Si has vivido lo suficiente sabes que las personas están gravemente heridas. Cuando eres joven y tienes poca experiencia tiendes a pensar dos cosas. Por un lado que hay alguien por ahí que es perfecto y por el otro que hay alguien por ahí que es perfecto para ti. Es probable incluso que encuentres a esta persona hipotéticamente perfecta, a al que verás en un estado de delirio y te enamores perdidamente de ella amando más a tu propia imagen de perfección que a la persona en sí. Pronto te das cuenta de que estas dos máximas son incorrectas y de que nadie es perfecto.
Estamos hambrientos. Tenemos hambre de aprobación, hambre de atención, hambre de afecto. Tenemos hambre de libertad para aceptar la vida, conocernos y ser realmente nosotros mismos. Pero ese hambre, atrae una serie de consecuencias asociadas, sobre todo si no se sabe gestionar bien y una de las consecuencias principales es nuestra propia victimización.
Sufrir es algo inevitable, lo que cambia es la forma de reaccionar ante ese sufrimiento. La ciencia determina nuestros sentimientos y como influyen en nuestra conducta. Por lo tanto, para modificar esa conducta debemos modificar nuestros sentimientos y para modificar nuestros sentimientos, debemos cambiar nuestros pensamientos.
A lo largo de nuestras vidas tendremos experiencias desagradables, cometeremos errores y no siempre tendremos lo que queremos. Eso forma parte del hecho de ser humano. El problema y la base de nuestro sufrimiento constante es la creencia de que el malestar, los errores y la decepción indican algo sobre nuestra valía. La creencia de que las cosas desagradables en nuestra vida son lo que nos merecemos.
Todos en nuestra vida podemos padecer algún tipo de desgracia o abuso provocado por las circunstancias en algún momento. Somos víctimas de un ataque que viene del exterior y no podemos hacer nada contra ello.
En cambio, el victimismo procede del interior. Nadie puede convertirnos en víctimas excepto nosotros mismos. Muchas veces nos aferramos a nuestra propia victimización y desarrollamos una mentalidad de víctima. Una forma de pensar rígica, culpabilizadora, pesimista, atrapada en el pasado, implacable y castigadora fuera de los límites saludables. El monólogo interior hace que nos convirtamos en nuestros propios carceleros.
“Considera cuan vehementes son los sentimientos de los animales y sin embargo, cuan cortos. Cuando la fiera ha vuelto algunas veces a su guarida despoblada por el cazador, y siguiendo los ratros de sus cachorros, ha reccorido el bosque, en muy poco tiempo extingue su rabia. Las aves lanzan agudos fritos alrededor de su despojado nido y en pocos momentos después se calman y emprenden el acostumbrado vuelo. Ningún animal lamenta por mucho tiempo la pérdida de sus hijos, si no es el hombre, que ayuda a su dolor, no siendo su aflicción como la experimenta sino como se la propone. […] El fuego quemará a todos, el hierro tendrá sobre todos los cuerpos su propiedad de cortar. Pero la pobreza, el luto o la ambición impresionan a unos y a otros según influye en ellos la costumbre haciéndonos débiles y cobardes”
Séneca
Piensas que no eres lo bastante bueno o que no hay sitio para tí en el mundo. Así es como malinterpretamos los hechos en nuestras vidas. Como asumimos las cosas sin comprobarlas. Como nos inventamos una historia que nos explicamos a nosotros mismos reforzando lo que ya sabemos.
No podemos elegir tener una vida sin dolor. Pero podemos decidir ser libres, escapar del pasado suceda lo que suceda y adaptarmos en la medida de lo posible.
Tal vez a vida sea un estudio de las cosas que no tenemos pero nos gustaría tener y de las cosas que tenemos pero que no nos gustaría tener, pero es importante cambiar el enfoque. En lugar de preguntarnos ¿por qué vivimos? la pregunta es ¿qué puedo hacer con la vida que he recibido?
Cuando nuestra necesidad de autorrealización entra en conflicto con nuestra necesidad de valoración positiva (o viceversa) podemos optar por reprimir, esconder o ignorar nuestra propia personalidad y deseos. Cuando llegamos a creer que no hay manera de ser amado ni de ser auténtico, corremos el riesgo de negar nuestra verdadera naturaleza.
Los comportamientos autodestructivos surgieron en primer lugar como comportamientos útiles, como cosas que hacían para satirfacer una necesidad de aprobación, afecto o atención. Una vez que descubres por qué has desarrollado determinado comportamiento (despreciar a los demás, comer demasiado, unirse a personas iracundas…) puedes asumir la responsabilidad de mantener o no dicho comportamiento. Puedes aprender a cuidarte mejor y a aceptarte dándote cuenta de que cuando anestesiamos nuestros sentimientos con comida, alcohol u otras conductas compulsivas no hacemos más que prolongar nuestro sufrimiento.
