de nuestras abdicaciones. Y, si nos abandonamos a ella, todos debemos aceptar nuestra parte de culpa.

Seguimos compartiendo un noventa y ocho por ciento de nuestro programa genético con otras especies de chimpancé, pero hemos olvidado de donde venimos. En un afán de constante desarrollo y, en especial, con la tecnología moderna, el ser humano ha dejado de lado el hecho de que simplemente es un mono desnudo venido a más y que, en lo que se refiere a aspectos psicológicos, no ha evolucionado nada en los últimos milenios.

El paleontólogo Stephen Jay Gould postula que, no ha habido ningún cambio biológico en los seres humanos en cuarenta mil años. Todo lo que llamamos cultura y civilización lo hemos construido con el mismo cuerpo y el mismo cerebro.

Hemos creado cohetes que llegan a otros planetas pero no hemos conseguido dominar nuestras emociones más primarias, como la ira o el miedo. Mientras la tecnología nos facilita la vida, nuestra mente no cesa de crear problemas imaginarios sobre los que sentirnos preocupados constantemente.

Makxim Gorki, el novelista ruso, lo expresa de la siguiente manera, el hombre no es más que un montón de huesos, recubiertos de carne y de piel gruesa, y no es el espíritu que mueve ese repugnante montón, sino los apetitos[xiii]. Las gentes, formando sombrías y apretadas masas, se agolpan alrededor de la vida lo mismo que los mendigos harapientos rodean a la esposa de un rico mercader a la salida del templo, gimiendo, quejándose, llorando lastimeramente para pedirle que les prestase atención, y se estrujan unos a otros arrastrándose a sus pies con ansia suprema, con la locura horrible de los deseos miserables[xiv].

Filosofías como la estoica nos muestran que los mismos problemas y deseos miserables que preocupaban al hombre hace dos mil años están cada vez más presentes en la sociedad actual. Mientras la historia nos enseña que a cada momento ha sucedido algo diferente, la filosofía se esfuerza por hacernos comprender que en todos los tiempos fue, es y será lo mismo, dijo Schopenhauer.

Los cazadores recolectores tenían una vida solitaria, pobre, inmunda, brutal y breve[xv] auspiciada por el entorno en el que vivían. Nosotros, eternamente insatisfechos, tenemos todas las comodidades a nuestro alcance y nos empeñamos en buscar nuevas formas de ese dolor y, especialmente, de ese sufrimiento. Dolor que, ante la negativa inconsciente a enfrentarse a él, termina derivando en adicciones de todo tipo.

Al igual que esos primeros homo sapiens que poblaban la sabana africana, nos produce pánico la ausencia de un hilo conductor que permita comprender el caos que nos rodea a diario,  de modo que buscamos y concatenamos causas para formar historias y narrativas que tengan sentido para nosotros, ya que necesitamos creer que vivimos en un mundo causal y determinista.  Ese darle sentido al mundo hace retroceder la incertidumbre y espanta de manera temporal el miedo. 

Pero aceptando la certidumbre y aferrándonos a la seguridad  hemos perdido nuestro bien más preciado, la libertad. Al igual que antiguamente la condena al ostracismo, o el abandono forzoso de una comunidad como parte de un castigo eran sinónimo de muerte casi segura, esa comunidad cada vez se ha hecho más mayor y ha insuflado entre nosotros un miedo atroz a no ser aceptado por la misma. Esto nos lleva a comportamientos que en cualquier otra situación no estaríamos dispuestos a tolerar.

Todo esto hace que el hombre moderno sea absorbido progresivamente por una colectividad uniforme y sin rostro de individuos que acaba sofocando todo atisbo de su individualidad. Por ello, el hombre acaba creyendo, pensando, actuando, anhelando y sintiendo como la masa. Y por ello también, cada vez más está perdiendo todo aquello que le hace único, cambiándolo en su lugar por una predecible capacidad de actuar. Se está convirtiendo en la copia, de la copia, de la copia del que tiene al lado. Se ha transformado en un ser que no escucha,  no piensa,  ni tampoco habla. En su lugar opta por la vida aburrida y confortable del materialismo,  los placeres,  las tendencias,  el culto a las celebridades y otros medios superficiales de excitación y escape.[xvi]

Hace siglos, el hombre se da cuenta que por su cuerpo fluye una energía vital invisible que determina cómo se enfrenta a la vida. Una mano invisible que empuja a los seres humanos a despreciar la mediocridad y superarse a ellos mismos.

A lo largo de diversas culturas, esta energía se le da distintos nombres. El espíritu, el chi o el thumos solo son algunos de ellos, pero independientemente del término, se asocia con virtudes como el coraje, la constancia o la indomabilidad. La presencia de ese espíritu nos hace curiosos, nos empuja a despreciar la mediocridad y a ser la mejor versión de nosotros mismos. Por ello se asocia con la libertad y, en último término, con la felicidad evitando que la persona intente buscar esa felicidad en sustancias externas o prostituya su libertad a favor de un Estado.

Solo existe una libertad verdadera, la interior, la que sólo puede conquistar uno mismo para sí y esa libertad nace de nuestra energía interior. La locura de las masas, su eterna lucha de clases y naciones por el poder resulta dolorosa y ajena al alma humana.


[i] ¿Qué es la Ilustración? De Kant

[ii] Génesis 1:28

[iii] Fragmento de ¿Qué es la Ilustración? De Kant

[iv] Ibíd.

[v] El contrato social es un término acuñado por Jean Jaques Rousseau.

[vi] El reino de Dios está en vosotros, de Tolstoi

[vii] Diamond, J. (2013) Armas, gérmenes y acero. Debolsillo

[viii] Génesis 2:16-17

[ix] Zweig, S. (2016) El legado de Europa. Acantilado

[x] Ibíd.

[xi] Génesis 11:6

[xii] Goethe

[xiii] Páginas de un descontento, de Makxim Gorki

[xiv] Ibíd.

[xv] Leviatán de  Thomas Hobbes

[xvi] Nietzsche, F. (2017) Así habló Zaratustra. Planeta

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