Pensamos que el tiempo lo cura todo pero no es así. El tiempo no cura, lo que cura el lo que haces con el tiempo. Curarse es posible cuando decidimos asumir la responsabilidad. Cuando decidimos correr riesgos y, por último, cuando decidimos liberarnos de la herida y dejar atras el pasado o la pena.
La mayoría de nosotros queremos un dictador para poder pasarle la pelota y decir “tú me has obligado a hacer esto. No es culpa mía”. Pero no podemos pasarnos la vida debajo de un paraguas ajeno y luego quejarnos de que nos estamos mojando. Mientras responsabilicemos a otra persona de nuestro propio bienestar continuaremos siendo víctimas.
Puedes vivir para vengarte del pasado o para enriquecer el presente. Puedes vivir en una prisión o dejar que ese pasado sea el trampolín que te ayude a alcanzar la vida que deseas.
La ira no es un valor, solo un sentimiento. Significa que estas vivo. La ira, por muy absorvente que sea, nunca es la emoción más importante. Solo es la punta de la lanza. Una fina capa superior expuesta a un sentimiento mucho más profundo. El verdadero sentimiento disfrazado por la máscara de la ira es habitualmente el miedo. Y no puede existir amor y miedo al mismo tiempo.
Cuando pierdes los estribos, puede que te sientas fuerte en el momento pero en realidad estas entregando tu poder. La fuerza no consiste en reaccionar sino en responder. Sentir lo que sientes, meditar sobre ello y planear una acción que te aproxime al objetivo.
Los instintos más básicos y poderosos como la sed, el apetito, la ira, la alegría y la lujuria pueden ascender con facilidad, adueñarse de nosotros y pugnar entre ellos. No es fácil lograr la resilencia y la fuerza de un espíritu unido pero una casa dividida contra sí misma no se sostiene.
Una persona que no está bien compensada reacciona de manera exagerada ante la más mínmima señal de frustración o de fracaso. No se la puede satisfacer porque no puede conseguir lo que quiere e incluso el argumento más débil la puede paralizar. Así pues, a una persona con grandes conflictos, aunque arremeta con cólera y se revelva, se la puede detemer metafóricamente poniéndole un solo dedo en el pecho.
La duda nos carcome y la certidumbre nos aplasta. Esas fueron las dos alternativas que pronosticó Nietzsche para lo que iba a suceder tras la muerte de Dios.
Nunca he conocido a nadie que decidiera conscientemente vivir en cautividad. Sin embargo, si he sido testigo una y otra vez de lo dispuestos que estamos a entregar nuestra libertad espiritual y mental. Es decir, ceder a otra persona o entidad la responsabilidad de guiar nuestras vidas y de decidir por nosotros. Para ver más sobre como esto ha influido negativamente en el curso de la historia, puedes leer esta entrada
Por muy pequeños que seamos en el gran plan de universo y el tiempo, cada uno de nosotros es un pequeño mecanismo que hace que la rueda gire. A veces, en los peores momentos de nuestras vidas, lo momentos en los que nos asedian los deseos negativos que amenazan con desquiciarnos con la insostenibilidad del dolor que debemos soportar, son en realidad los momentos que nos llevan a entender nuestra valía. Es como si adquiriéramos consciencia de nosotros mismos como un puente entre lo que ha sucedido todo lo que sucederá.
Nuestras experiencias dolorosas no son un handicap sino un regalo. Nos proporcionan perspectiva y sentido. Una oportunidad de encontrar nuestro objetivo y nuestra fuerza
No sabemos a donde vamos, no sabemos qué va a pasar pero nadie puede quitarte lo que pones en tu mente.
Proponte algo profundo y excelso. Si a medio camino encuentras una vía mejor, cambia de rumbo. Pero cuidado, no es fácil distinguir entre cambiar de senda y rendirse. Elige la mejor meta que se te ocurra e intenta alcanzarla, aunque te tambalees. Percátate de tus errores y malentendidos, afrontalos y corrígelos. Ordena tu historia: pasado presente y futuro.
La disciplina y la transformación te impulsarán hacia delante. Con voluntad y suerte encontrarás una historia magnífica que mejorará con el tiempo y quizá incluso te brinde algo más que unos pocos momentos de alegría y satisfacción.
Todo lo que no se renueva se estanca y no cabe duda de que una vida sin curiosidad, ese instinto que nos empuja hacia lo desconocido, sería una forma de existencia emasculada. Manten un pie en el orden mientras estiras el otro a tientas hacia lo desconocido. Solo así podrás encontrar el equilibrio
Para escribir este artículo he utilizado como base el libro “La bailarina de Auschwitz” de Edith Eger y “Más allá del orden” de Jordan B. Peterson